Bicentenario de la Independencia de México: Felicitación del Papa
Hasta Francisco nos felicita ahora por cumplirse los doscientos años de la Independencia de México, es decir, los doscientos años como país, como nación. Ciertamente fecha su felicitación un 16 de septiembre, pero la hace llegar al Presidente de la Conferencia Episcopal Mexicana, Monseñor Rogelio Cabrera, el día 27 de septiembre de 2021. ¿Cuál es el día que deberíamos celebrar? ¿Qué son más importantes, las primeras piedras o las últimas?
El Papa en su mensaje se une “a la alegría de la celebración”; la cuestión es ¿cuál alegría? Ha pasado bastante desapercibido ese día, un lunes normal de trabajo, sin nada realmente especial. Es como si los mexicanos estuviéramos condenados a celebrar solamente en la intimidad de nuestro corazón y, si acaso, de nuestros hogares, el bicentenario de nuestra nación.
Francisco, nos anima a “fortalecer las raíces y reafirmar los valores” que nos constituyen como nación. Pero “fortalecer las raíces”, requiere una “purificación de la memoria”, por eso, nuevamente pide perdón por todos los hechos que “no han facilitado la evangelización” y más concretamente por los hechos recientes que “se cometieron contra el sentimiento religioso cristiano” del pueblo mexicano, en velada alusión a los crímenes de pederastia clerical. Digámoslo más claramente, una vez más, para “fortalecer nuestras raíces” el Papa hace una “mirada retrospectiva” y pide perdón por el uso de la violencia durante la evangelización, en el pasado remoto, y por la pedofilia en el pasado reciente.
“Pero no evocamos los errores del pasado para quedarnos ahí, sino para aprender de ellos”. El Papa nos anima a “sanar las heridas”, “cultivar un diálogo abierto y respetuoso” con el fin de alcanzar “la tan anhelada fraternidad”. No son banales estas palabras, pues cuando algunas de nuestras autoridades se empeñan en reabrir heridas hace tiempo cicatrizadas y polarizar y dividir más aún a la población mexicana, el Papa nos recuerda que no es ese el camino. Que no podemos quedar prisioneros de nuestro pasado, sino que debemos proyectarnos audaz y orgullosamente a nuestro futuro, pues finalmente un bicentenario, para una nación, es solo el principio de una gran aventura colectiva.
Francisco nos invita a “construir el futuro con gozo y esperanza”, “reafirmando los valores” que nos han constituido “y que nos identifican como pueblo”. ¿Existen unos valores propiamente mexicanos?, ¿cuáles son?, ¿no están hondamente erosionados por copiar modos de vida extranjeros?, ¿no manifestamos, tristemente, un cierto complejo de inferioridad frente a formas de vida propias de países “más desarrollados”? En ese sentido, la legalización del aborto no supone, ni remotamente, un valor mexicano. El Papa menciona entre esos valores, por los que nuestros ancestros han derramado su sangre a “la independencia, la unión, la religión”. Sí, también hay que recordarlo, ¿cómo olvidar a los cristeros?, ¿cómo olvidar que parte de ese “Grito de Dolores” fue reconocer a Santa María de Guadalupe?, ¿cómo olvidar que la religión formaba parte de los valores defendidos por el ejército trigarante y que está representada en el color blanco de nuestra bandera?
Es curioso que el Papa venga a recordarnos la realidad de nuestra auténtica historia. Es curioso que nos venga a recordar que la Virgen de Guadalupe estuvo presente en el inicio de la Independencia y es el símbolo que nos caracteriza como nación. Es curioso que venga a recordarnos que la religión fue un valor fundamental –reconocido en el Plan de Iguala-, por el que lucharon nuestros héroes de la independencia, los cuales no se sentirían representados en el estado laicista que ahora somos. Por eso, en ese proceso de volver a nuestras raíces, de reconciliarnos con nuestro pasado, hay un rubro que resulta improrrogable: reconocer la identidad católica del México naciente, y el reconciliar de forma dialogante y cooperativa a la Iglesia con el Estado.
El mensaje de Francisco, felicitándonos por el bicentenario de nuestra independencia, va en esa línea. Comienza pidiendo perdón, pero anima a un diálogo maduro, a una cooperación eficaz, a una fraternidad auténtica. ¿Seremos capaces de ello o permaneceremos presos de viejos mitos decimonónicos y de complejos raciales, los cuales somos incapaces de superar?
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P. Mario Arroyo
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