Preparar el cónclave

— P. Santiago Martín
(Franciscanos de María)

Los problemas de rodilla del Papa, la supresión de su viaje a Sudán y al Congo, la visita a la tumba del primer pontífice que dimitió -Celestino V- en agosto, entre el acto de creación de nuevos cardenales y la reunión con todo el colegio cardenalicio, que sólo ha llevado a cabo una vez en los años que lleva gobernando la Iglesia, el hecho de que los cite en el peor mes en que se puede estar en Roma, han dado pie a que se multipliquen los rumores sobre la dimisión de Francisco.

Es verdad que todo lo citado representa un conjunto de indicios que apunta en esa dirección. Sin embargo, no creo que eso vaya a suceder. Al menos por ahora. No obstante, y aunque no sea urgente, sí creo que es necesario solucionar con tiempo dos cuestiones que pueden dar lugar a problemas graves en el futuro: Me refiero al número de cardenales electores y al estatus que deben tener los Papas eméritos.

San Juan Pablo II, en la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis (2 de febrero de 1996), en el número 33 estableció que “el número máximo de cardenales electores no debe superar los 120”. Y en el número 35 dijo que “ningún cardenal podrá ser excluido de la elección, por ningún motivo o pretexto”. No hay contradicción entre ambas normas, siempre que el número de electores en el momento del cónclave sea igual o inferior a 120.

Benedicto XVI hizo dos modificaciones a lo establecido por su predecesor, en 2007 y 2013, pero no cambió ninguno de esos artículos.

Es cierto que, tanto uno como otro, superaron en varias ocasiones el número de electores, pero cuando llegó el cónclave del que salió elegido Benedicto y el siguiente, en el que salió elegido Francisco, el número era menor de 120. Ahora hay 116 cardenales electores (menores de 80 años), pero a partir del 27 de agosto ese número subirá a 132 y se tardará mucho tiempo -salvo una serie de muertes repentinas- en estar por debajo de la cifra límite.

Esto puede suponer, en caso de que haya un cónclave antes de que esa cifra se alcance, un problema de interpretación, que podría ser esgrimido por los que no estén contentos con el resultado para declarar inválida la elección.

Sería muy fácil resolver el problema con un documento del Papa Francisco que modificara el número máximo de electores o que dejara claro que todos los menores de 80 años podrán votar, aunque se supere esa cifra.

La otra cuestión es la del papel que deben jugar los Papas eméritos. En este momento hay uno, pero no se puede descartar que haya dos, como sucede en algunas diócesis, que tienen ya dos obispos jubilados, además del que gobierna.

Después de la renuncia de Benedicto se ha producido un vacío legal sobre el papel del Papa que ha dimitido. Si se diera el caso de que conviven a la vez dos eméritos y un Papa en activo, la cuestión sería aún más compleja. Creo que se está a tiempo para establecer un criterio reflejado en leyes que delimite las competencias e intervenciones que puede llevar a cabo el Papa o los Papas eméritos. Me parece que esta figura ha entrado para quedarse y lo mejor es tenerla bien regulada para evitar escisiones en la Iglesia.

Vuelvo a repetir que no planteo estas dos cuestiones porque crea que la dimisión del actual Pontífice sea inminente. Ni siquiera creo que dimitirá algún día. Obviamente, puedo estar equivocado y son muchos los que opinan que sí lo hará y que lo hará pronto, como he dicho al principio, por los indicios ya citados.

En cualquier caso, me parece necesario afrontar la reforma de la cuestión del número de cardenales con derecho a voto y también abrir un debate teológico sobre el papel de los Papas eméritos, sean éstos del color ideológico que sean, de manera que ese debate se pueda plasmar después en leyes. En la Iglesia hay demasiada confusión como para añadir nuevos elementos de incertidumbre, que podrían ser aprovechados por unos o por otros para dividirla.

Sólo Dios sabe cuándo y cómo ocurrirán las cosas, pero es responsabilidad de los hombres, y sobre todo de los que dirigen la Iglesia, prever lo que puede suceder y adoptar las medidas oportunas.

Mientras tanto, recemos para que en todo y siempre se haga la voluntad de Dios y los hombres estorbemos lo menos posible los planes que el Señor tiene para su Iglesia y para la entera humanidad.
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P. Santiago Martín

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