¿Cómo evitar la inmigración?
Sin lugar a dudas, uno de los dramas que en nuestros días conmueven a la humanidad es el de miles de refugiados que –por causa de hambre, guerra o epidemias– huyen de sus lugares de origen buscando en otros países lo que les niega su tierra natal.
Un drama de grandes dimensiones que en el continente americano se manifiesta en los millones de indocumentados que pretenden ingresar a los Estados Unidos en tanto que en Europa se manifiesta en los también millones que desafían el sol del desierto o los naufragios con tal de llegar al Viejo Continente.
Un drama terrible al cual se ha pretendido aplicar como solución simplista el que los países ricos reciban sin condiciones a quienes tocan a sus puertas.
Aparentemente podría ser parte de la solución pero, si estudiamos el problema con cierto detalle, veremos que tal propuesta puede traer más inconvenientes que ventajas.
Habrá que empezar preguntándonos: ¿Están los países ricos en condiciones de recibir a los millones que, de improviso, se presentan pidiendo auxilio? ¿Tienen dónde alojarlos? ¿Existen fuentes de trabajo?
Esto es muy importante porque una cosa es salvar a unos náufragos, atenderlos médicamente y alimentarlos algunos días pero… ¿Qué harán después con ellos? ¿Pueden garantizarles un empleo estable y decoroso?
En caso de que no se les pueda garantizar de modo permanente techo, alimentos y trabajo, que nadie se extrañe que, a corto plazo, esos inmigrantes se conviertan en delincuentes.
Y todo porque el hambre es muy mala consejera.
Eso sin contar que –especialmente en Europa– entre los inmigrantes puedan infiltrarse elementos terroristas como los que militan dentro del islamismo más radical.
En ese caso –especialmente Europa– se le estarían abriendo las puertas a ejércitos clandestinos que, una vez instalados, lucharían por su causa creando un gravísimo problema social.
Los atentados que tuvieron lugar en París, en noviembre de 2015, tuvieron como responsable a militantes del llamado Estado Islámico.
Ante el hecho de que algunos países decidan, no cerrar sus puertas sino más bien controlar a quienes entran en su territorio, tal decisión debe verse como una medida prudente.
Y así como es absurdo quitarle las cerraduras dejando abiertas las puertas de par en par, de igual manera no solamente es absurdo sino suicida que se permita entrar a quien le dé la gana.
Consideramos que es una medida prudente y de legítima defensa decidir a quienes recibimos y a quienes rechazamos.
Ahora bien y en otro orden de ideas: Gran parte del problema de los inmigrantes podría resolverse si las naciones industrializadas se mostrasen más solidarias con los más necesitados.
Exceptuando el caso de terroristas que desean infiltrarse para combatir por su ideología, es evidente que la mayoría de los inmigrantes lo hacen por necesidad.
La situación daría un giro de ciento ochenta grados si esos paupérrimos emigrantes que llegan desde África o Asia tuviesen en sus países la posibilidad de contar con una segura fuente de empleo.
Ciertamente que la mayoría de esos países son pobres y carecen de la infraestructura adecuada.
Es aquí donde quien esto escribe se atreve a lanzar una propuesta ingenua que hará que muchos de mis lectores me consideren loco de remate.
Lo deseable sería que las naciones más poderosas del orbe se decidieran a invertir en países tan miserables buscando no tanto obtener ganancias sino más bien resolver problemas.
Lo deseable sería que, en esos países de calor asfixiante, las naciones ricas construyeran presas cuya agua almacenada convertiría en fértiles tierras que hoy son áridas.
Al mismo tiempo que se enviase maquinaria agrícola, enseñando a los nativos como utilizarla.
Por supuesto que, dentro de mi ingenua propuesta, habría que añadir que se construyesen hospitales, que se enviasen vacunas y medicinas en grandes cantidades y que se alfabetizara a la población.
La solución no se daría de la noche a la mañana; sin embargo si se crean una serie de condiciones favorables que permitan un trabajo digno y rentable, que se erradiquen epidemias y que eleven el nivel cultural; ni duda cabe que el nativo lo pensaría dos veces antes de arriesgarse a una aventura suicida por el desierto o por el mar.
Así pues, aunque las naciones poderosas no tienen la culpa de hambrunas, guerras y epidemias, mucho podrían hacer por esas pobres gentes invirtiendo una considerable cantidad de los recursos que les sobran buscando que esos infelices alcancen una vida más digna.
Las naciones poderosas deberían pensarlo muy bien y, aunque no lo hiciesen por solidaridad, que al menos lo hicieran por egoísmo ya que así se evitarían la molestia que supone la incontenible avalancha de inmigrantes que diariamente llegan a sus fronteras.
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