Y ahora, ¿qué?
Estamos en un momento muy especial. Lo que estuvimos esperando por 6 meses o más, ya ocurrió. Algunos esperaban mucho, otros temían mucho. Para todos, las elecciones fueron el evento más importante de nuestra historia reciente. Y ahora que ya han terminado, quedamos con un sentido un tanto de vacío, un algo de expectación, un poco de alivio
No cabe duda de que a veces la realidad nos sorprende. Según nuestra tendencia política, o falta de ella, algunos esperábamos un fortalecimiento de la 4T. Que para algunos era un triunfo y para otros un grave peligro. Otros, esperaban un rechazo fuerte para la actual administración federal. Y finalmente, el resultado no se dio de la manera como muchos anticipábamos.
No hay una pérdida fuerte de la administración de López Obrador, porque sigue manteniendo la capacidad de imponer leyes federales meramente por la fuerza de sus números y también la capacidad de generar la mayoría suficiente para algunas reformas a la Constitución. No en automático, no necesariamente a su gusto, “sin cambiar ni una coma”, pero sí mediante una negociación para lograr que los números sean suficientes. La 4T ahora tiene más Estados, pero pierde fuerza en la zona metropolitana más poblada del país y en las dos siguientes.
Por otro lado, la alianza opositora logra precisamente la capacidad de asociarse, pero finalmente logra la esa capacidad y una parte importante del voto de un modo poco agradable: a través del miedo. Temor de esas fuerzas políticas, que tenían la posibilidad muy cercana de quedarse sin registro a menos que lograran una alianza. O, por lo menos, de perder una parte importante en sus posiciones federales y locales. Temor de una parte importante del electorado, que no se sentían particularmente atraídos por la oposición pero que la veían como lo que algunos llamaron “el bien posible” y otros le llamaban “el mal menor”. No gustaban ni gustan muchos de sus candidatos, pero la alternativa de que la 4T se fortaleciera para realizar todas las propuestas que han anunciado, era mucho peor. Y ahora todos los contendientes dicen haber ganado. Con la excepción de los partidos nuevos, que no logran su registro, cada cual puede presentar algún tipo de ganancia.
Y la pregunta es: y ahora, ¿qué? Creo que la pregunta tiene menos sentido para la 4T. Lo que sigue será lo que señale su dirigente. Hay poca discusión de sus propuestas, al menos en público. Y es de sospecharse que tampoco en privado: cómo dejó muy claro Andrés Manuel al inicio de su gestión, el lema es “aquí mando yo”. Y esto no va a cambiar. Bueno, irá cambiando poco a poco conforme se acerque el momento de la sucesión, pero eso está aún lejano. Y, hasta mediados del año próximo, donde será la consulta de la revocación de mandato, la 4T cerrará filas en torno a su jefe máximo.
Es más discutible qué cosa pasará con la oposición. ¿Lograrán mantenerse unidos? ¿Lograrán hacer causa común en los enfrentamientos que ocurrirán en el próximo trienio? O, una vez superado el peligro que vieron y del cual convencieron a una parte importante del electorado, ¿regresarán a sus viejas mañas y a su tradicional disgregación?
Como ciudadano, me atrevo a suponer qué lo que la sociedad quiere de todos los partidos, pero en particular de la alianza opositora, es que demuestren que son capaces de gobernar para todos. Que puedan dar muestras de que pueden poner atrás la polarización que tanto está dañando al país y a la que ellos, desgraciadamente, contribuyeron con singular alegría. Y que, en la cruda de sus triunfos están reviviendo. Esto sería el mínimo que esperáramos y que también esperaríamos de la 4T. Esperamos que se decidan a gobernar para todos, no sólo para los que opinan igual que ellos, no sólo para los que votan por ellos.
También esperaríamos de la oposición dé muestras de creatividad y que construyan ideas diferentes, más allá de la oposición automática a todo lo que proponga el Ejecutivo federal. Que tuvieran la capacidad de entender los motivos por los cuales una parte del electorado ven necesarias las propuestas de Andrés Manuel. Que acepten generosamente que hay unos sectores de la población a los que no atendieron cuando gobernaron y que sean capaces de ofrecer resultados equivalentes mediante propuestas sensatas, democráticas y viables. Porque, la verdad, si no pueden ofrecer alternativas seguirán perdiendo una parte importante del electorado. Y, finalmente, la 4T aprenderá de sus fallas y encontrarán nuevos caminos.
Y de nosotros, los ciudadanos de a pie, los sin poder, ¿qué se espera? Una vez pasado el peligro percibido, ¿volveremos a nuestra tradicional despreocupación por las cosas públicas? Es un hecho que, como probablemente en muy pocas ocasiones, la ciudadanía tuvo un papel destacado: nos organizamos, creamos organizaciones intermedias, medios de comunicación de todos los niveles, grandes y pequeños, y logramos influir de una manera importante en la clase política, que se dieron cuenta de que no podían contar con nuestra indiferencia. Pero ahora, habiendo pasado el peligro que percibimos, ¿que nos toca hacer?
Mínimamente, nos toca seguir movilizados, seguir en relación, en debate, en discusión de los asuntos públicos. Nos toca también el papel de vigilar el desempeño de aquellos que están tomando posesión de los cargos para los que fueron electos. Debemos vigilar el cumplimiento de sus ofrecimientos electorales y, más importante aún, el cumplimiento de las obligaciones que les impone la ley. A nivel federal, la obligación de discutir las leyes de acuerdo con las necesidades del bien común. A nivel local, de aquellos que les toca ejercer el Poder Ejecutivo esperamos un desempeño cabal y honesto, al nivel de su capacidad, para dar a la ciudadanía los mejores resultados posibles. No, no esperamos que no cometan errores. Pero sí esperamos que los reconozcan y los enmienden, para bien de todos. En esto, nadie puede sustituir a la ciudadanía. Y más vale que lo hagamos con lo mejor de nuestras capacidades.
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Antonio Maza Pereda
Cuenta Larga
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