Cataluña: ¿punto final o punto y aparte?
Después de una larga y controvertida espera, Mariano Rajoy, presidente del gobierno español, decidió aplicar el Artículo 155 de la Constitución, con el cual se le pone punto final a la intentona separatista de Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat Catalana.
Según el citado precepto constitucional, Puigdemont y secuaces que lo acompañan en su aventura, cesan en sus funciones, se convoca a elecciones dentro de un plazo máximo de seis meses, el gobierno central asume el control de Cataluña y, si el frustrado independentista insistiera en sus pretensiones, iría a dar con sus huesos a la cárcel.
De este modo, aparte de hacer cumplir la Constitución, Mariano Rajoy parece interpretar lo que es un clamor en toda España.
Y es que, tanto en Madrid como en Barcelona, fueron cientos de miles los que, agitando banderas españolas, salieron a las calles defendiendo la unidad de España.
En Madrid, el orador principal fue el historiador e intelectual José Javier Esparza. En Barcelona, quien arengó a las multitudes fue el Premio Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa.
Eso sin contar con el apoyo moral del rey Felipe VI, los líderes de la Unión Europea, del presidente Donald Trump e incluso del Vaticano. Todos ellos favorables a la unidad de España.
Todo parece indicar que se ha puesto punto final a una querella que acabó en sainete.
Mas, sin embargo, éstos son polvos de aquellos lodos, puesto que encontramos un elemento que es nada menos que el pecado original que ocasiona toda esta discordia.
Nos referimos al Artículo 2 de la vigente Constitución de España que fuera aprobada el 6 de diciembre de 1978 y en la cual se estipula lo siguiente:
“La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”.
Desde luego que está clarísimo que el Artículo 2 realza la “indisoluble unidad de la Nación española”, lo cual significa que España es UNA y, por lo tanto, no puede ser fragmentada.
Sin embargo, en el citado artículo también se menciona el derecho a la autonomía de las “NACIONALIDADES”, y ésta es la palabra controvertida. Porque, al reconocer que dentro del Estado español existen “NACIONALIDADES”, da pie a que no solamente los catalanes, sino también los vascos e incluso los gallegos, utilizando sofismas jurídicos, puedan justificarse argumentando que sus naciones son oprimidas por el Estado español.
Al llegar a este punto, francamente no sabemos que pensar.
En el momento en que sus autores redactaron el texto constitucional… ¿Sabían lo que estaban haciendo al poner claramente la palabra “NACIONALIDADES”?
¿No hubiera sido mejor y se habría evitado todo este problema, si, en lugar de “NACIONALIDADES” hubiesen puesto la palabra “COMUNIDADES”?
¿No sabían que estaban dejando una bomba de tiempo que habría de estallar algún día?
Siendo todos ellos peritos en Derecho Constitucional y siempre asesorados por expertos en la materia… ¿Por qué lo hicieron?
De momento, Rajoy parece tener el control de la situación, lo cual significa que los separatistas han perdido la batalla.
Ahora bien, y no es con el ánimo de ser aguafiestas, pero… ¿Qué pasará cuando, dentro de un semestre, los catalanes acudan a votar?
¿Se reflejará en las urnas esa voluntad mayoritaria de seguir formando parte de España? ¿Qué porcentaje lograrán los separatistas?
Y en el caso de que las encuestas previas mostrasen una tendencia favorable a la unidad de España… ¿Mostrarán su conformidad Puigdemont y su pandilla? O, por el contrario… ¿Tomarán las calles en un intento por sabotear los comicios?
Consideramos que aún no se ha puesto punto final al conflicto, sino que, lamentablemente, éste es más bien un punto y aparte.
El problema continua y en gran parte se debe a que el Artículo 2 de la Constitución de España menciona la palabra “NACIONALIDADES”.
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