El sacrificio de George Floyd
La lamentable muerte de George Floyd, así como las protestas subsiguientes, dan mucho que pensar. La imagen de Derek Chauvin con la rodilla sobre el cuello de Floyd es icónica de la prepotencia del poder y muestra, gráficamente, la idea de una opresión que aún perdura. Racismo y abuso del poder sintetizados en una dolorosa imagen. El descontento global es comprensible y justificado. La pregunta que queda en el aire es: ¿el modo de protestar también lo es?
En una sociedad civilizada existen los cauces legales para denunciar el crimen de asesinato y abuso de poder. La prepotencia no quedará impune. Derek Chauvin ya está detenido en un penal de alta seguridad, a la espera del justo juicio. En la sociedad civilizada también existen los cauces para manifestarse civilmente y mostrar la indignación, incluso a través de los medios de comunicación y redes sociales. ¿Es necesario destruir, incendiar, agredir?
Hay un tufillo extraño en todo este asunto. No hace falta ser guionista de House of Cards para darse cuenta de que le están sacando el máximo beneficio político a la muerte de George Floyd. Y, a decir verdad, si indigna el modo absurdo e inmisericorde con el que encontró la muerte, también indigna el oportunismo político, que quiere capitalizar con su sacrificio, en vísperas de una contienda electoral. Los que mueven los hilos se frotan de gusto las manos con la muerte de Floyd, pues le sacarán partido, y eso es repugnante, como también lo es el que utilicen la conmoción pública y el idealismo de los jóvenes para “jalar agua hacia su molino”. Tanto desprecio por la vida de Floyd manifiesta el que se la quitó como el que la utiliza.
El mensaje transmitido es realmente lamentable, pues supone el fracaso de la civilización, y lo triste es que lo encarnan jóvenes, es decir, los protagonistas del futuro. La idea comunicada es muy clara: la civilización, las instituciones, no sirven. Sólo la violencia soluciona las cosas; hay que ahogar la violencia –el asesinato de Floyd– con una frenética espiral de violencia todavía peor. Es el fin de la civilización y la legitimación de la barbarie; no se debe responder a la violencia ciega con la violencia absurda, porque nos ponemos al mismo nivel, nuestro justo reclamo pierde legitimidad.
Ahora bien, ¿cómo hacérselos comprender a los manifestantes?, ¿cómo hacerles ver que están siendo utilizados como tontos útiles en una contienda electoral?, ¿cómo evidenciarles que son usados como carne de cañón política?, ¿cómo hacerles ver que su ingenuo idealismo es capitalizado por otros, no por George Floyd ni por las personas de color? Todo eso es necesario para recuperar la confianza en las desprestigiadas instituciones y en la civilización, pues de lo contrario, el remedio resultaría peor que la enfermedad.
Un camino es preguntarnos, comparar y contextualizar. La muerte de Floyd es un hecho prepotente y cobarde, y no debe quedar impune. Pero la factura deben pagarla los culpables, y no debe ser utilizada como carta política, porque sería profanar su sacrificio, prostituir la indignación pública. Esa muerte es un hecho a la vez doloroso, cobarde e irremediable. Pero, ¿los policías sólo abusan de las personas de color? ¿Por qué no se dan protestas similares por el abuso de los indocumentados? Ok, quiero defender a las personas de color, porque detesto el racismo. Bien, en lo que va del 2020, Boko Haram ha asesinado a 620 cristianos de color en Nigeria, ancianos, mujeres, niños… ¿he protestado?, ¿he manifestado mi indignación?, ¿he hecho algo para defenderlos? ¡Ni siquiera consiguen un recuadro pequeño en los periódicos!
La pregunta es, si no me manifiesto contra todos los abusos de la autoridad –no lo hago con los ilegales–, ni contra todos los asesinatos de personas de color –los cristianos asesinados en Nigeria me tienen sin cuidado–, ¿por qué estoy dispuesto a destruir todo por este caso? ¿En qué benefician mis destrozos a George Floyd? ¿Qué ventaja obtienen las personas de color? ¿Quién saldrá ganando realmente? Vale la pena preguntárselo.
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P. Mario Arroyo
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