¿Vivimos en una sociedad liberal?
Antonio Mascaró
«Cortesía de la Biblioteca Ludwig von Mises»
Si hacemos caso de lo que se dice en (casi) todas partes, vivimos en una sociedad no ya liberal sino ultraliberal. Es la Era de la Globalización. ¡Esto es el capitalismo salvaje elevado a su máximo exponente!
Sin embargo, yo, que me considero liberal, pienso que nuestra sociedad no sólo no es liberal, sino que se está alejando a marchas forzadas de aquella vieja manera de hacer las cosas. Nuestra sociedad ni es liberal ni se acuerda de lo que fue el liberalismo.
No existe ningún programa de acción aceptado generalmente por los liberales de todas las corrientes, pero, para lo que aquí quiero demostrar, tampoco me hace falta. Usaré el Manifiesto Comunista, la antítesis por excelencia del liberalismo. Apareció hace siglo y medio y contiene, entre otras cosas, un programa de diez puntos para alcanzar el sueño comunista: el Paraíso del Proletariado. Mostraré como no sólo en estos últimos ciento cincuenta años hemos avanzado en la dirección marxista en cada uno de esos puntos, sino que, y esto es más importante, prácticamente no oímos ni una sola voz que pida la marcha atrás. ¡Estamos siguiendo los diez puntos a rajatabla!
De hecho, nuestra sociedad ha asimilado ya estos puntos hasta tal extremo, que la alternativa liberal resulta inimaginable para el gran público. El paralelismo no sólo existe con el ideal socialista marxista, sino con el nacional socialista, como bien explicó Leonard Peikoff. En ambos casos, se trata de ideales totalitarios que, ante cualquier situación, no necesariamente problemática, demandan automáticamente soluciones lesivas para la libertad individual. O, en palabras de esa vieja gloria del socialismo europeo más antiliberal, Mussolini: “Todo dentro del Estado, nada en contra del Estado, nada fuera del Estado”.
Vamos allá.
1. Expropiación de la propiedad territorial y empleo de la renta de la tierra para los gastos del Estado.
Hace siglo y medio, si uno poseía un terreno podía hacer con él lo que se le antojara. Era el propietario y punto. Esto tenía mucho sentido porque respetar la propiedad privada garantizaba varios beneficios al conjunto de la sociedad, a saber:
Primero. Al haber un responsable último del terreno, no había dudas acerca de sobre quién recaían las obligaciones y derechos de esa parcela de tierra. La claridad y transparencia legal son indispensables para el correcto funcionamiento de cualquier sociedad. Con ese sistema, cada cual sabía a qué atenerse.
Segundo. También estaba muy claro sobre quién recaían las pérdidas y beneficios de cada terreno. Esto servía de poderoso incentivo para mantener lo propio dentro de unos límites de cuidado. Las fuerzas del mercado recompensaban a los cuidadosos y castigaban a los descuidados.
Pero las cosas han cambiado hacia la dirección marxista.
Ciertamente, no se han expropiado todas las tierras. Es más, la mayoría están en manos privadas. Luego, parecería razonable pensar que en este primer punto, estamos lejos del objetivo marxista.
Pero esa propiedad privada del suelo tiene muchas cortapisas. Para empezar, la mayoría del territorio nacional está calificado como no urbanizable, esto es, a los propietarios de la mayor parte del territorio no se les reconoce el derecho de construir en sus propias tierras. Esto tiene varios inconvenientes, a saber:
Primero. Puesto que cualquier terreno puede ser recalificado en cada momento, no existe esa estable claridad a la que me refería antes. Uno puede comprar un terreno, y sin que cambien las condiciones físicas ni económicas del mismo, la decisión del burócrata de turno puede mandar al carajo los planes del comprador, empobreciéndole. Claro está, podrá suceder también lo contrario; que alguien compre a precio de saldo un suelo no urbanizable que, de repente, es recalificado como urbanizable.
Segundo. Puesto que quienes toman las decisiones sobre estas recalificaciones no gozan de elevadísimos sueldos, pero sus decisiones pueden afectar muy decisivamente a negocios de rentas altísimas, la tentación de la corrupción es enorme. Es más, inevitable.
