Peña Nieto: El solitario de Los Pinos
Como ya en alguna otra ocasión lo hemos dicho, se ha iniciado una pre-campaña que en realidad es una campaña con todos los requisitos que marca la Ley.
Y decimos esto porque, aunque cada coalición hable de luchas entre precandidatos, la verdad es que todo mundo conoce a los tres punteros y sabe que será entre ellos donde se dé la batalla final.
Todo mundo habla de José Antonio Meade, de Ricardo Anaya, de Andrés Manuel López Obrador y -con menos insistencia- de Jaime Rodríguez “El Bronco” y de Margarita Zavala.
Sin embargo, existe un personaje (y no sabemos si nuestros amigos lectores habrán reparado en este detalle) que, a pesar de ser importantísimo, ya casi nadie habla de él. Y, por lo que podemos observar, conforme vaya transcurriendo la campaña, se hablará cada vez menos hasta desaparecer por completo del escenario.
Nos referimos a un personaje que, dentro de un año, su influencia en la política mexicana estará reducida a su mínima expresión. Dicho personaje es el actual presidente Enrique Peña Nieto, a quien le queda menos de un año como inquilino en la Residencia de Los Pinos.
Sea que gane Meade, sea que gane Anaya o sea que gane Andrés Manuel, la realidad es que, dentro de un año, ya Peña Nieto se habrá ido.
Lo que en estos momentos no sabemos es sí, dentro de doce meses, el para entonces ex presidente Peña Nieto respirará tranquilo porque su sucesor fue Meade o si estará más tembloroso que un flan porque el nuevo inquilino de Los Pinos es Anaya o Andrés Manuel.
La verdad es que experiencia tan angustiosa suelen pasarla todos los presidentes que -conforme se acerca el fin del sexenio- ven cómo el poder se les va como agua entre las manos.
Le pasó a Gustavo Díaz Ordaz cuando, en octubre de 1969, destaparon a Luis Echeverría; le pasó al propio Echeverría cuando, en septiembre de 1975, se hizo público que el sucesor sería José López Portillo; y le pasó -ley inexorable- a López Portillo cuando, seis años después, se conoció el nombre de Miguel de la Madrid.
Y así ha ocurrido a lo largo de la historia de un Sistema que, durante más de siete décadas, rigió los destinos de México.
Es ley psicológica inevitable que el enjambre de lambiscones que rodean y alaban a quien se sienta en la Silla del Águila, se disperse como los zánganos lo hacen ante el insecticida en cuanto un nuevo sol empieza a brillar.
Es el momento de reacomodarse, de acercarse a quien podrá prometer un buen empleo o -al menos- garantizar impunidad.
Quien se va ya muy poco puede hacer. En cambio, quien llega puede hacer milagros…
Ahora bien, la tragedia de los lambiscones -a diferencia de lo que antaño ocurría- es que, en estos momentos, no saben a ciencia cierta a cuál de los tres punteros habrán de bolearle los zapatos.
Una lógica que funcionó durante décadas, por la cual a nadie le extraña que el presidente en turno, al llegar estas fechas, se convierta en el gran solitario de Los Pinos.
Sin embargo, durante aquellos tiempos del viejo Sistema el presidente que se iba lo hacía con la confianza de que tenía las espaldas cubiertas y, por lo tanto, nada habría de ocurrirle.
Y es que, a fin de cuentas, no es poca cosa ser uno quien elige al sucesor…
En cambio, ahora han cambiado las circunstancias y -aparte de la soledad del ex presidente- el que se va siente también la incertidumbre de saber cómo habrá de comportarse el que llega.
Los foquitos multicolores adornan como todos los años el arbolito, así como la Residencia Oficial de Los Pinos. Una escena que el mandatario saliente contempla con melancolía este año.
¿Qué ocurrirá dentro de un año? O, mejor dicho, ¿qué habrá pasado durante todo 2018?
¿Cómo verá para entonces el Año Nuevo de 2019? ¿Tranquilidad o angustia?
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