Nuevos santos mexicanos
Será el domingo 15 de octubre cuando, en el curso de una solemne ceremonia celebrada en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco canonice a los hoy beatos Cristobalito, Antonio y Juan, más conocidos como los “Niños Mártires de Tlaxcala”.
Hablar del martirio heroico de estos tres niños, significa remontarnos a los primeros años de la evangelización de nuestra patria.
Efectivamente, fue entre 1527 y 1529 cuando estos tres niños tlaxcaltecas prefirieron la muerte antes que renunciar a la Fe que habían recibido en el Bautismo.
Uno de ellos, Cristobalito, era de sangre real; era príncipe puesto que su padre, el cacique Acxotécatl, era uno de los personajes más importantes del señorío de Tlaxcala.
Cristobalito recriminó a su padre porque se embriagaba y vivía en adulterio, regaño que no pudo soportar un padre vicioso que lo asesinó cruelmente-
–”Sábete, padre mío -respondió el pequeño mártir- que no estoy triste, sino muy contento, porque me has dado mucha más honra que la que no vale tu señorío”.
Y vaya que fue incalculable el valor de la honra recibida: la palma del martirio y que, tras la solemne declaración pontificia, su vida sea puesta como ejemplo y que su nombre sea invocado por quienes padecen grave necesidad.
Los otros dos niños, Antonio y Juan, fueron martirizado por oponerse a que se rindiera culto a los ídolos.
Fue el historiador Fray Toribio de Benavente, “Motolinía”, quien registró estos hechos en su obra “HISTORIA DE LAS GENTES DE LA NUEVA ESPAÑA”, y, gracias a ello, fue que no se perdió la memoria de aquel acto heroico.
Con el paso de los siglos y, tras haberse demostrado que se daban todas las circunstancias propias del martirio, San Juan Pablo II los beatificó en la Basílica de Guadalupe el 6 de mayo de 1990, emotiva ceremonia a la cual tuvo el honor de asistir quien escribe estas líneas.
El proceso para llevar adelante la causa de canonización siguió adelante y es aquí donde hay que resaltar la gran labor realizada por el Padre don Rubén Rodríguez Balderas, vice-postulador de la causa.
Gracias al empeño de tan ejemplar sacerdote, fue posible que, en 2016, los tres niños mártires fuesen declarados “Patrones de la Niñez Mexicana”, para culminar en su ya inminente canonización.
Los nuevos santos mexicanos, unos niños, son los primeros santos que alcanzaron la gloria en un Continente Americano que apenas estaba empezando a ser evangelizado.
Unos años en que los únicos misioneros que aquí predicaban eran los franciscanos y los dominicos. Los agustinos llegaron en 1533 y los jesuitas -que a la Nueva España llegaron hasta 1572- por aquel entonces aún no habían sido fundados.
Hace muchísimos años aquel ilustre teólogo de la Historia que fue don Salvador Abascal llegó a insinuar que era muy probable que el testimonio dado por los “Niños Mártires de Tlaxcala” haya sido causa directa de las Apariciones del Tepeyac, las cuales tuvieron lugar dos años más tarde.
La canonización de Cristobalito, Antonio y Juan se produce exactamente al año de que otro niño mexicano alcanzara también el honor de los altares: San José Sánchez del Río, canonizado el 16 de octubre de 2016.
Con sobrada razón, hace algunos meses, don Francisco José Fernández de la Cigoña, autor del muy leído Blog “LA CIGÜEÑA DE LA TORRE” (infovaticana.com/blog/cigona) comentó al respecto: “Maravilloso país es México donde hasta los niños son santos”.
El hecho de que estos niños mexicanos sean honrados por el Vicario de Cristo y puestos como ejemplo ante los ojos del mundo entero, demuestra cómo la evangelización de nuestra patria no fue algo superficial y supersticioso como algunos insinúan.
El martirio de los Niños de Tlaxcala -cuando aquí se empezaba a predicar el Evangelio-, así como el del Niño Mártir de Sahuayo -en plena guerra cristera-, son pruebas indiscutibles de cómo el catolicismo lo tenemos los mexicanos metido hasta la médula.
Casos de fe heroica, de amor supremo y de entrega incondicional, no sólo los de estos nuevos santos mexicanos, sino también los de un pueblo excepcional como el nuestro, que en medio de las mayores desgracias, demuestra una generosidad capaz de admirar al mundo entero.
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