Tercero. Entre lo uno y lo otro, es claro que los mecanismos del mercado tienen trabas grandes para poder funcionar como debieran. Y esto se refleja en los precios. España, con una densidad de población baja respecto a los países de su tamaño geográfico europeos, tiene unos precios de la vivienda elevadísimos. La oferta de suelo artificialmente baja lo explica.
Pero hay más. Tanto si el suelo está edificado como si no, el propietario paga impuestos. Que, efectivamente, se destinan a financiar “los gastos del Estado”, que son muchos. ¿Quién pide hoy los plenos derechos de propiedad sobre el suelo, esto es, la plena liberalización del suelo? ¿Y cuántos piden que se eliminen los impuestos sobre el suelo y sus rentas? ¿Nadie?
2. Fuerte impuesto progresivo.
Hace siglo y medio, los sistemas tributarios de los países europeos eran muy simples y suaves. Tan simples y suaves que no podían ser muy progresivos. Pero ahora no sólo se aplica la progresividad a ultranza, sino además la complejidad de los tributos es tal que incluso los expertos reconocen tener dificultades para aplicar las tan numerosas y cambiantes leyes fiscales.
Hoy tenemos un Impuesto sobre la renta de las personas físicas y es progresivo. Otro sobre bienes inmuebles que también es progresivo. Otro sobre patrimonio que también. Bueno, tenemos uno sobre sociedades que también. Y otros sobre beneficios empresariales, que no es el mismo, y también es progresivo. No me olvido de las retenciones de la seguridad social, que también son progresivas, claro. Ah, y luego están los de donaciones, sucesiones y transmisiones patrimoniales que también son progresivos pero los comentaré en el próximo punto.
Como suele suceder, esto de “progresivo” aplicado a los tributos nada tiene que ver con el progreso económico de la sociedad. Muy al contrario. Se entiende por progresivo aquel tributo que obliga a pagar más a quien más tiene, no ya en términos absolutos sino relativos. Es decir, si Pérez tiene 100, Fernández tiene 200, si Pérez paga diez, para que el impuesto sea progresivo, Fernández tendrá que pagar más de 20.
Esto, sencillamente, es una discriminación por motivo de riqueza. Se discrimina contra los emprendedores creadores, se discrimina contra los que son diligentes con sus patrimonios. Se desincentiva la creación de riqueza. El objetivo, claro está, es lograr una distribución igualitaria de la renta. Veamos, sin embargo, cómo lo que se consigue es la distribución de la miseria:
Pongamos que en una sociedad la renta media es de 1000€ y se aplica un impuesto tan progresivo que quita a cada contribuyente toda la riqueza que tenga por encima de 1000€ o le entrega la que le falte para alcanzar esa cifra. Al final del ejercicio, todos tienen 1000€, claro. Pero, ¿qué pasa al año siguiente? ¿Cuantos van a esforzarse para conseguir rentas superiores a 1000€? Pocos, sin duda, menos que el año anterior. Siendo esto así, la renta media nacional cae, pongamos hasta 990€. Ya no es posible hacer una redistribución que deje a todos con 1000€. Siguiendo este camino lo que se consigue es desplazar a todos los ciudadanos hacia la pobreza.
La progresividad fiscal es la lenta agonía de la gallina de los huevos de oro. Vilipendiando la acumulación de riqueza se consiguen muchas cosas, para empezar, se destruye riqueza. ¿Quién pide hoy la eliminación de estos impuestos? ¿Cuántos se atreven a atacar la progresividad impositiva? ¿Nadie?
3. Abolición de los derechos de herencia.
Creo que aquí, como en el punto anterior, los burócratas han superado el plan de los marxistas. En lugar de abolir los derechos de herencia, los mantienen para poder gravarlos duramente con los impuestos, que comentaba antes, de sucesiones. Es lo mismo que hacen con el tabaco, el alcohol o la gasolina. En lugar de prohibir estas cosas que tan desagradables les resultan, las gravan para sacarles todo el jugo económico. Pero esto tiene consecuencias.
Poco les importa a los más pobres este impuesto, por motivos obvios. Tampoco quita el sueño a los más ricos, que siempre tienen a su alcance algún recurso para eludir el impuesto. Esto afecta a las clases medias, a los que han acumulado un patrimonio trabajando toda su vida y después no lo pueden dejar a sus hijos. Y, otra vez, la perversa progresividad que desincentiva la acumulación de riqueza. ¿Hubiera sido mejor que esa persona no hubiese ahorrado y que se lo hubiese pulido todo en vida? ¿No? Pues eso es a lo que incentiva nuestro sistema progresivo.
