Como a Obama, a Trump le encanta hacer leyes con “un bolígrafo y un teléfono”
Ryan McMaken
“Cortesía de la Biblioteca Ludwig von Mises”
Cuando Donald Trump incrementó los impuestos al acero y el aluminio en forma de un gran aumento arancelario, prácticamente nadie en Washington parecía demasiado afectado por el hecho de que el presidente subiera impuestos sin demasiado debate en el Congreso.
Por supuesto, en la versión de la política estadounidense de la escuela primaria se enseña a los niños que el Congreso controla impuestos y gastos. Los aumentos de impuestos deben estar sometidos a una votación en el Congreso para convertirse en ley. O eso se nos dice.
El principio del legislativo controlando los ingresos públicos se remonta a siglos, al menos hasta los tiempos del conflicto entre el rey inglés Carlos I y el Parlamento. Entre los partidarios del Parlamento, se creía que los reyes (incluido Carlos, por supuesto) eran propensos a desperdiciar en guerras el dinero de los impuestos. Así que el rey se veía obligado a ir al Parlamento a recabar fondos para las guerras que quería iniciar.
Sin embargo, en los modernos Estados Unidos ya no tenemos que perder el tiempo en esas anticuadas formalidades. Hoy en día, el presidente, que, en palabra de Barack Obama, tiene “un bolígrafo y un teléfono”, puede sencillamente aumentar los impuestos siempre que quiera a través de una orden ejecutiva. Solo tiene que llamar nuevo arancel al aumento de impuestos y afirmar que todo se realiza por la seguridad nacional.
Por supuesto, los antiguos partidarios del Parlamento eran demasiado inteligentes como para caer en ese truco de la “seguridad nacional”. Incluso los gastos de guerra tenían que obtener la aprobación del Parlamento. Sin embargo, el Congreso de Estados Unidos hace tiempo que renunció a su control sobre los impuestos y creó un enorme hueco en los aranceles en el que cualquier presidente puede colarse y aumentar impuestos si dice que se trata de una necesidad militar.
Si leemos las órdenes ejecutivas de Trump, vemos que formalmente usa la excusa de la seguridad nacional. Los textos de las órdenes ejecutivas aumentando los aranceles al acero y el aluminio declaran ambos que la falta de aranceles “amenaza con menoscabar la seguridad nacional de Estados Unidos”.
No se presenta ninguna evidencia de que eso sea verdad. Y, en realidad, el secretario de defensa ha declarado concretamente que los aranceles no son necesarios para la seguridad nacional:
Los requisitos militares de EEUU de acero y aluminio representan solo en torno al 3% de la producción nacional. Por tanto, el DoD no cree que las conclusiones en los informes impacten en la capacidad de los programas del DoD para adquirir el acero o aluminio necesarios para atender los requisitos de defensa nacional.
Pero basta con invocar la expresión y esta actúa como un talismán mágico que elimina la necesidad de cualquier debate o votación en el Congreso sobre una subida de impuestos.
Dada nuestra aparentemente abúlica actitud sobre estos asuntos, es difícil imaginar el porqué de tanto escándalo durante la Revolución Inglesa y la lucha por la independencia parlamentaria en Inglaterra. A aquellos ingleses antiguos aparentemente les faltaba la idea de los estadounidenses modernos de que tendría que permitirse al poder ejecutivo aumentar los impuestos cada vez que quiera, siempre que pronuncien unas pocas palabras sobre “seguridad nacional”.
La preferencia de Trump por la acción ejecutiva
Los aumentos de impuestos no son el único tema en el que a Trump le gusta gobernar por decreto.
También sobre asuntos de control de armas de fuego, a Trump parece entusiasmarle evadir el Congreso.
“Como prometí, hoy el Departamento de Justicia publicará la norma de que prohíbe los REPETIDORES con su correspondiente periodo para comentarios”, dijo Trump en Twitter al hacerse el anuncio. “PROHIBIREMOS todos los dispositivos que conviertan armas legales en ametralladoras ilegales”.
Dejando aparte el hecho de que los repetidores casi con seguridad no convierten las armas legales en “ametralladoras”, podemos sin embargo ver cómo ha considerado esta administración (y la mayoría de ellas a lo largo del siglo pasado) el proceso legislativo en Estados Unidos.
¿Queréis prohibir algo? Basta con que el gobierno emita una “norma”. ¡No hace falta legislación, debate, votaciones ni ninguna otra cosa de esa “democracia” pasada de moda! ¿Y si incumples alguna de estas nuevas “normas”? Bueno, puede que te espere una larga condena en prisión.
Por supuesto, no hay ningún indicio de que Trump planee detenerse en los repetidores. Como nos ha informado con mucho entusiasmo, no le gusta demasiado en proceso debido para hacer leyes con aportaciones públicas. Todo eso es demasiado tedioso, por lo que, en lo que se refiere a las armas de fuego, Trump quiere “Primero acabar con las armas de fuego y luego seguir el proceso debido”.
No es que Trump sea especial en su desdén presidencial por el proceso debido. Es solo que está dispuesto a decirlo alto y claro.
A Trump no parece gustarle especialmente emitir unilateralmente sus propias leyes, ya que parece que está dispuesto a firmar más órdenes ejecutivas que cualquier otro presidente en los últimos 50 años.
Es verdad que este único indicador no es muy bueno para medir lo malo que es un presidente. Llevando solo un año en su presidencia, George W. Bush estaba firmando la Ley Patriota de EEUU, eliminadora de libertades, y reclamando invasiones a gran escala de diversos países extranjeros, países que no podrían considerarse ninguna amenaza para Estados Unidos. Tenía la aprobación del Congreso para ello, por desgracia.
Pero junto al evidente desdén de Trump por el proceso debido y su voluntad de emplear cínicamente la treta de la “seguridad nacional” para aumentar los impuestos a los estadounidenses, no es una tendencia prometedora.
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