Benedicto XVI: «santo súbito»

— P. Santiago Martín
(Franciscanos de María)

“Santo súbito”, “santo enseguida”, esas fueron las palabras que salieron del corazón y de la garganta de millones de católicos tras la muerte de San Juan Pablo II. Fue una canonización popular inmediata, que precedió a la oficial.

He recordado aquellos momentos cuando he leído la carta de Benedicto XVI, que ha publicado como respuesta a las acusaciones que le han hecho. Pero no un santo que entre en el catálogo de los “confesores”, que son aquellos que demuestran con su vida su amor al Señor. Benedicto debe ser canonizado, cuando le llegue la hora de ir al cielo, como “mártir”, pues, aunque su sangre no ha sido derramada físicamente, lo ha sido moralmente.

El acoso y la persecución que ha sufrido desde que decidió separarse de sus amigos iniciales -entre ellos Hans Küng- ya durante la celebración del Concilio Vaticano II, ha sido un auténtico martirio. La gota final -hasta el momento- ha sido la absurda acusación de que protegió a varios sacerdotes pederastas, especialmente a uno de ellos, al que acogió en su diócesis de Münich.

Efectivamente, le acogió. Efectivamente, estuvo en la reunión en la que se decidió acogerle. Efectivamente, los que prepararon su alegato defensivo ante las acusaciones hechas por los abogados pagados por la diócesis de Münich, se equivocaron al decir que no estuvo en esa reunión.

A esa equivocación se han agarrado sus feroces enemigos para llamarle mentiroso y acusarle de encubridor.

Ocultan a sabiendas, sin embargo, que la participación en esa reunión había sido ya contada mucho antes por el propio Benedicto, como aparece en el libro de Peter Seewald sobre él.

Ocultan, también a sabiendas, que en esa reunión sólo se decidió que el sacerdote pederasta fuera admitido en la diócesis para recibir terapia y que se le prohibió cualquier contacto con menores y el ejercicio del culto público. Fue en una reunión posterior, años más tarde (cuando ya Ratzinger no era arzobispo de Münich pues había sido nombrado prefecto de Doctrina de la Fe), cuando en otra reunión en la que él no participó se decidió permitirle el ejercicio público del sacerdocio.

Todo eso lo saben perfectamente los que han elaborado la acusación contra Benedicto, pero les ha dado igual, porque el objetivo no es buscar la verdad, ni tampoco defender a las víctimas, sino acabar con el prestigio del mejor Papa teólogo que ha tenido la Iglesia en muchos siglos. El objetivo era acabar con la persona para demoler su obra, que se alza como un dique contra la marea de modernismo y relativismo que amenaza a la Iglesia.

Esta semana, Benedicto ha hecho pública, en una sencilla carta, su defensa. Es verdad que pide perdón por todos los casos de abusos que se han producido durante el tiempo que ha tenido responsabilidades, como San Juan Pablo II pidió perdón por las cosas malas que había hecho la Iglesia en el segundo milenio cuando estábamos entrando en el tercero. Pero lo importante de la carta es la manifestación del profundo dolor que ha experimentado por haber sido llamado mentiroso.

Es por eso, y por todo lo que le han hecho antes, que es un mártir y habrá que reclamar su canonización inmediata cuando el Señor le llame a su lado.

Pero lo sucedido deja también enseñanzas y preguntas.

Nos enseña que todo está organizado por los que implementan el nuevo orden mundial.

Incluso su carta, llena de humildad y que transpira dolor, ha sido utilizada contra él. Los grandes medios han titulado la noticia diciendo que Benedicto pide perdón por su responsabilidad en los abusos sexuales, minimizando su rechazo a la acusación concreta de que había permitido que un sacerdote pederasta volviera a ejercer.

Las preguntas no son menos importantes:

¿Por qué está en silencio la inmensa mayoría de los obispos ante esta cacería contra el hombre al que le deben muchos de ellos el episcopado?

El cardenal Duka, de Praga, ha salido en su defensa acusando directamente al cardenal Marx del acoso a Benedicto. Otros también le han defendido. Pero la mayoría ha callado o se ha limitado a enviar una carta privada, incluso después de que él haya reiterado y demostrado su inocencia.

Este silencio, sin duda, es tan doloroso para Benedicto como la acusación misma.

A pesar de todo eso, sus enemigos han fracasado. De nada va a servir que en Google ya hablen de él como “ex Papa” y no, como hacían hasta ahora, como “Papa emérito”, como si hubiera sido castigado por la Iglesia y reducido al estado laical, como un McCarrick cualquiera.

El prestigio de Benedicto entre los católicos que de verdad lo son, no sólo no ha disminuido, sino que ha aumentado. Han intentado acabar con él, como lo intentaron con Pell entre otros, y lo único que han conseguido es que le amemos aún más y que cada vez seamos más los que le consideramos un santo vivo y los que gritaremos, en la hora de su muerte, “santo súbito”.
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P. Santiago Martín

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