¿Quién pide hoy la eliminación de las restricciones al derecho de herencia? ¿Nadie?
4. Confiscación de la propiedad de todos los emigrados y sediciosos.
En las últimas décadas, muchas personas han abandonado países occidentales (!) para escapar de la elevada presión fiscal. Votan con los pies. Pero a la OCDE, ese cartel de gobiernos, eso de que se le escapen los contribuyentes no le hace maldita la gracia. Así que elaboró una lista negra de paraísos fiscales y fue a por ellos.
Occidente, que destacó en todos los campos del conocimiento, de la técnica y de las artes como ninguna otra civilización humana, es ahora la que espanta a los creadores. Hay autores que han afirmado que fue precisamente esta capacidad de votar con los pies la que en el pasado hizo de Europa un manantial de prosperidad sin parangón. A diferencia de los grandes imperios del Lejano Oriente o de la América precolombina, en Europa, las fronteras siempre estaban cerca. Si el rey se pasaba agobiando a sus súbditos estos tenían posibilidades serias de buscar refugio en el reino de al lado. Y así, los reyes europeos tuvieron que percatarse de que había cosas que no se podían hacer.
Pero ahora Occidente ha puesto la directa en sentido contrario. Hay que armonizar. Se ha acabado lo de votar con los pies. Ya es triste. Peor que triste, es patético ver a los grandes países occidentales perseguir a Vanuatu y Andorra porque no cobran tantos impuestos como ellos. O a Alemania ponerse seria con un municipio que no abruma a sus empresas con tantos impuestos como sus vecinos.
¿Quién se pone hoy del lado de los que se marchan de su patria porque no quieren que la hacienda les siga exprimiendo? ¿Nadie?
5. Centralización del crédito en manos del Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado y monopolio exclusivo.
Este es uno de los puntos a los que me refería cuando dije que estamos ya tan sumidos en el marxismo que la mayoría ya no es capaz de imaginar una alternativa liberal. ¿Verdad que ya sólo somos capaces de pensar en el dinero como algo que “crea” el Estado? O el Supra-Estado Europeo.
Son los burócratas los que deciden cuánto dinero nuevo ha de imprimirse cada año, para aumentar la cantidad que de este hay en el mercado. Y son ellos los que deciden cuánto dinero se retira del mercado a base de vender bonos del tesoro. Son ellos, claro está, los que deciden la seriedad con la que se pagan las deudas contraídas por el gobierno. Son ellos, por tanto, los que determinan la credibilidad de la moneda y, a la postre, su valor.
Pero hubo un tiempo, más liberal que este, en el que el dinero era emitido por bancos privados. Los bancos centrales simplemente no existían. Nadie tenía el monopolio de emisión. Y los billetes de papel estaban respaldados por activos materiales, mayormente lingotes de oro. El tipo de interés interbancario a corto, entonces, no lo dictaban los jefazos de los bancos centrales sino el mercado.
Entender cómo surgió ese sistema del patrón oro, lo que representaba, todas sus implicaciones y las implicaciones de que hoy carezcamos de él, es fundamental para entender hasta que punto nuestro sistema financiero es incompatible con el liberalismo. ¡Manda lingotes! El corazón de nuestra economía no es liberal.
Veamos, pues, muy someramente, qué era eso del patrón oro y que es esto de los bancos centrales que emiten moneda fiduciaria. El economista Jesús Huerta ha comparado en artículo y un libro ambos sistemas bancarios.
Las primeras transacciones económicas de la Historia se realizaron mediante trueque, esto es, cambiando una mercancía por otra sin hacer uso del dinero. A medida que la sociedad prosperó, fue aumentando el número de bienes que se ofrecían y demandaban en el mercado. Y esto, a pesar de las inmensas mejoras que ofrecía a todos, también tenía una desventaja, que consistía, básicamente, en que a veces el que quería vender una mercancía no estaba interesado en lo que le ofrecía el que quería comprarla. Entonces el aspirante a comprador tenía que ir a comprar una mercancía que gustara a su potencial vendedor. Esto dificultaba el funcionamiento del mercado.
