De los ocho espíritus malvados / La tristeza (IV)

Recuerdo cuando comencé a estudiar piano: mi maestra –de aquellas de viejo cuño, severa y rigurosa– me enseñó que las notas musicales básicas son siempre las mismas, no son ilimitadas sino que son sólo siete. De su combinación y recreación encontramos siempre nuevas formas de expresión musical. Así es el repertorio de los espíritus malvados, todas ellos revestidos de acotaciones muy precisas que se despliegan en nuestras vidas. Por más complejos que sean no dejan de ser muestrarios limitados.

Comprender y profundizar el tema de la tristeza humana me ayudó a entender la urgencia de la prevención y corrección para ordenar esa emoción dentro de sus límites propios y, sobre todo, a no perderme en el laberinto sentimental de la vida personal y colectiva.

Existen razones perennes para dedicar tiempo y esfuerzo en orden a examinar este espíritu malvado.

Dice Aristóteles: “Las cuestiones que se plantean son iguales en número a las que se saben. Ahora bien planteamos cuatro cuestiones: el qué, el porqué, si es y qué es. En efecto, cuando, viendo un cierto número de cosas, buscamos si es ésta o ésta otra, v.g.: si el sol se eclipsa o no, buscamos el qué. Una prueba de ello: en efecto, si descubrimos que se eclipsa, nos damos por satisfechos; y si desde el principio vimos ya que se eclipsa, no buscamos si <lo hace o no>.

«En cambio, cuando sabemos el qué, buscamos el porqué, v.g.: sabiendo que <el sol> se eclipsa y que la tierra se mueve, buscamos por qué se eclipsa o por qué se mueve. Así, pues, esas cuestiones las planteamos así, algunas otras, de otro modo, v.g.: si es o no es un centauro o un dios: digo si es o no es sin más, y no si es blanco o no lo es. Ahora bien, cuando sabemos que es, buscamos qué es, v.g.: ¿qué es, pues, dios?, o ¿qué es el hombre?” (Aristóteles; Segundos Analíticos, II 89b 23-35).

Si nos preguntamos si el hombre padece o no tristeza, buscamos el qué. Si conocemos que el hombre sí padece tristeza, ahí termina la indagación acerca del qué. Enseguida nos preguntamos el porqué de la tristeza.

La experiencia que poseemos sobre nosotros mismos y las manifestaciones que observamos en los demás, inducen a pensar que todos los seres humanos mostramos tristeza como parte de la vida afectiva, que padecemos diversos estados de ánimo que los griegos nombraban con el término pasión, en griego πάθος (pathos).
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Rubén Elizondo Sánchez

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