Asimetrías de corrupción

Un país muestra cualidades simétricas cuando los diversos espacios y disposiciones de las partes corresponden a su dimensión natural. La simetría es reflejo de verdad, de belleza y de armonía. En cambio, la asimetría revierte el auténtico brillo de lo que debiera ser. En ese sentido, la evidencia de asimetría carece de belleza, altera la verdad, resulta discordante.

A riesgo de ser considerado poco optimista, pienso que México en nuestra época representa el momento del hundimiento de la cultura ilustrada así como la etapa de la aparición de un nuevo país. Entre el derrumbe de los idolos político-económicos y la manifestación de una nueva conciencia transcurrieron sólo algunas décadas de vandalismo con efectos peores que los que suelen brindarnos los conflictos y las tragedias naturales. Me refiero a la devastación de las inteligencias y a la aniquilación de la sabiduría de nuestros antepasados.

Sabemos ahora, que los idolos a los que nos aferramos en tiempos de angustia, ya no permanecen más. De manera natural nos planteamos dos preguntas: ¿En qué inéditos poderes humanos nos podremos apuntalar para el futuro?, ¿de dónde nacerá la nueva época? Los ideales de nuestros abuelos descansan en solares baldíos. No enderezan ya ni espacios ni hogares. Tres noticias revelan el momento actual.

En días pasados, los medios informaron hasta la saciedad sobre las significativas asimetrías relacionadas con el “huachicoleo”. Desde videos filmados con drones de vuelo nocturno hasta entrevistas de campo con diversos interlocutores.

Tres reportajes de la radio captaron mi atención. El reportero informó sobre un conductor formado en fila para cargar combustible, quejándose de la “oferta” que le hizo un despachador de la gasolinera para adelantarlo en la línea de espera. Otro informativo se refirió a las cifras de homicidios manipuladas a la baja por el gobierno anterior para dar la impresión de seguridad. La última, consistió en divulgar que el huachicoleo daña la economía del país y el bolsillo de los mexicanos. Lo último es cierto, sólo en parte. Sobre todo, daña en primer lugar a quien lo practica, y luego a los demás porque reverbera el mal ejemplo e invita a ejercer la misma práctica.

La corrupción es personal. No es una superestructura a la cual destruir para lograr la aparición del hombre nuevo, del pais nuevo, de la cultura nueva. Es un asunto de uso equivocado de la capacidad de decisión del ser humano. Es la trama de fondo que refleja los vicios y el desenfreno institucionalizados. Desde el empleado extorsionador, a la autoridad falseadora de cifras; y devorando las explicaciones equívocas de los efectos perversos del huachicoleo, nos topamos una y otra vez con la persona corrupta.

Y la cereza del pastel: ¡Que nadie nos imponga constituciones morales!

Cito a continuación el siguiente párrafo en la prensa de hoy, “Cuando el gobierno se mete a dictar la moral a los ciudadanos, puede quedarse chiflando en la loma. Para asegurar que la conducta del individuo no ponga en riesgo la convivencia, hay algo mejor: la aplicación irrestricta y sin distingos de la ley”. (Excelsior, 15.01.2019; Pascal Beltrán del Río, artículo Moralizar, in fine) Me pregunto: ¿Se refiere a la ley positiva? Si fuera así, no se puede criticar a ningún gobierno que dicte leyes despóticas y abusivas. Si se refiere a la ley natural moral, el gobierno nunca quedará chiflando en la loma. De verdad que me apena la ignorancia y confusión mental cuando se compara moral natural con moral religiosa y se descalifica la primera por suponer igualdad conceptual con la segunda. Es el caso de la mayoría de los informadores.

Efectivamente, nadie nos puede imponer lo que ya llevamos puesto: la ley natural moral. No me canso de insistir que moral no es sinónimo de religión. O reconocemos los ordenamientos naturales y los enseñamos y defendemos, o nunca construiremos futuros prometedores.

En realidad, nada revela mejor el notorio y silencioso mal de la sociedad mexicana que el uso habitual de la frase “el que no transa no avanza”. Me atrevo a expresar que ya es una asimetría institucionalizada. Y como decía el filósofo de Güemes: “Árbol que crece torcido, es que no le pusieron palito”

Para concluir. Es necesario detener las asimetrías de corrupción. Es un empeño valiente que debe ser acompañado con la educación. En esta época, ¿quién puede ayudar con mayores posibilidades de éxito? Los medios de comunicación, y la radio en especial.
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Rubén Elizondo Sánchez

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