Un siglo después de la Gran Guerra
Se acaba de iniciar el flamante 2018 y –al igual que siempre ocurre– será considerado como parte de una pasada efeméride, como ocurrió tanto en 2010, celebrando el Bicentenario de la Independencia, como en 2017, celebrando un siglo de la Constitución.
En este caso, que a nadie le extrañe que, en los meses venideros, se insista en el hecho de que, en este 2018, se cumple un siglo del fin de la Primera Guerra Mundial.
Sí, de aquella masacre que –entre 1914 y 1918– devastó Europa de modo tan sangriento que, aparte de combatientes adultos, durante aquellos años fatídicos, pereció lo mejor de la juventud europea.
Quien hoy visite cualquier ciudad del Viejo Continente (París sería un buen ejemplo) verá cómo muchos de los monumentos históricos lucen placas recordando la juventud sacrificada durante tan pavoroso conflicto.
Miles, miles y más miles de jóvenes perdieron la vida sin saber a ciencia cierta cuál era el motivo por el que se les enviaba al frente de batalla, o si aquel conflicto tenía algún ideal digno de ser defendido.
Miles de padres perdieron a sus hijos, quedando sumidos en una desolación espiritual de la cual jamás lograrían reponerse.
Miles de hijos perdieron a sus padres, cayendo en una orfandad tan espantosa que, necesariamente, habría de marcarlos de por vida.
Ha pasado un siglo desde aquella hecatombe.
Y, ante el recuerdo de tan pavorosa masacre que hasta hace apenas pocos años con dolor lamentaban los más viejos, vale la pena que nos preguntemos: ¿Sirvió de algo tanta sangre derramada? ¿Quiénes salieron ganando con el dantesco paisaje de una Europa en llamas?
No vale la pena entrar en detalles ni hablar de los pormenores que desencadenaron el conflicto. El caso es que, después de 1918, Europa y el resto del mundo ya no volvieron a ser lo que antes eran.
Cuando se inició el siglo XX, poderosas monarquías imponían el equilibrio en Europa, destacando de manera especial Francisco José, emperador de Austria-Hungría; el Nicolás II, zar de Rusia, y el rey de la Gran Bretaña.
Pues bien, una vez que el conflicto hubo terminado, todo cambió: Se derrumbaron tanto el imperio austro-húngaro como la monarquía de los zares.
Se produjo un vacío de poder que causó que los bolcheviques, con Lenin al frente, tomasen el poder en Rusia; que el imperio de Austria-Hungría se fragmentase en dos estados, lo cual fue aprovechado por elementos socialistas y anarquistas; que Alemania perdiera su influencia en Europa y –muy importante– que Estados Unidos se convirtiese en el árbitro de la política internacional.
Hasta entonces, Estados Unidos imponía su política del “big stick” (gran garrote) únicamente sobre los inermes pueblos hispanoamericanos. A partir de 1918, empezó a dirigir los destinos del resto del mundo.
Dentro de ese acomodo de piezas, lo más lamentable –aparte de la caída de Rusia en poder del comunismo– fue el hecho de que desapareciera una poderosa monarquía católica que mucho pudiera haber contribuido a enderezar la tortuosa política internacional: Austria.
Francisco José fue todo un personaje en su época. Quien hoy visite Viena, podrá ver cómo allí se le considera héroe máximo de dicha nación. Lástima que estalló el conflicto cuando ya los años se le habían venido encima a Francisco José.
Su sucesor, Carlos de Austria, viendo el derrotero que tomaba la situación y adivinando cómo lo que en realidad se pretendía era destruir a una potencia católica, intentó parar la guerra. Lamentablemente no pudo hacerlo porque la soberbia de sus aliados alemanes se lo impidió.
Al mismo tiempo, las mafias masónicas que operaban en Londres, Washington y Paris se encargaron de frustrar la buena voluntad de un gran personaje a quien San Juan Pablo II elevó a los altares y que hoy es venerado como el beato Carlos de Austria.
Austria perdió la Gran Guerra Europea, se desintegró, los radicales tomaron el poder y fue así como, no solamente Europa sino el resto del mundo se vio privado de un régimen que –de haberse mantenido– habría evitado muchos males futuros.
En este 2018 se cumple un siglo de un conflicto atroz, injusto y sangriento en el cual se batieron millones de inocentes muriendo tan sólo para favorecer los oscuros designios de quienes, tras bambalinas, iban modelando el mundo del futuro.
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