Aplicar la teoría de los dos hijos nos llevaría a la extinción

Actualmente muchos matrimonios dudan entre elegir tener uno o dos hijos, o una familia más normal. Los especialistas enumeran multitud de limitaciones y desventajas que trae consigo, tanto a nivel personal, como familiar y social, al llevar a la práctica la teoría del hijo único. Entre estos argumentos destacan los siguientes:

a) El hijo único carece de la vida de comunidad con sus hermanos, y por lo mismo, de las oportunidades para practicar las virtudes sociales;

b) el excesivo mimo de los padres con el hijo único -lo muestra la experiencia- hace al niño egocéntrico e incapaz de despertar en él la conciencia de los deberes sociales, como por ejemplo de ayudar al necesitado y a las instituciones de servicio público.

Si el fenómeno del hijo único cundiese a nivel nacional y por un periodo prolongado de una generación, pronto presenciaríamos una inmigración masiva de extranjeros, que vendrían a ocupar los puestos vacíos y –con el tiempo- los de responsabilidad, que no llegaron a ocupar los que nunca nacieron.

Las cifras no mienten: si los padres de la generación actual tuviesen cada uno una hija y un hijo (o sea: dos descendientes), que al casarse más tarde, tengan, a su vez dos hijos, la población del país habría comenzado a extinguirse.

Debido a que no todos contraen matrimonio: algunos mueren más pronto; otros, por sus enfermedades no se casan; otros se ponen miras más altas, que sólo se pueden cumplir libres de vínculos familiares; hay quienes no encuentran nunca la persona con la que hubieran decidido casarse; y de los matrimonios que se contraen, no pocos –por motivos voluntarios o involuntarios- se quedan sin descendencia.

La experiencia señala que un pueblo se sostiene en pie, únicamente si el número de los hijos es de tres o cuatro por familia; el número ha de ser mayor si se quiere que aumente la población.

El fondo del problema radica en la generosidad de los padres, porque del amor que se tengan, de la rectitud de conciencia y de su alegría por vivir, depende su descendencia, y, en cierto modo el futuro de México.

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Gabriel Martínez Navarrete

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