Nuestras prioridades y el COVID-19
Un concepto generalmente aceptado es que, dentro de nuestras prioridades, está primordialmente el instinto de conservación, el instinto de supervivencia. Algo que, en general, no se discute.
Entonces,si esto es así, ¿por qué ante un peligro potencialmente mortal y totalmente real como es la pandemia del COVID-19, muchos no siguen este principio básico?
Parecería que, en nuestras prioridades, hay otras situaciones que van primero, como la diversión, el entretenimiento, el consumismo y hasta las prácticas religiosas o la vida social.
Ahora bien, más allá del mexicanísimo concepto de qué “la vida no vale nada”, ¿qué nos lleva a ponernos en riesgo innecesariamente?
Porque hay quienes se ponen en riesgo conscientemente por amor a los demás, por una vocación, por un juramento que consideran sagrado o por instinto maternal o paternal, como son los médicos, padres de familia, soldados y marinos, y religiosos.
En esta pandemia se han visto a médicos, enfermeros y otros trabajadores de la salud poniendo en riesgo sus vidas, a sabiendas de las consecuencias y el riesgo que están tomando. Y a ellos, con justa razón, les llamamos héroes.
O también personas de escasos recursos, que no tienen modo de cuidarse, porque si no trabajan presencialmente no comen ni ellos ni sus familias. Y ante la probabilidad de enfermarse y morir se opone la certeza de que, si no salen a trabajar, hoy no comen ellos ni sus familias. Los casos de padres y madres que se arriesgan por necesidad y por el bienestar de sus hijos, también podríamos considerarlos como heroicos.
Pero hay casos que no tienen sentido, como el de un conocido mío a quien un abogado lo citó en una cantina para firmar unos documentos y contrajo el COVID-19. O de otro conocido que fue a una reunión familiar y contagió a sus padre, su madre y sus hermanos.
Ahora, ante las fiestas navideñas, nos encontramos a las autoridades rogando a la población que no hagan celebraciones, que pospongan las fiestas navideñas, como se hizo con el «Día del padre» hace ya algunos meses. Y no parece haber respuesta, pues la gente sigue en las compras y los preparativos.
Hace falta ver qué ocurrirá con las Posadas, los brindis de fin de año, las reuniones familiares de Navidad y Año Nuevo, y hasta los tamales del día de La Candelaria.
Ya los hospitales están saturados, y muchos están posponiendo otros tratamientos para convertirse en centros de COVID-19. Y apenas empieza la temporada de frío, donde las complicaciones previsiblemente serán más severas. Ante esta triste situación, vale la pena hacerse algunas preguntas:
• ¿Por qué mucha gente le da mayor prioridad a las celebraciones que a cuidar la propia vida y la de los demás?
• ¿En qué han fallado las autoridades y los grupos políticos para convencer a la población en este tema, ellos que son tan hábiles para encontrar apoyo para sus fines partidarios y que los ciudadanos hagan sacrificios para apoyar su ideología?
Y, sin embargo, no parece qué ese mismo poder de convencimiento se usa para que nos decidamos a cuidar nuestras vidas.
Ya se anunció que se iniciará de una manera muy limitada la vacunación que, según las autoridades, no estará completa hasta junio del 2022, dentro de 18 meses. Sólo hay que esperar que no sea tomada por muchos cómo anuncio de que ya no hay que cuidarse porque, bendito sea Dios, ya existe una vacuna, sin pensar que, como ocurre con todas las vacunas, una vez enfermos esas vacunas ya no nos curan de la enfermedad. La vacuna sólo es eficaz como una medida preventiva, muy importante, pero nada más.
Porque al final, está fallando el convencimiento. No nos están convenciendo porque no nos demuestran con hechos que creen lo que nos recomiendan a la población. Y en nuestras prioridades pesan más las diversiones, el consumo, nuestra vida social, en vez de nuestro bienestar, el de nuestra familia y de quienes nos rodean. Y en algunos casos, queremos demostrar que nuestras opiniones minimizando la pandemia nos importan más que la terca realidad que demuestra que estamos equivocados. Lo cual sería un error muy grave.
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Antonio Maza Pereda