Berrinches de niños y papás
Hay momentos en los que no entiendes por qué Amazon aún no vende una varita mágica que abra un portal y mande a tus hijos con Ant Man o a donde sea, excepto frente a ti… Más que nada para salvaguardar sus vidas antes de que aparezca en acción Hulk o peor aún, Thanos… Al menos 5 segundos para enfriar los ánimos… ¿No me digan que no sería el producto más vendido? ¿A poco no desearían que Tony Stark viviera?
Los adultos no deberíamos de perder la compostura ni desfigurarnos tan fácilmente ante arranques de ira y frustración de nuestros niños. A fin de cuentas se supone que somos mayores que ellos, hemos madurado, tenemos más recursos, entendemos mejor la información que nos dan nuestras emociones, etc… Sin embargo, más de una y más de dos mil veces nos descubrimos uniéndonos al “coro” de nuestro chiquillo.
Mientras el niño estalla en cólera por algo que para él parece ser de vida o muerte, tú inmediatamente sacas al juez que llevas dentro para dictaminar que es “ridículo y manipulador un comportamiento de esa magnitud para algo tan intrascendente”. Así que mientras él monta el “berrinche” del siglo para demandar se cumpla lo que pide o necesita… Tú ni tardo ni perezoso montas el tuyo para igualmente exigir que se cumpla lo que tú quieres, claro, en el mismo tono e idioma que el del pequeñajo… Sólo que tus “formas” no las consideras berrinche ni manipulación sino una “actuación educativa por su bien” y se prefiere obviar, que el niño no cuenta con la capacidad y recursos para manipular, ese es un concepto de adultos. Los niños piden lo que necesitan, como pueden.
Sin embargo, entre adultos se consideran “herramientas/estrategias educativas” útiles y adecuadas el amenazar, chantajear, manipular o vociferar frases como: “¡Yaaaaa cállate, no se gritaaaaaaaaaaaaaaaa!!!”, “así nooooooooooo se piden las cosas!!!!!”, “para arreglar las cosas se hablaaaaaaaaaaaaaaaa decentementeeeeee!!!!”, etc. Asimismo, se justifica un trancazo “a tiempo” para explicar a los niños que no se pega o qué no deben hacer… ¿¿??
¿En verdad la edad adulta otorga el poder de humillar y abusar de los menores o de los débiles? ¿Será que los papás a veces somos los primeros que no aplicamos los súper consejos que les exigimos cumplir a nuestros hijos? ¿A poco sí creemos que se puede corregir una “forma incorrecta” aplicando la misma “forma incorrecta”? ¿Será que usar el mal para acabar el mal realmente ayudará a los niños a no imitar lo que hacemos mal y a no continuar reproduciendo modelos educativos violentos e irrespetuosos? ¿Será un tipo de aplicación de la teoría de psicología inversa?
Queremos que nuestros niños sepan qué hacer ante la frustración, pero nosotros cómo reaccionamos ante la frustración que sentimos al no poder calmar un bebé que llora sin parar, al escuchar “no me quiero bañar” o “no me quiero salir de la tina”, al oír “no quiero comer, esto está asqueroso” o “quiero más” y pues ya no hay más o ya no debe de comer más, al presenciar batallas campales entre los hermanos porque “me dijo” o “no me dijo”, porque “me vio” o “no me vio”, porque “me quitó” o “me lo dio” o porque sí, al presenciar “accidentes” con vasos de agua que “no tira nadie” sino que “se caen solos” o fugas de “sudor” que no son pipí en la cama a las 2am cuando estás exhausta… En fin, por mencionar algunos típicos ejemplos que elevan la temperatura interior.
Es fácil echarles la culpa y quererlos mandar a Timbuktú o al Triángulo de las Bermudas, pero ellos sólo son niños y están aprendiendo qué hacer y qué no, cómo, dónde y cuándo. De hecho, ni si quiera tienen completamente desarrollado su cerebro y se supone que nosotros debemos acompañarlos y ayudarlos a sacar su potencial. Por tanto, esos momentos “imperfectos” que “rompen la armonía, paz y felicidad” son perfectos y necesarios, no sólo para ellos, incluso para nosotros para seguir creciendo en mil y un virtudes y habilidades, pero sobre todo para decidir quién queremos ser y actuar en consecuencia.
¿Por qué les exigimos a nuestros niños ser “perfectos” si nadie lo somos?… No necesitamos varitas mágicas, ni ser perfectos ni tener hijos perfectos, ni una vida perfecta para publicar en Instagram. Necesitamos agradecer y aprovechar esos momentos perfectamente imperfectos para crecer juntos e ir descubriendo nuevas formas más respetuosas y verdaderamente formativas… Por cierto, si la riegas se puede pedir perdón, eso también educa.
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Luz Ma Dollero
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