El valor de las virtudes humanas. La Castidad
19.- Castidad
Es el hábito de restringir o moderar el placer sexual conforme a la situación moral personal, libremente elegida para hacer el bien.
La Castidad es otra virtud derivada de la TEMPLANZA que se enfoca específicamente al dominio de la mente sobre los apetitos y placeres sexuales. Cabe señalar que cuando dos personas de sexo opuesto eligen libremente unirse en matrimonio y tienen relaciones sexuales conforme a los fines del matrimonio, permanecen castos.
Hay religiones como el Budismo, el Hinduismo, el Catolicismo, y algunas otras más, que conceden especial reconocimiento y estimación a los castos y/o célibes.
La virtud de la Castidad es conceptualmente lo opuesto al vicio de la lujuria, vicio en el cual se cae por pensamiento, palabra, obra y omisión. Esta última acción se refiere a que una persona puede ser “no casta”, si voluntariamente se niega a tener relaciones sexuales con quien debe tenerlas, en el momento que debe tenerlas y para lo que debe tenerlas.
Para los católicos, la virtud de la Castidad es de especial belleza y el mismo Jesucristo la ensalzó y prometió el gran premio, tal como se lee en Mateo 5, 8: Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.
Y en cuestión de limpieza de corazón, no se puede tolerar la más mínima falta. Es como una alberca de diez metros cúbicos de agua perfectamente limpia y cristalina a la cual le cae un gramo de anilina (colorante) rojo. La anilina, por pequeña que sea, termina por teñir toda la alberca de rojo.
Los pastelillos de papá*
Era la tarde del domingo y la familia Smith se encontraba mirando una película en DVD que la crítica de arte cinematográfico había catalogado como muy buena.
La familia estaba formada por papá, mamá, Laura de 17 años, María de 16, y los gemelos Jaime y Javier de 15. La mascota de la familia era Dingo, un pastor alemán de 8 años bien adiestrado que participaba en casi todas las actividades familiares.
Llevaban más de la mitad de la película, cuando, por esa pésima costumbre de los cineastas de echar a perder las buenas actuaciones y los buenos guiones con escenas eróticas que nada tienen que ver con el desarrollo de la trama de la película, papá apagó la tele.
Laura, que se encontraba en plena adolescencia, protestó diciendo: ¡Papá es sólo una insignificante escena de unos pocos segundos!, es muy poquito, no pasa nada, ¡ay! ni que fuéramos niños, déjanos ver el desenlace.
Papá, amo, dueño y señor del aparato de control de la TV, dijo: ya faltan diez minutos para las siete de la noche, así es que vayan a sus cuartos a revisar que tengan completas sus tareas y estén listos y completos sus uniformes y vestidos para mañana; yo voy a la cocina a preparar los brownies (pastelillos de chocolate).
Desde hacía 7 años, más o menos, tenía la familia una muy bella costumbre los domingos en la noche: Papá a las siete en punto de la noche se encerraba con llave en la cocina y durante media hora preparaba unos pastelillos de chocolate tipo brownie exquisitos, con una receta secreta que nunca estuvo dispuesto a compartir.
Como todos los domingos, a las 7:30 en punto se abrió la puerta de la cocina y apareció papá con su delantal de cocina y con los brownies. Aquel aroma de los pastelillos era insuperable cuando fueron puestos en la mesa, se sirvieron los vasos de leche, se dio gracias a Dios y la familia de dispuso a devorar los pastelillos.
Normalmente se servían dos rebanadas grandes cada uno, y esa noche, cuando casi todos habían comido la primera rebanada, papá dijo: como ya no son unos niños, voy a revelarles mi receta secreta: cuando preparo la masa, siempre le pongo un poquitito (juntando casi el dedo índice con el pulgar) así como un grano de arroz de caca de Dingo. Inmediatamente todos gritaron: ¡¡¡Papaaaá!!!… ¡¡¡Que asco!!!… ¡¡Lo hubieses dicho antes!! María corrió al basurero de la cocina a escupir lo que tenía en la boca, todos los demás miraban los pastelillos con ojos tan grandes como antiguas monedas de plata. Papá contestó: es muy poquito, no pasa nada.
Laura se quedó viendo al pastelillo y pensando que los últimos siete años había comido todos los domingos mierda de perro, y lo peor es que esa mierda le gustaba mucho. De repente Laura esbozó una sonrisa, tomó el brownie, se lo llevó a la boca y le dijo a su papá: Ya entendí papi, ya entendí…
…….
** La anécdota no es creación del autor. En realidad me la compartieron y yo la comparto con Ud. mi estimado lector.
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