Aborto y democracia

P. Santiago Martín
(Franciscanos de María)

Durante muchos años, una parte importante de la jerarquía católica estadounidense ha defendido que el aborto no debe ser tenido en cuenta a la hora de decidir el voto de los católicos. Se le atribuye al difunto cardenal Bernardin el concepto de la “túnica inconsútil” aplicado a este tema. Según esto, el votante católico no debía tener en cuenta en primer lugar el aborto para decidir su voto, sino que debía considerar todos los valores que estaban en juego en cada elección y así decidir en función de lo que consideraran que, en conjunto, era más importante defender.

El aborto se convertía de este modo en un elemento más a tener en cuenta y no necesariamente el más decisivo.

Esta teoría ha permitido a muchas generaciones de católicos votar a partidos que promueven leyes abortistas y más recientemente las más radicales leyes pro LGTB+. Siempre había algo bueno en el partido pro aborto -en Estados Unidos es el Partido Demócrata- que servía de justificación al católico para votarle.

Ni a esta jerarquía, ni a los fieles que les apoyaban, les afectaron la promulgación de los “tres principios innegociables” proclamados por Benedicto XVI. Para ellos, el aborto era un elemento más, y no el primero. Lo primero era su partido político y para votarle echaban mano de cualquier argumento.

Así han estado décadas entonando la misma canción: saquemos el aborto del debate político, no hagamos que la comunión a los políticos abortistas sea una cuestión política, etc, etc, etc.

Pero ahora resulta que es precisamente el partido político que defiende el aborto el que lo ha introducido de lleno en el debate electoral, hasta el punto de que el gran argumento del Partido Demócrata para las elecciones que se celebrarán en unos días en Estados Unidos es, precisamente, la defensa del aborto.

El aborto es ya presentado como un derecho inalienable de la mujer y, como consecuencia, debe poder ser realizado hasta el último instante de la vida del no nacido. Eso ocurre con el llamado “aborto por decapitación”, que tiene lugar cuando, en el parto, aparece la cabeza del feto fuera del seno materno y, en ese momento, se le introduce una aguja que le atraviesa el cerebelo y lo mata instantáneamente, quedando así el cuerpo del recién nacido disponible para ser comercializado.

Si para los republicanos, la gran cuestión a debatir en estas elecciones es la economía, para los demócratas esa cuestión es el aborto.

Esto llega hasta el punto de que, en su último discurso, el católico presidente Biden ha afirmado que está en juego la democracia y haya prometido reiteradamente que, si tiene mayoría en el Congreso y en el Senado, obligará a todos los Estados a permitir el aborto sin limitaciones, incluido el aborto por decapitación, lo cual ha sido acogido con entusiasmo por una de las entidades que más dinero aportan a su campaña: Planet Parenthood, la multinacional abortista.

¿Qué harán ahora los católicos estadounidenses que votan al Partido Demócrata? ¿Podrán seguir diciendo que el aborto es una cuestión menor, una entre tantas, y que, por lo tanto, no les condicionará para seguir votando al partido de sus amores?

El aborto se ha convertido, para disgusto de los que siempre han dicho que no era tan importante, en la cuestión esencial de la política estadounidense y, si es la cuestión esencial -y son los demócratas los que lo dicen- debe ser tratada como tal y, por lo tanto, hay que decidir el voto sobre ella.

Afortunadamente, un sector de la jerarquía católica estadounidense, y un sector de los fieles, aún conserva la suficiente lucidez como para darse cuenta de que no hay problema mayor que el derecho a la vida de los inocentes.

Monseñor Chaput acertaba hace unos días al decir que el católico presidente Biden es un apóstata; y el Comité Provida de la Conferencia Episcopal, refiriéndose también a Biden, decía que “su extremismo debe terminar”.

Naturalmente que estos argumentos no harán mella en los ciudadanos que ponen primero al partido político al que aman incluso por encima de Dios, pero deberían hacer pensar a los que no están tan radicalizados. Y, sobre todo, deberían servir para que dejen de decir que el aborto no debe influir en el voto. Es el Partido Demócrata el que lo ha puesto en primer lugar y ahora no queda más remedio que ser consecuentes.

No hay excusa para el que vota a un partido que ha hecho del aborto lo más importante de su programa. Si lo hace, no estará salvando la democracia -salvo que la democracia se entienda como el derecho a matar a los inocentes-, sino que le estará haciendo un gran daño y él mismo estará manchándose las manos con la sangre inocente de los niños asesinados.
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P. Santiago Martín

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