¿Cómo fue que lo malo se volvió bueno?
Una periodista colombiana, Ángela Marulanda, pregunta: ¿Cómo fue que lo malo se volvió bueno? Y explica: Hemos ido adoptando una postura de apertura a todo, incluido lo malo y lo peligroso, aun cuando vaya en contra de lo sano y de los principios. Por ejemplo: Los adultos quieren seguir pareciendo jóvenes, mientras que los adolescentes quieren los privilegios de los adultos. La juventud ha sido glorificada a tal punto, que los ancianos ya no son venerados por su sabiduría, sino menospreciados por sus arrugas.
Varios padres y madres divorciados conviven con sus “marinovios” y algunos de sus hijos e hijas pasan las noches con sus “amigovios”.
Los malvados son justificados, los bondadosos son ridiculizados y los íntegros son repudiados. Lo que más se admira hoy es la fortuna que se amasa, no la honestidad con la que la haya logrado ni la generosidad con que la comparta. La mejor credencial es tener mucho dinero, como quiera que se haya ganado y, lo peor es tener poco por ser honrado.
El maltrato y el acoso se volvió un entretenimiento de los jóvenes, la infidelidad se justifica, la impunidad se glorifica, el vocabulario soez e considera gracioso y la vulgaridad se celebra como divertida.
Los jóvenes bondadosos son llamados “nerdos”, mientras que los aguerridos son temidos y los ostentosos con reverenciados como héroes.
La gente que defiende los principios éticos y morales a menudo es tachada de puritana o anticuada, mientras que la libertina es admirada y elogiada.
¿Qué nos pasó? ¿A qué hora lo positivo se volvió negativo y lo malo se volvió bueno en tan poco tiempo?
La gente busca divertirse u ofuscarse con el alcohol. Hay placer pero no hay felicidad sino vacío interior. San Pablo dice: Los frutos del espíritu son: amor, gracia, paz, paciencia, gentileza, bondad, fidelidad, humildad, dominio de sí (Gal 5, 22-23).
Si el humano rescatara su naturaleza espiritual, seguramente veríamos con m ás frecuencia esos frutos en la conducta de las personas. La ciencia informa y enriquece pero se vuelve estéril cuando debe hablar de sentido y de significado, de vida y camino.
Caminamos junto a personas que esconden su vida en diminutos auriculares que callan las voces cercanas, personas con tatuajes y perforaciones cutáneas, pantalones intencionalmente envejecidos o rotos, vemos una vida interior que se alimenta de remiendos y tintas vistosas. Se inventan enigmas y los siguen, sin saber por qué ni para qué. Van creciendo así grupos de individuos pero no comunidades (personas que buscan conjuntamente el bien común).
Deberíamos detenernos un momento para meditar, mirar al cielo y a nuestra interioridad para rescatar la magnificencia de nuestra vida espiritual, porque en ella está la Verdad y el sentido de nuestra existencia. No pocas veces corremos, y corremos sin saber adónde. Los mejores pasos son lentos y seguros, porque de la precipitación no salen más que desatinos.
Muchos no perciben la desnudez de su alma porque amortiguan su desconcierto con dinero, placer o alcohol. Para dar sentido a la vida se requiere mucho más que eso. Rompamos las cadenas que nos sujetan para no oír la voz de Dios. Nosotros mismos reducimos nuestro horizonte a la soledad. El proyecto divino para cada humano es glorioso, pero da la impresión de que no lo hemos comprendido suficientemente. Dios nos quiere como grandes cedros de Líbano o grandes palmeras, pero plantadas en su Casa.
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Rebeca Reynaud