El verdadero buen pastor

— P. Santiago Martín
8Franciscanos de María)

En Verano no suelen ocurrir grandes cosas y es mejor así, porque las que se producen suelen ser muy malas. Por eso, esta semana, vuelven viejos asuntos que siguen siendo noticia. Por ejemplo, la cuestión del aborto.

El Parlamento Europeo ha aprobado, por una mayoría de dos tercios, que sea considerado un derecho humano; esta petición no tiene ningún valor legal, pues no obliga a los Estados miembros, pero sí tiene un importante valor simbólico.

Sirve también para ver cómo está la opinión pública con respecto a este asunto, que es sólo uno del paquete que además incluye la eutanasia y la ideología de género.

Dos tercios de los europeos están decididos a acabar con sus países, teniendo en cuenta la bajísima tasa de natalidad de muchos de ellos.

Pero hay un tercio que no se rinde y al que lo ocurrido en Estados Unidos le da mucha fuerza. Por eso este año ha sido más numerosa que nunca la manifestación a favor de la vida que se ha celebrado en Irlanda, similar a la que hace unos días tuvo lugar en Madrid.

La vida vencerá a la muerte, entre otras cosas porque los que sólo saben acabar con los problemas matando (los de la “cultura de la muerte”), ya están espiritualmente muertos, aunque parezca que están vivos.

El aborto también ha sido protagonista de la entrevista que la agencia de noticias Reuter le ha hecho al Papa Francisco. El Pontífice ha sido muy respetuoso a la hora de calificar la sentencia de la Corte Suprema de Estados Unidos contra el aborto -al contrario del Parlamento Europeo, que la ha criticado abiertamente- y ha vuelto a rechazar el aborto, comparando a las mujeres que acuden a esos centros con las personas que contratan sicarios para acabar con un enemigo.

Es una comparación muy dura, que ya ha hecho otras veces, y que pone a los que participan en ese tipo de prácticas al nivel de los más crueles asesinos. Estoy seguro de que ni las abortistas ni los que trabajan en los abortorios estarán muy contentos.

También ha tenido palabras el Papa para responder a la pregunta sobre la comunión a los políticos abortistas y ha insistido en que el obispo debe ser siempre un pastor.

No sé por qué esa respuesta debe ser necesariamente interpretada como una crítica al arzobispo de San Francisco, que ha prohibido comulgar a Nancy Pelosi. Él ha actuado como un verdadero pastor, haciéndole ver a una feligresa suya la gravedad de sus actos, a la vez que la llama a la conversión, y recordándole además que en la Iglesia existen leyes que deben cumplirse. El buen pastor no es el que acompaña a las ovejas hacia el precipicio, sino el que intenta que no se arrojen a él.

Me extraña, eso sí, que en ninguna de las entrevistas que últimamente le han hecho al Papa, le hayan preguntado sobre lo que pasa en Alemania, sobre las aberraciones litúrgicas que se cometen en muchas misas, o sobre el retroceso brutal en el número de católicos practicantes, o sobre la crisis gravísima que afecta a las vocaciones.

Que le pregunten una y otra vez sobre lo mismo y que dejen de preguntarle sobre otras cosas importantes, me parece una falta de profesionalidad de los periodistas, salvo que se haya pactado no entrar en las cuestiones realmente espinosas. Es como si estuvieran tocando la lira mientras arde Roma.

Sobre Alemania, más de lo mismo. El cardenal Marx, de Münich, quiere que haya diaconisas, como si no supiéramos que es una excusa para pedir luego el sacerdocio femenino. Le ha contestado una asociación de mujeres católicas, María 1.0, que además ha pedido al Papa que actúe de una vez contra los obispos que promueven el cisma, antes de que sea demasiado tarde. No son las únicas, un conocido sacerdote alemán, el Padre Kossen, ha dicho que está enfadado por esa pasividad del Pontífice, a la vez que denuncia que desde hace ya mucho tiempo se está permitiendo la división en la Iglesia sin hacer nada para evitarlo.

Me ha gustado mucho la carta pastoral del obispo de Escuintla, en Guatemala, monseñor Palma, que, ante el aumento de la criminalidad, ha recordado que la raíz está en la destrucción de la familia.

La mayoría de los obispos se conforman con lamentar lo que sucede, como si sirviera para algo, pero éste ha ido al origen del problema. Es la familia la que se ha roto y ésa es la causa de muchos de nuestros problemas y por ello sanar esa herida ésa debería ser la principal preocupación de los políticos, y no aprobar leyes que permitan la matanza de los inocentes.

Cuando es legal e incluso un derecho matar a alguien que no ha podido ni nacer, ¿puede extrañar que aumenten todo tipo de delitos?
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P. Santiago Martín

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