Como solución, fueron imponiéndose en los mercados de todo el mundo algunas mercancías que todo el mundo estaba dispuesto a aceptar como pago aunque no estuviese interesado en su consumo final. A estas mercancías se las llamó dinero. Hubo muchos bienes que lograron la categoría de dinero pero el rey fue sin duda el oro.
Así, la diversidad de mercancías intercambiadas en el mercado puedo llegar hasta cotas que habían sido inimaginables con el trueque.
El patrón oro, muchos siglos después, se limitó a institucionalizar este descubrimiento. Cada gobierno definió su moneda nacional en términos de oro. La libra esterlina, por ejemplo, se definió como una cuarta parte de una onza de oro. Cada banco tenía la obligación de guardar oro por valor equivalente a los billetes que había emitido. De esta manera uno podía ir a un banco y cambiar cuatro libras esterlinas por una onza de oro. Puesto que el oro era, precisamente, el bien más aceptado y de más fácil negociación en los mercados, tener oro significaba poder comprar con facilidad.
Además, puesto que los mercados nunca han dejado de hacer esa apreciación tan favorable al oro, este no perdía valor con el paso del tiempo y así, una persona que atesoraba libras (o lingotes de oro) mantenía su riqueza. Si esta persona dejaba de confiar en su banco, podía retirar el oro y mantenía su riqueza.
Pero un día algo cambió. En escenarios de triste memoria como la isla de Jekyll o Bretton Woods, se forjó un sistema en el que los billetes serían emitidos por un único banco central controlado por el gobierno. Y estos billetes ya no estarían respaldados por oro. O sea, hablando claro, todos los que tenían oro depositado en bancos perdieron el derecho a retirarlo porque ya no se reconocía que esos billetes otorgaran tal derecho. Un robo, ni más ni menos.
Esto tuvo consecuencias graves. Desde entonces, cuando los ciudadanos pierden la confianza en las autoridades monetarias y van a retirar su dinero del banco. Se quedan con billetes que van perdiendo su valor, no mantienen su riqueza. Se empobrecen.
Para saber más sobre este proceso por el que se substituyó el sistema financiero liberal por este otro tan poco destructivo, podéis leer “What Has Government Done To Our Money?” de Rothbard o “The Twilight of Gold” de Palyi. ¿Quién pide hoy la eliminación de los bancos centrales? ¿La libertad de los bancos privados para emitir moneda? ¿O el retorno al patrón oro? ¿Nadie?
6. Centralización en manos del Estado de todos los medios de transporte.
De momento, han privatizado Iberia. Y la mayoría de los vehículos sobre nuestro asfalto son privados. Pero… ese asfalto está totalmente en manos del Estado, aunque sea en forma de concesiones administrativas a empresas monopolistas privadas. Los ferrocarriles y los metros sí que son públicos al 100%. Lo mismo que los puertos y aeropuertos. Incluso los slots, los pasillos que aéreos por los circulan los aviones, están controlados por los burócratas. Podríamos hablar también del transporte del agua (Plan Hidrológico Nacional), que ha de pasar por manos de las administraciones públicas.
Y eso que cuando se escribió el Manifiesto, los medios de comunicación estaban en pañales. Y en ese campo, también, lo tenemos todo muy negro, o muy rojo. TVE es pública. La 2 también. Telemadrid también. TV3 y C33 también. Y ETB 1 y 2 también. Y TVG, y Canal Sur y Canal 9 y Punt Dos… Y, obviamente, todo el espacio electromagnético es de titularidad pública. Y si alguien quiere abrir algún medio nuevo necesitará la licencia de turno.
¿Quién pide hoy la privatización de Renfe? ¿Y del metro? ¿Y de los puertos y aeropuertos? ¿Y de la red nacional de carreteras? ¿Las teles? ¿El espectro electromagnético? ¿Nadie?
7. Multiplicación de las empresas fabriles pertenecientes al Estado y de los instrumentos de producción, roturación de los terrenos incultos y mejoramiento de las tierras, según un plan general.
La desmesura con la que se han ido aplicando los demás puntos ha permitido que este sea un tanto irrelevante. Realmente, si el Estado grava los beneficios de cada empresa, el salario de cada trabajador, el solar y el edificio de cada negocio, el valor añadido de cada transacción, cada compra, cada venta, cada alquiler, ¿para qué poner las empresas en manos del Estado sobre el papel si ya están en sus garras de facto?
