Cataluña, polvos de aquellos lodos
Al fin llegó el tan esperado 21 de diciembre, fecha en que -según lo dispuesto por el artículo 155 de la Constitución Española- se celebraron elecciones generales en Cataluña.
Si se consideran estos comicios como un referendo acerca de la independencia, el hecho de que, más del 52% de los sufragios haya sido a favor del bloque contrario a los separatistas, es prueba evidente de que, más de la mitad de los catalanes, prefieren seguir siendo españoles.
Lamentablemente, tal y como lo disponen las leyes, el sistema de coaliciones les da la victoria a los independentistas, puesto que -de un total de 135 escaños- obtienen 70, o sea, dos más por encima de la mayoría absoluta.
De nada sirve que los habitantes de la gran ciudad de Barcelona hayan votado en contra del separatismo. No sirve de nada porque el actual sistema electoral está constituido de tal manera que, fácilmente, se sabotea la voluntad de la mayoría.
De este modo, Carles Puigdemont ha de estar carcajeándose de lo lindo allá en Bruselas. Unas carcajadas que -desde el Tibidabo hasta Montjuic- se escuchan en los cuatro puntos cardinales de la Ciudad Condal. Unas carcajadas que resuenan en toda España y que, en el madrileño Palacio de la Zarzuela, le han de haber puesto los pelos de punta a Mariano Rajoy.
No obstante, lo que está ocurriendo en Cataluña no son más que polvos de aquellos lodos.
Ya lo hemos dicho en otra ocasión y volvemos a repetirlo: La causa de este problema, en gran parte se encuentra en la Constitución Española, la cual, en su Artículo 2 -al hablar de la autonomía de las diferentes regiones- utiliza la palabra “nacionalidades”, en vez de utilizar la que sería más apropiada: “comunidades”.
Y, basándose en este desliz constitucional, fue como a los separatistas les crecieron las alas, puesto que, en cierto modo, cuentan con un fundamento constitucional.
Otro elemento digno de analizarse es el hecho de que, a partir de que el socialista Felipe González subió al poder en 1982, los planes de estudio se reformaron de tal modo que dieron origen a una auténtica revolución cultural.
En efecto, dentro de los planes de estudio -y de manera especial en los libros de Historia- se les enseña a los alumnos (especialmente catalanes, vascos y gallegos) que España es una potencia colonizadora que invadió Cataluña, Vascongadas y Galicia, que por la fuerza las integró a un Estado central y que las explota sacándoles todo el provecho posible.
Por otra parte, la insistencia en que en dichas regiones (Cataluña, Vascongadas y Galicia) se insista en que todos hablen la lengua vernácula, haciendo a un lado el español, ni duda cabe que va creando una mentalidad de menosprecio hacia España.
Y así durante más de treinta años, lo cual significa que toda una generación de catalanes, vascos y gallegos han visto deformada su mentalidad al creer “a pie juntillas” que son oprimidos por una potencia colonial.
Así pues, aunque quienes tengan más de 50 años de edad se consideren españoles (fueron educados bajo otros planes de estudio), el problema de fondo subsiste y se acrecienta puesto que las nuevas generaciones piensan ya de modo diferente a la de sus padres.
Que a nadie le extrañe que, antes de una década, lo que acaba de ocurrir en Cataluña se repita tanto en Galicia como en el País Vasco.
Una conjura meticulosamente trazada -tanto en la Constitución como en los planes de estudio- para fragmentar la unidad española.
Algo que también deja mucho que desear es la torpeza -¿torpeza?- cometida por Mariano Rajoy cuando, teniendo ya el control de Cataluña, decidió convocar a elecciones de modo tan apresurado.
¿No hubiera sido mejor esperar un semestre para ver si se calmaban los ánimos?
El resultado para el Partido Popular fue desolador: Tan sólo 3 diputados, con lo cual se queda sin grupo propio dentro del parlamento catalán.
Como antes dijimos, esto seguramente habrá de ponerle los pelos de punta a Rajoy, especialmente con miras a las elecciones generales que habrán de celebrarse antes de 2020.
De aquí a entonces… ¿seguirá Rajoy cometiendo torpezas?
Si la respuesta fuese afirmativa, que a nadie le extrañe que -después de quebrarse el bipartidismo a nivel nacional- el gran ganador sea el Partido Ciudadanos de Albert Rivera, quien (a pesar de ser catalán) es un ferviente defensor de la unidad de España.
El futuro se muestra como una incógnita, pues, una vez que Puigdemont, Junqueras y separatistas que les acompañan regresen al poder, lo más seguro (salvo sorpresas) es que insistan en proclamar la independencia.
Y si lo hacen, estaremos ante el cuento de nunca acabar: Rajoy aplica nuevamente el 155, vuelve a convocar elecciones y después… ¿…?
Como ya en su día lo dijimos, refiriéndonos al problema catalán, más que poner punto final, lo que hay que poner es punto y aparte. Y todo porque esto no se acaba fácilmente.
En estos momentos nos encontramos ante una Cataluña ingobernable que -debido al éxodo de industrias- corre el peligro de caer en una recesión económica.
No hay efecto sin causa: Estos son polvos de aquellos lodos.
redaccion.nuevavision@gmail.com