Reflexiones mínimas en torno a una pandemia (VII)

Ya a punto de entrar en el pico de máximo contagio de la pandemia, nada puede protegernos: ni tiene caso volver al recuerdo de épocas anteriores, como tampoco imaginar futuros escenarios por llegar. La mejor decisión personal consiste en aceptar la realidad tal cual es y encontrar el mejor modo para sobrevivir al tiempo que nos toca en suerte.

Somos transitorios y fugaces como son las épocas y los siglos. Y por eso, actuaremos como humanos si nos adaptamos a los tiempos en que vivimos. La pandemia no es un enemigo, es un fenómeno natural del que nadie es responsable, en contraste con los pensamientos propios de los que sí respondemos ante quienes nos rodean porque podemos controlarlos para situarlos en su justo medio, o dejarlos fluir hasta las peores formas de predicciones catastróficas.

Si cultivamos la paciencia y dirigimos la imaginación –la loca de la casa–, lograremos superar la angustia natural que provoca la emergencia sanitaria y económica por la que atravesamos ahora, sin padecer nerviosismo fuera de cauce y sin perder la calma que tanto se necesita para reconstruir la capacidad creativa de respuesta.

Desde esta perspectiva, es interesante ejercitar la paciencia: un hábito que suele no agitar innecesariamente a quién lo cultiva en su propia mente y en sus acciones cotidianas. Quien es paciente transmite paz y tranquilidad alrrededor, aún y cuando el mundo se ponga de cabeza y se avizore cierta anatomía de colapso.

La inestabilidad al modo en que la sufrimos desde hace varios meses resulta ser nueva en la historia de la humanidad porque se combina la crisis económica con desequilibrios notorios en los sistemas de salud: nunca antes se había generado en el mundo tal cantidad de riqueza material, ni se había logrado comparativamente más dominio sobre la naturaleza cuando, de repente, se presenta un evento que precipita de raíz un sistema de vida –enraizado varias décadas– que valora como nunca la vida misma y los goces materiales acompañado por el descuido, cuando no aversión, de los valores espirituales y morales.

Para quien es paciente, el desafío de la época nunca es adverso, aunque a muchos los atemorice. Ante nuevas realidades se requieren pasos pequeños y avances certeros, no repentinas mudanzas ni decisiones precipitadas.

Inmersos en un momento fugitivo, no podemos perder de vista que permanece la verdad del tiempo que nos conforma, y que demanda, además del ejercicio de la paciencia, la referencia directa a Dios, que todo lo ve y todo lo puede.

Como dice el refrán: “A Dios rogando y con el mazo dando”. Porque a fin de cuentas, cuando se descubra el mecanismo de acción del coronavirus y el remedio para aniquilar o detener la pandemia, se publicará la existencia de leyes que rigen su comportamiento. Y donde hay leyes siempre hay un Legislador, porque los seres irracionales no son autónomos, no se dictan su propio comportamiento.
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Rubén Elizondo Sánchez

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