Los efectos en el espíritu: otras consecuencias del COVID 19
Son muchas y se habla mucho de las consecuencias del COVID 19. La mayoría son medibles y se prestan a estadísticas y a sesudos análisis, a veces tan complejos que ni los propios expositores logran hacer sentido de ellos ni construir ideas para tomar decisiones.
Pero más allá de las consecuencias en la salud y la economía, hay otro tipo de consecuencias que pudieran prestarse a análisis tanto o más interesantes como a las que nos tienen acostumbrados y que están más allá de la aritmética: me refiero a las consecuencias en el corazón, en el espíritu.
Independientemente de quienes hayan tenido la posibilidad de recluirse, con el sano propósito de no enfermarse y, probablemente, con mayor razón, para no infectar a los demás, aparte de ello podríamos comentar algunos puntos interesantes:
* Una depresión generalizada. No sólo eso: un pesimismo, una desesperanza que invade a una parte importante de la sociedad. No cabe duda de que el mundo moderno nos ha acostumbrado a las relaciones múltiples, muchas veces efímeras, pero abundantes. Relaciones que se cortan al tener que llevarlas a cabo mediante medios tecnológicos. Que no es lo mismo a reunirse a tomar un café y comentar sobre la vida, hacer bromas y compartir impresiones, que hacer los mismos comentarios mediante el Zoom, el WhatsApp u otro artilugio de moda. No cabe duda de que estamos hechos para vivir en sociedad y que estamos desacostumbrados a vivir en soledad o formando pequeños grupos.
* En muchos la situación ha despertado un sentido fuerte de solidaridad. Una solidaridad que no es ajena al modo de ser de los mexicanos, como se ha demostrado muchas veces en temblores y otro tipo de desastres naturales. La diferencia es que en este momento los damnificados somos todos. Muchas personas se han dado cuenta de sectores desprotegidos, a los que la pandemia ha dejado sin ingresos. Y no son pocos: una gran cantidad de la población vive en la economía informal o tienen trabajos transitorios. Por no hablar de aquellos a los que se les ha rebajado su salario o se les ha puesto en la calle sin ceremonia. Pero, por otro lado, ha habido los que se han ofrecido a compartir parte de sus ingresos para organizaciones caritativas que están proveyendo alimentos básicos a una cantidad importante de la población. Los que han seguido pagando al personal de servicio doméstico, a pesar de que no están haciendo los trabajos acostumbrados. Los que se han organizado para apoyar a médicos y enfermeras proporcionándoles algunos artículos para su seguridad personal. Los que se han dado cuenta de que, al haberse suspendido el culto público en las iglesias, sacerdotes y monjas se han quedado sin ingresos; feligreses que se han hecho responsables de remediar, aunque sea sólo de manera parcial, las penurias de estas organizaciones.
* Otros más: los que se han dedicado a apoyar a las mamás, ofreciendo gratuitamente entretenimiento y clases para los niños que se quedan sin ocupación y sin nada concreto que hacer. Profesores que dan clases gratuitas a empresarios en pequeño. Así como otros que, de una manera callada, están ofreciendo compartir sus alimentos con aquellos menos afortunados. Personas que en secreto están apoyando a quienes lo requieren.
* Cambio en la relación familiar. Papás y mamás de tiempo completo en una proporción importante en las familias. Algunos pediatras empiezan a observar cambios en bebés que llevan cuatro meses con presencia continua de sus progenitores. Y también hay tensiones, enojos, distanciamientos por la convivencia forzada del núcleo familiar. Dos tipos de reacción: los que redescubren el valor de su relación y de su familia, así como los que se dan cuenta de que hay poco que los une. Casos en los que crece el cariño y se fortalece la relación y otros donde aumenta la violencia intrafamiliar.
No es posible predecir qué ocurrirá si se prolonga esta cuarentena. ¿Podremos conservar los buenos frutos que muchos están cosechando? ¿Podremos remontar las dificultades que muchos experimentamos? No ha habido ningún otro caso así en la historia de la humanidad. Ni siquiera la Segunda Guerra Mundial, con todo el sufrimiento y la maldad que desató, tuvo un alcance realmente global, si bien duró más años.
Confiamos que esta pandemia no dure tanto. Una crisis larga traería muchos bienes, pero también un empobrecimiento generalizado de la humanidad, lo cual requeriría de las mejores mentes, mejores sistemas económicos y un nivel de colaboración ciudadana nunca visto. Una preocupación por los demás en escala planetaria. Y, bien pensado, probablemente nos dejaría en una situación mejor que antes de la pandemia.
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Antonio Maza Pereda