España: “Quien siembra vientos…”
En pleno verano, cuando la totalidad de los españoles se alarmaba ante el rebrote del Covid-19, una bomba cimbró a la opinión pública: La noticia de que el rey emérito Juan Carlos I no solamente abandonaba el Palacio de la Zarzuela, sino que se marchaba del país.
Si echamos un ligero vistazo a los Borbones que han reinado en España durante los últimos dos siglos, sin duda alguna que el más nefasto de todos ellos ha sido Fernando VII, alias “El Rey Felón”.
Y después de tan grotesco monarca, quien más se le asemeja es precisamente Juan Carlos I, un sujeto despreciable que en un principio tenía las simpatías de todo un pueblo porque todo lo tenía a su favor.
Todo empezó en julio de 1969 cuando aquel gran personaje de la España moderna que fue el Generalísimo don Francisco Franco Bahamonde lo designó ante las Cortes sucesor suyo a título de Rey.
El pueblo respiró tranquilo puesto que la mayoría de los españoles vio en el por aquel entonces Príncipe de España a un continuador de la obra de Franco.
Un joven Príncipe Heredero que recibía todo el poder que tenía el Caudillo y que “al quedar todo atado y bien atado” constituía la garantía de que España continuaría progresando al marchar por senderos de justicia y de paz.
“Si quieres a alguien conocer, dale poder”, dice un popular refrán que a Juan Carlos le viene como anillo al dedo.
Y es que, desde un principio, el Trono le quedó ancho a un reyezuelo que había nacido más para disfrutar de la vida que para pasar noches de insomnio tratando de resolver los gravísimos problemas de gobierno.
Deseando librarse de una responsabilidad que le venía grande, Juan Carlos requirió de la complicidad de un Adolfo Suárez, quien, después de una serie de contactos con importantes políticos y líderes de la oposición, reformó las leyes de tal modo que pudo dejarle a otros la responsabilidad de gobernar.
Claro está que Juan Carlos se las amañó de tal manera que logró presentar esta actitud irresponsable con el disfraz de una apertura política que servía para abrirle paso a la Democracia.
A Juan Carlos no le importó traicionar la confianza que en él había depositado Francisco Franco, quien siempre lo trató como a un hijo, y ante cuyo cadáver desfilaron trescientos mil españoles antes de sepultarlo en el Valle de los Caídos.
A Juan Carlos no le importó que, al quedar tan sólo como rey de adorno, el poder acabase quedando en manos de elementos que supieron aprovechar tan inesperado regalo para gobernar conforme a su ideología.
Libre ya de las responsabilidades de la Corona, mientras otros gobernaban, Juan Carlos se dedicó a divertirse de la manera más frívola que podamos imaginarnos.
Aunque era un secreto a voces, todo el mundo sabía de sus ocultos viajes a Camboya, California y las islas Fiji, así como de que era un experto en ponerle los “cuernos” a la Reina doña Sofía.
El último romance, la gota que derramó el vaso, fue el que tuvo con la alemana Corinna Larsen, a quien le regaló 65 millones de euros que le habían dado en Arabia Saudita como comisión por las obras del AVE (la construcción de la línea del tren de alta velocidad para conectar las ciudades de Arabia Saudita de La Meca y Medina).
La animadversión en contra del imitador de Fernando VII creció como bola de nieve, provocando su renuncia en junio de 2014 y su salida de La Zarzuela en agosto del presente año.
Un sujeto que, tanto cuando abdicó como cuando marchó al exilio, después de recibir una patada en el trasero, no tuvo quien se atreviese a defenderlo. Ni siquiera los socialistas, comunistas y separatistas que tanto le deben.
En fin, así paga el diablo a quien le sirve…
Un sujeto que, aparte de haber liquidado aquel sistema franquista que añora la gran mayoría de los españoles, está a punto de liquidar también la Monarquía.
Y es que, con sus perjurios, escándalos, traiciones y vida frívola, Juan Carlos ha desprestigiado de tal modo a la Monarquía, que es muy probable que su hijo Felipe VI acabe perdiendo el Trono.
Y es ahí donde se encuentra el meollo del problema…
Así como durante la Transición las mafias supieron aprovechar la frivolidad de un irresponsable, de igual manera en estos momentos, aprovechando el desprestigio que sufre la Corona, se escuchan voces pidiendo que se instaure la III República.
Si eso llegase a ocurrir, el remedio sería mucho peor que la enfermedad, ya que la historia ha demostrado cómo el sistema republicano no se adapta a la idiosincrasia del pueblo español.
Un sistema que en Francia o en Estados Unidos funciona con la exactitud de un reloj, en España solamente ha traído desórdenes, desgobierno, crisis económicas y -como remate- quema de iglesias y asesinato de sacerdotes.
La figura del rey, en este caso Felipe VI, puede servir no solamente de árbitro, sino incluso ser un fuerte contrapeso a cualquier tipo de extremismo totalitario.
Ésa es la razón por la cual afirmamos que, si Felipe VI llegase a ser derrocado y se implantase la III República, en España podría ocurrir lo peor.
“Quien siembra vientos, cosecha tempestades”, dice el refrán, sólo que en este caso quien sembró los vientos puso ya tierra de por medio… previendo que serán otros quienes cosechen las tempestades.
…………………………..
@NuevaVisionInfo
redaccion@diarionuevavision.com
Nemesio Rodríguez Lois