Vivir con alegría
Cicerón escribió en el año 45 a.C.: “Nadie envejece sólo por vivir un número de años; la gente envejece al abandonar sus ideales; los años arrugan el rostro pero perder el entusiasmo arruga el alma”. En el siglo XXI Stephan Covey dice algo parecido: “El 10% de la vida está relacionada con lo que te pasa; el 90%, con la forma en como reaccionas”.
Estamos viviendo los tiempos de oscuridad espiritual más grande en toda la historia, y a la vez, el mundo nunca ha sido más atractivo, más seductor, más hechizante que hoy. Nunca había tenido más propuestas para que el hombre se enamore de él que hoy. El mundo quiere que estemos 24 horas entretenidos.
Hemos de fomentar la alegría porque somos caminantes rumbo a su felicidad terrena y eterna, sino, algunos nos podrían preguntar ¿dónde está su fe? El filósofo Nietzsche afirmaba de los cristianos: “Dicen que les espera un paraíso de felicidad en el cielo, pero viven tan tristes y de mal genio como si fueran caminando hacia el infierno”.
El mejor modo de vivir es sabiendo disfrutar las pequeñas cosas de cada día: el amanecer, una fruta, la vista de la naturaleza… Cristo ha venido a salvar, no a atormentar. Si hay algo de negativismo en nuestra vida, es señal de no estar en el camino adecuado. Hay personas que se quejan continuamente; eso supone no comprender la Encarnación del Hijo de Dios.
Dios da una alegría que no da el mundo. El cristianismo es la respuesta a muchas preguntas humanas existenciales. Lo que más se adecua al ser humano es el amor a Cristo. El cristianismo es la religión que invita a permanecer en la intimidad con Dios.
Hay que experimentar que Dios nos ama, que está cerca. Decía un poeta: “Se me fue mi amigo con quien tanto quería”. Necesitamos estar con Alguien. Queremos alguien a quien hablar, a quien comunicar lo más profundo de mi ser.
Jesucristo nos enseña: “en el mundo tendréis tribulaciones pero yo he vencido al mundo”: Estamos con él. Ese es el secreto de la alegría. Dice Santo Tomás que la alegría no es propiamente una virtud distinta de la caridad sino efecto de ella. Una persona enamorada está feliz, exultante. No hay alegría sin amor, porque la alegría es acto y efecto del amor. “La alegría es el amor que se paladea; es el amor disfrutado” (Santo Tomás, 2,2).
Si el amor es profundo, la alegría es embriagadora, nos saca de nosotros mismos, por eso las dificultades son pasajeras, superficiales, anecdóticas. Lo permanente somos Dios y yo. Hay quietud. Que deseemos la intimidad con Dios, una intimidad fuerte, profunda. Paladear lo que es estar con Dios, lo que es nuestra vocación. Dios es la fuente de los grandes consuelos y de las compensaciones. Si buscamos compensaciones fuera, nos falta amor de Dios.
“Amarás al Señor tu Dios…”, quiere decir que fuimos creados para la alegría, una alegría en medio de dificultades, pues la vida es superar obstáculos.
Señor: Tú quieres que estemos contentos. Razones para quejarse hay abundantes, pero como cristianos tenemos una razón para estar contentos: que Tú estás con nosotros. “Alegraos en el Señor”, dice San Pablo, “alegraos”. La alegría es el factor que integra lo demás. Si Dios habita en nuestra alma en gracia, todo es accidental.
Hay tristeza en el que tiene avaricia o envidia, dicen los Santos Padres; sin alegría no se puede vivir. La tristeza es la escoria del egoísmo, decía San Josemaría. En cambio, cuando nos entregamos a los demás, hay alegría. Refiriéndose a los cristianos, Paul Claudel decía: “enséñales que su única obligación es la alegría”, porque un testimonio dado con amargura, no sirve.
La alegría es la quietud de la posesión del bien. El pecado del Nuevo Testamento es estar tristes después de que se nos ha dado la buena nueva. Si guardamos los mandamientos de Dios, permaneceremos en su amor.
Dice Isaías (1, 17): “Aprendan a hacer el bien”. Dios nos ha rodeado de una serie de personas y circunstancias que son como un blindaje para que no cometamos pecados mayores.
“En el Cielo no sólo veremos a Dios, sino que nos sentiremos amados por el tres veces Santo, y seremos capaces de amar a ese Dios, increíblemente grande y bueno por la comunicación de la vida divina en nosotros. Bajo la acción del Espíritu Santo podemos abrigar la esperanza de amar como Dios ama”, (Sánchez y Molinero, El más allá, p. 35).
Hay gente que piensa: “Yo quiero una felicidad de plástico”, porque el placer fácil es de plástico, y deja un regusto de amargura. La felicidad más grande es encontrar la propia vocación y seguirla. Así, el esposo que encuentra a la que será su esposa; el Papa da gracias por el don del sacerdocio.
La Sagrada Escritura dice: “A muchos mató la tristeza, y no hay utilidad en ella” (Eccli. 30,25). Al desaparecer el optimismo la persona puede empezar a buscar compensaciones que suplan su deseo de felicidad. Cuando el demonio logra inyectar tristeza en un alma, de incoa el infierno, nos decían en la meditación. Todo se puede venir abajo por falta de fe y de confianza. El primer remedio contra la tristeza es la oración.
Y para terminar, una frase célebre: “Felices los que saben reírse de sí mismos porque nunca terminarán de divertirse”, escribió Santo Tomás Moro.
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Rebeca Reynaud