Democracia, democracia…
Es bastante claro que no todos entendemos lo mismo por democracia. Lo cual no es algo menor: parafraseando una frase muy conocida, «en nombre de la democracia se han cometido muchos crímenes»; y no porque la democracia los propicie, sino porque el concepto es deformado o, en el extremo, prostituido.
Se habla de que nuestra democracia es una democracia que aún no se consolida, y es de esperarse. Si nos comparamos con países de una larga tradición democrática, de varios siglos, es evidente que 20 años o un poquito más de experiencia democrática significan que todavía estamos aprendiendo qué es lo que significa y como la debemos aplicar.
Hasta aquí la teoría. La verdad es que nadie en nuestra clase política se atreve a decir que no es demócrata, como ocurría en algún momento en los sistemas políticos fascistas del siglo pasado, basados en un caudillo o un líder carismático que no se sometía al escrutinio de los votantes, y se veía este desprecio por la democracia como algo que convenía a la nación. Por otro lado, muchos regímenes, sobre todo en la órbita soviética, se autodenominaban “democracias populares”, donde se hacían simulacros de votaciones donde, oh casualidad, los miembros del partido en el poder siempre ganaban con porcentajes mayores al 95%. O, tristemente, el caso mexicano de la Dictadura Perfecta, que presumía de democracia en la propaganda interna y en los foros internacionales.
Si entendemos por democracia un sistema que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica, tenemos que reconocer que pocos verdaderamente son demócratas.
Todo parte de la definición lo que es el ciudadano o, en el peor de los casos, la definición de lo que es el pueblo. Sí sólo algunos son parte del pueblo y todos los demás no tienen derecho a opinar, lo que verdaderamente estamos encontrando es un simulacro de democracia. Partiendo del sistema original de los griegos, que sólo consideraban ciudadanos a los varones libres, mientras que mujeres y esclavos, que probablemente formarían un 70% de la población, no tenían derecho al voto. O como en el antiguo sistema estalinista donde solo los miembros del Partido tenían derecho a votar, y normalmente votaban por consigna. O en regiones de los Estados Unidos donde los esclavos negros recién emancipados, sólo podían votar si sabían leer, escribir y estaban al corriente de sus impuestos. Con lo cual, en la práctica, no tenían acceso al voto.
En la situación actual de México, esto todavía no se está dando. Pero ya está viendo una intención de considerar que el pueblo son solo los pobres, y de estos sólo los que son revolucionarios. La clase media, a los que se les dice ingratos que han olvidado que en algún momento fueron pobres, no se les considera dignos de opinar ni mucho menos de criticar las situaciones de Gobierno. Tal vez tienen el concepto del Conde de Floridablanca, durante el tiempo de las colonias españolas, que decía a los habitantes de estas: Sepan los americanos que nacieron para callar y obedecer y no para intervenir en los altos asuntos del Gobierno. Y la situación no era muy diferente en España: sólo la nobleza tenía derecho a opinar temas públicos.
¿Será que vamos allá? De hecho, en parte lo que se juega en estas elecciones del año 2021 es el modelo de democracia que tendremos en las próximas décadas. Una democracia completa, con amplia participación, con respeto a los derechos de las minorías que no alcanzaron la mayoría en el voto, y el fortalecimiento de los ciudadanos o, como algunos desean, el regreso al tiempo de los caudillos, aquellos pocos que gobiernan aprovechando las formas democráticas, pero que en el fondo son profundamente autoritarios.
Sí, hay muchos que están seguros de querer la democracia, pero todavía no entendemos que la democracia es un modo de caminar; aun no les queda claro el esfuerzo que hay que invertir para construir una democracia razonablemente madura. También hay que reconocer que la clase política no entendió o no quiso entender de qué se trata el cambio democrático. Que, al dejar el autoritarismo, dejaron vacíos de poder y que, ante la falta de control, se multiplicó la corrupción. Pero eso no es un problema del sistema democrático. La solución no es regresar al autoritarismo más o menos abierto.
Al final de cuentas, la construcción de la democracia es tarea de la ciudadanía. Es algo tan importante que no se le puede confiar a la clase política. Y es algo tan fundamental que sobrepasa el ámbito de lo electoral y se debe llevar a todos los aspectos de la vida pública, incluyendo en primerísimo lugar, el manejo interno de los partidos políticos. Porque si los propios partidos políticos no tienen en su manejo interno formas democráticas, malamente las van a aplicar cuando se les confíe el Gobierno.
De modo que hay que tener en cuenta que la tarea nos toca a nosotros, a los ciudadanos y si la democracia no arraiga en nuestro país, probablemente la parte mayoritaria de culpa la tendremos la propia ciudadanía, que no exigimos con suficiente fuerza y sabiduría a nuestros empleados, la clase política, que actúen conforme a nuestros deseos. ¿Está dispuesto a tomar su papel de ciudadano en estas próximas elecciones y dar su voto a quienes están en contra del autoritarismo?
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Antonio Maza Pereda
Cuenta Larga
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