El Miércoles de Ceniza nos recuerda la fugacidad de nuestra vida

Como todos los años, llegó el “Miércoles de Ceniza”, esta vez sin carnaval que lo precediera. Entramos al rigor de la Cuaresma sin festejo previo que caldeara los ánimos. Más bien al contrario, podríamos decir que nos ha tocado vivir una prolongada Cuaresma durante toda esta pandemia.

¿Cuál es la historia y el significado del signo de la ceniza? ¿Por qué goza de tanto arraigo popular? ¿Transmite un mensaje lúgubre o esperanzador?

La ceniza tiene un significado penitencial que se pierde en la noche de los tiempos. Ya los antiguos habitantes de Nínive la usaban con este sentido, como también los judíos y, finalmente, los cristianos. En la antigüedad, cuando la celebración de la penitencia era pública y se hacía el Jueves Santo, los penitentes la utilizaban para confesar sus culpas. Cuando la recepción del sacramento de la confesión se hizo privada, se mantuvo el signo de la ceniza como inicio del tiempo cuaresmal. A partir del siglo X se hizo obligatorio para toda la Iglesia.

¿De dónde se toma la ceniza? La tradición, desde el siglo XII, es que se elabore con los ramos del Domingo de Ramos anterior. Al imponerse, en la frente o en la cabeza, se utiliza una de las siguientes fórmulas: “Arrepiéntete y cree en el Evangelio” o “Polvo eres y en polvo te convertirás”, esta última tomada de las palabras que Dios le dirigió a Adán después del pecado original (Génesis 3, 19).

Este año, por la pandemia, se modifica levemente el rito, de forma que sólo se pronunciará una vez la fórmula de imposición, para luego poner la ceniza en silencio sobre la cabeza de cada fiel, o se repartirá en pequeños sobres a los fieles.

La ceniza, en su materialidad, con la marca de la cruz sobre la frente, y la sentencia que la acompaña, es un signo fuerte.

Nos recuerda la caducidad de nuestra vida, la fugacidad de todas las cosas materiales, la banalidad de tantas inquietudes que agitan nuestro corazón. Pero al hacerlo, nos invita a mirar nuestro auténtico destino, nos ayuda a elevar la mirada por encima de lo perecedero y descubrir nuestra vocación a la eternidad. La ceniza nos ayuda así a mirar más alto, por arriba de los afanes que tantas veces sacuden nuestra existencia, hacia la vida eterna.

El pueblo fiel, en su sabiduría, no exenta de la inspiración del Espíritu Santo, ha captado el mensaje; descubre su oportunidad, sabe que lo necesita. Una vez al año, por lo menos, recordamos que somos mortales y llevamos la marca de ello sobre nuestra cabeza. La ceniza se convierte así en el mejor antídoto frente a la superficialidad, el hedonismo y el consumismo. Una vez al año recordamos nuestro destino, nuestra llamada a la eternidad, lo que nos permite elevarnos por encima de las cosas materiales y las preocupaciones ordinarias. Podemos relativizar así nuestros problemas, mirar la vida y sus dificultades con serenidad.

¿No resulta, todo sumado, un tanto tétrico el mensaje de la ceniza? Depende cómo se lo vea, pues en realidad puede ser iluminante y esperanzador. Cuando muchas veces estamos absortos, absorbidos por los afanes de esta vida, nos viene bien recordar su finitud, y el hecho de que nuestra existencia no se agota en estas coordenadas espacio-temporales. Nuestra vocación a la eternidad nos proyecta hacia la verdadera esperanza, con la cual podemos hacer frente a los trabajos y sinsabores de la existencia.

La ceniza en particular, y la cuaresma en general, miran al meollo de la condición humana. Su capacidad de resiliencia, de rehacerse o, en términos más clásicos, su apertura a la conversión. El sentido de la penitencia cuaresmal es claro: no conformarnos con lo que hasta ahora hemos hecho, ser conscientes de que somos capaces de ofrecer una mejor versión de nosotros mismos. La cuaresma y la ceniza nos recuerdan que no estamos determinados por nuestros errores y fracasos; por el contrario, siempre queda la posibilidad de reinventarnos, rehacernos, y cambiar para mejorar el guion de nuestra vida. Es humano errar, pero más humano es rectificar. La ceniza nos recuerda que no somos perfectos, que todavía no hemos alcanzado el clímax de la condición humana, pero estamos en camino, a través de un proceso de continua mejora. La cuaresma es, simplemente, el momento de acelerar el paso, de enfocar los objetivos, y la ceniza nos lo recuerda.
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P. Mario Arroyo
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