¿Cómo fomentar la unidad de México?

“Es mejor la unidad, que ganar”, dijo en cierta ocasión Winston Churchill.   Y esta frase pasó a la posteridad y se hecho célebre en el mundo de la política. El significado de esta expresión puede considerarse válido para muchos países, y para casi todas las épocas y gobiernos; y hoy en día, para México, donde gobierno e iniciativa privada ya no se fían uno del otro y la inversión privada yace  sepultada como un muerto.

Siempre es mejor estar unidos, que peleados y divididos por retener o conseguir el poder. Una nación dividida es semejante a una familia rota: lo que debería ser paz, tranquilidad, orden, cohesión y sosiego se puede transformar en guerra, intranquilidad, desorden, dispersión y ansiedad, con el consiguiente daño para todos y cada uno de los habitantes.

Con el desorden no se va a ninguna parte. El líder, si desea ser eficaz, necesita ser instrumento de unidad. El mejor activo de un país se encuentra en la unidad de sus habitantes; que es precisamente la prioridad número uno que deberían tener los dirigentes.

¿Cómo lograr esa unidad? ¿Su propuesta de gobierno en qué debe basarse? A mi juicio, necesita poseer los siguientes rasgos, si realmente desea continuar en el poder y mejorar a buena parte del pueblo: 

1) Fomentar lo más posible la responsabilidad y la libertad personal de cada ciudadano, especialmente de quienes tienen algún tipo de poder, ya sea económico, judicial, político, militar, etc.,  de modo que éstos “tiren del carro” de acuerdo a los intereses del bien común o del país.. La libertad de acción debe ser proporcional al grado de responsabilidad.

2) Enseñar a los ciudadanos a valorar las consecuencias de sus acciones con respecto a los demás. ¿Cómo? Promoviendo una educación en la que los pilares sean:

a) Respeto a la moral natural.

b) Revalorizar el papel de la familia, como núcleo donde se inicia la formación, que después deberá ser complementado con una adecuada instrucción en las escuelas, animando a los padres de familia a interesarse por la educación de los hijos.

c) Capacitar a los más posibles para que puedan ganarse la vida mediante el ejercicio de un oficio o profesión.

d) Crear una verdadera mentalidad de servicio a los demás, que debe reflejarse en un trabajo bien hecho.

3) La ejemplaridad en el comportamiento, es el modo más eficaz de ayudar a otros a que actúen bien.

Lo dicho hasta aquí no basta, si no se consigue una auténtica confianza; la cual no reside en la capacidad para decidir de modo adecuado (la experiencia, la información cierta y suficiente, un excelente equipo de trabajo, etc., pueden ayudar), sino la confianza en las intenciones de quien manda, es lo único que puede dar origen a la autoridad, y por lo tanto, a la libre aceptación de quienes están abajo. Esta confianza se refleja en los foros de consulta popular, cuando captan los genuinos requerimientos y necesidades de la población.

Mediante la aceptación  popular se obtiene el poder; es decir, la voluntad política para que el dirigente electo maneje por motivos exteriores (decretos y reglamentos) el comportamiento de otras personas. Pero este poder no significa que posea autoridad ante los demás. Porque la autoridad se reconoce, cuando existe la seguridad de las buenas intenciones en quien ejerce el poder. Por las obras es como conocemos a cada quien. Los discursos solamente tienen el valor del momento en que se pronuncian.

¿Cómo se puede perder autoridad?: mediante el uso injusto del poder; cuando el poder no se usa en el caso y en el momento en que debería usarse (permisivismo); usando inútilmente el poder (pérdida del sentido de la dirección).
Generalmente la pérdida de autoridad se acompaña por un proceso continuado de frustraciones, que llevan a crear una oposición que puede llegar a ser muy seria, y un obstáculo para la realización de los planes de gobierno.

Cualquier dirigente que propugne y estimule la lucha de clases, estaría actuando contra la unidad de la sociedad, promoviendo el odio –que es desunión y rompimiento-; y a la postre estaría descalificado para ejercer cualquier tipo de liderazgo de servicio a los demás. Esto casi siempre se refleja por un escaso arrastre ante la población que piensa, y una posible mayoría de simpatizantes, a los que se les ofrece una ilusión de mejora en las condiciones de vida, sin que se vea nada concreto. En México, tal vez ya está  ocurriendo esto: no hay unidad, por falta de confianza.
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Gabriel Martínez Navarrete

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