Nos han robado el amor
El amor es el valor supremo en la vida de la persona humana hasta tal punto que, cuando falta, cualquier otro valor se cambia de signo y se vuelve antivalor.
Por ejemplo:
* Un hogar sin amor se vuelve pensión.
* La sinceridad sin amor se vuelve crueldad.
* La riqueza sin amor se vuelve egoísta.
* La religión sin amor es vacío.
* La verdad sin amor es lacerante.
* El sexo sin amor es prostitución.
* La amistad sin amor es manipulación.
* La autoridad sin amor es tiranía.
* La prudencia sin amor es cobardía.
* La política sin amor es cinismo.
* La maternidad sin amor conduce al aborto.
* La educación sin amor es adiestramiento.
* La libertad sin amor es libertinaje…
* … Y así, casi hasta el infinito…
El matrimonio es una cuestión importante. ¿Es el consenso social quien decide qué es el matrimonio? No. La amistad conyugal es la única de las amistades que tiene una dimensión sexual, esto es lo que la distingue de las otras formas de amistad. La diferencia sexual no es irrelevante en orden a la definición de matrimonio. Carlo Caffarra, experto en el tema explica que, la masculinidad y la feminidad son diversificaciones expresivas de la persona humana. No es que exista una persona que tenga un sexo masculino o femenino, sino que existe una persona humana que es hombre o mujer.
No podemos olvidar que el cuerpo no es simplemente una cosa que se posee, una posesión de la persona. La persona humana es su cuerpo. La feminidad y la masculinidad no son meros datos biológicos. Ellos configuran el rostro de la persona. La persona es construida femenina o masculinamente.
La capacidad del don de sí tiene una dimensión espiritual y corpórea a la vez. A través del cuerpo hombre y mujer son capaces de formar aquella comunión de personas en que consiste la conyugalidad. En ella se inscribe la paternidad y la maternidad, y sólo en este contexto una nueva persona es introducida en nuestro universo del modo adecuado a su dignidad. No es producida, es generada; es apreciada como don, no exigida como un derecho.
El cuerpo no es una realidad privada de sentido. Un ser humano es persona-hombre o persona-mujer.
A la pregunta de qué es el bien y qué es el mal no se puede responder con lo que cada uno piense que sea bien o mal. Existe una verdad objetiva, no opinable, sobre el bien que puede descubrirse por una persona con sentido común, razonable. La conyugalidad tiene una belleza inconfundible, el bien de la conyugalidad presenta dos aspectos: La conyugalidad es una comunión de personas; esa relación sólo puede darse entre personas, y la base es la bondad, la preciosidad propia de la persona. La comunión de personas no se basa en las emociones o en la mera atracción psicofísica, de eso también son capaces los animales. La persona humana es capaz de decir: “Prometo serte fiel siempre, todos los días de mi vida”. Las personas son capaces de elegir libre y conscientemente.
Es evidente que sólo la persona es capaz de hacer el don de sí misma, y sólo la persona es capaz de acoger ese don. La persona, y sólo la persona, es capaz de auto donarse porque es capaz de auto poseerse en fuerza de su libertad. Lógicamente, no puede donarse quien no es dueño de sí. Pero la persona también puede renunciar a su libertad.
La comunión conyugal de personas –donación y acogimiento– desciende hasta lo más íntimo de ellas: al mismo yo. Es la persona misma la que es donada o acogida. Aquí radica el misterio más profundo de la conyugalidad. Los esposos se “conocen”, y viven una revelación del uno al otro en su íntima identidad.
Otro aspecto de la preciosidad de ser cónyuges está en la posibilidad intrínseca de dar origen a una nueva vida humana. Esta posibilidad está inscrita en la naturaleza misma de ser cónyuges. En el universo creado, esta es la responsabilidad mayor del hombre y la mujer. Es uno de esos “puntos” en donde la acción creadora de Dios entra en nuestro universo creado.
¡Qué importante es tener amor a la verdad! Sin verdad, el amor se vuelve sentimentalismo, el amor se vuelve una cáscara vacía que ha de ser llenada arbitrariamente. Este es el riesgo fatal del amor en una cultura que carece de verdad.
(Ci hanno rubato l’amore, Carlo Caffarra).
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