Y, sin embargo, la proporción de trabajadores que están a sueldo del sector público en las economías occidentales ronda el tercio del total. ¿Quién pide hoy que se reduzca el número de personas que cobran de las administraciones públicas? ¿Nadie?
8. Obligación de trabajar para todos; organización de ejércitos industriales, particularmente para la agricultura.
Aquí ha habido algunos cambios interesantes: de la obligación de trabajar para todos se ha pasado al derecho de algunos a trabajar poco o directamente a un salario sin empleo. Obviamente, para que algunos reciban algún salario sin trabajar, otros tendrán que trabajar para ellos. Esto en otro tiempo se llamaba esclavitud y era atacado vehementemente por los que querían la igualdad de todas las personas. Pero ahora se quiere igualar a todos haciendo que unos trabajen para otros.
Tanto es así que ha habido quien se ha dedicado a calcular cuántos días laborales dedica el ciudadano medio de cada país a pagar impuestos. En Estados Unidos, por ejemplo, si uno dedicara su salario íntegramente a pagar impuestos desde el primero de enero hasta que hubiese cumplido con todas sus obligaciones fiscales de ese año, no dejaría de pagar hasta el 19 de abril. Esto es, hasta mediados de abril no podría destinar ni un centavo de su sueldo a compra pan o pagar facturas, todo para el Estado…
Eso sí, no se puede permitir que los que trabajan negocien sus propias condiciones laborales. Hay que regularlos y tenerlos bien controlados. Es con ese fin que, cada dos por tres, sindicatos y patronal deciden las condiciones de trabajo de la mayoría en los convenios colectivos, ¡no vaya a ser que cada persona negocie su contrato como si fuese un adulto! Unos sindicatos, por cierto, que dependen financieramente del Estado.
¿Quién pide hoy la independencia financiera de los sindicatos, o sea, que apechuguen sus afiliados con los gastos? ¿Quién se atreve a pedir la desregulación del mercado laboral? ¿Quién pide que se acaben los “costes laborales no salariales”? ¿Nadie?
9. Combinación de la agricultura y la industria; medidas encaminadas a hacer desaparecer gradualmente la diferencia entre la ciudad y el campo.
Hoy tenemos pequeños pueblos de provincias donde llegan líneas de tren, donde hay polideportivos y centros sanitarios y todo tipo de instalaciones propias de grandes urbes. Y todo corre a cargo de las administraciones públicas y del eterno déficit de las corporaciones locales. O sea, asegurar monopolios públicos ruinosos en cada aldea a costa del contribuyente.
Y, como no podría ser de otra manera al tratarse de empresas públicas, ¿qué se hace cuando queda de manifiesto su ineficiencia? Se pretende tapar esta a base de carretadas de dinero público. Misteriosamente, subvencionar lo ineficiente no suele redundar en una mayor eficiencia. Y así el problema engorda. Y todos callan.
¿Quién pide hoy que deje de subvencionar lo ineficiente? ¿Nadie?
10. Educación pública y gratuita de todos los niños; abolición del trabajo de éstos en las fábricas tal como se practica hoy; régimen de educación combinado con la producción material, etc., etc.
Educación pública y gratuita en realidad ha significado educación obligatoria a cargo de todos los contribuyentes para asegurar que ni los enunciados de los exámenes universitarios queden exentos de errores ortográficos. ¡Esto es progresismo! Tanto en nuestras escuelas públicas como privadas, son los burócratas los que deciden cuantas horas de cada asignatura hay que dar. Y, casualidades de la vida, estos burócratas barriendo siempre para casa, promueven temarios de adoración a las administraciones públicas y de desconfianza hacia la libertad y la responsabilidad individual.
En el mundo anglosajón está aumentando el número de padres que sacan a sus hijos del sistema educativo para educarles en casa, lo llaman homeschooling. Suelen agruparse varios vecinos y así se aseguran tutores que dominan materias diversas. Los resultados no sólo están dejando en ridículo a las escuelas públicas sino a las privadas. Está surgiendo una nueva generación más culta y más crítica hacia los políticos. Pero aquí somos más sociales y no creemos en la sociedad civil.
¿Quién pide hoy en España la reducción de las escuelas públicas, la aceptación del homeschooling o el cese de la intervención política en los temarios? ¿Nadie?
Bueno, pues si no había nadie, aquí estamos nosotros, los jóvenes liberales.
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