De los ocho espíritus malvados / La tristeza
Dice Póntico: “la tristeza es la boca del león y fácilmente devora a aquel que se entristece”.
¿Por qué escribir sobre la tristeza?, ¿por qué es interesante el tema desde la perspectiva de las primeras causas y en conjunción con las causas próximas?, ¿por qué no escribir sobre la alegría, o esperanza? Son preguntas cuya respuesta ha de ser necesariamente profunda, como profundo es el abismo de la debilidad humana.
Considero que la indagación para desnudar los núcleos de significado de las interrogantes iniciales ―y muchas otras más― se logra, en parte, al embarcarse en la lectura de la presente colaboración y en las que siguen.
Pero puedo adelantar dos insinuaciones: una de ellas de carácter universal, es decir, la tristeza es amiga y enemiga inseparable de toda la vida humana porque es una realidad vital de la que ningún ser humano puede liberarse; la segunda es de entraña más específica: todos hemos padecido tristeza como compañera amistosa en diversos entornos y como adversaria implacable, sin duda.
Son muchos otros también los que la han sufrido desde tiempos inmemoriales y la padecerán las generaciones después de ahora. Para usar palabras actuales, la tristeza es un fenómeno inserto en el marco de la globalización.
Tal vez sea conveniente ―no lo sé, el lector dirá― esgrimir un último argumento de raigambre genuinamente académica: es mejor indagar sobre la tristeza que relegarla al anonimato.
Me encontré hace tiempo con una acepción del vocablo tristeza: procede del latín luctor, luchar, combatir, luchar por, luchar contra; el descubrimiento me impresionó, no lo niego. Lo interpreté como una necesidad ineludible para entender el espíritu malvado de tristeza: es una señal de la afectividad que indica la unión personal con el mal, con lo nocivo y corruptivo, y es la contraseña para iniciar cuanto antes la separación de ella y el retorno al bien.
Nunca pasará de moda. Entraña una constante y continua manifestación del ser humano plasmada en los más diversos y normales sucesos del quehacer cotidiano. Hoy, en la actualidad posmoderna de nuestra sociedad, la tristeza no ha pasado al olvido, ni siquiera en la sociedad de consumo y competencia.
¿No nos ofrecen cientos de productos para satisfacer nuestras necesidades y alegrarnos la vida? Y nunca, como ahora, este espíritu malvado se manifiesta como una epidemia de alcance universal.
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Rubén Elizondo Sánchez