Estas ocho palabras ayudaron a causar la Gran Depresión

Hunter Lewis
«Cortesía de la Biblioteca Ludwig von Mises»

¿Puede explicarse realmente toda la historia del peor desastre en la historia estadounidense a partir de solo ocho palabras en el programa de un partido político? En este caso, sí.

Estas son las palabras fatídicas que presentaban la segunda sección del programa del Partido Republicano en 1932: “Creemos en el principio de los salarios altos”.

El que hablaba era Herbert Hoover. Su creencia económica más firme era que no podía permitirse que los salarios cayeran y después del Crash de 1929 trató de influir con vigor en los líderes empresariales para mantener altos los salarios. No era solo una cuestión de persuasión. Dejó claro que, si las empresas no hacían lo que decía, se impondrían de inmediato controles legislativos sobre los salarios. Los líderes empresariales temían enfrentarse a este edicto e hicieron lo que pudieron por mantener los salarios donde habían estado.

Los resultados fueron completamente desastrosos. Como los precios de los productos y servicios estaban en una espiral deflacionista a la baja, la manera más eficaz de evitar la quiebra habría sido recortar salarios y otros costes. Esto se había hecho en la Depresión de 1921 con impresionantes resultados. Esa depresión, relatada en una excelente historia de Jim Grant, The Forgotten Depression, desapareció en año y medio. Tampoco los trabajadores en su conjunto sufrieron por los salarios inferiores. Sus salarios inferiores compraban la misma cantidad de bienes y servicios a precios reducidos.

Enfrentándose a precios en rápida caída tras el Crash, junto con salarios congelados, los dueños de empresas recurrieron a lo único que les quedaba: despidos masivos. Era su último recurso y la única forma posible de tratar de salvar sus empleos. Como resultado directo de la lógica distorsionada de Hoover, millones de trabajadores fueron despedidos y se enfrentaron inmediatamente a las penurias e incluso al hambre, mientras que los todavía empleados, especialmente los miembros de sindicatos y funcionarios disfrutaban de dinero caído del cielo. Salarios congelados con precios a la baja doblaban en la práctica sus salarios reales.

Murray Rothbard explicaba todo esto en America’s Great Depression, pero no lo encontraréis en los libros de texto de historia de los institutos. Tampoco leeréis que Franklin Roosevelt se limitó a redoblar el error político trágico de Hoover aplicando controles de salarios y precios. En un famoso incidente, un sastre pobre fue enviado a la cárcel por cobrar unos pocos peniques de más por planchar un par de pantalones.

Esto pasó hace casi un siglo, pero la gente y los políticos siguen cayendo en la misma ilógica distorsionada. En su discurso sobre el estado de la Unión de 2014, el presidente Obama decía: “Pido a los líderes empresariales de Estados Unidos que aumenten los salarios de sus empleados”. En su campaña de 2016, Hillary Clinton decía lo mismo: “Es una fórmula bastante sencilla: salarios más altos llevan a más demanda, lo que lleva a más empleos con salarios más altos”. Hillary no explicaba por qué, dadas sus premisas, solo estaba pidiendo mejoras salariales menores. ¿Por qué no ordenar multiplicar los salarios por diez? Y ya que estamos, ¿por qué no ordenar precios un 75% más bajos? Por supuesto, la verdad es que incluso controles modestos de salarios y precios obstaculizan el sistema de precios libres y antes o después lleva al desempleo y la miseria de los menos capaces de protegerse, los pobres y la clase media.

El programa del Partido Demócrata de 1932 también tiene una lectura interesante. Se describe como un “pacto” y un “contrato” con el pueblo estadounidense, afirma que los votantes pueden confiar en que su candidato cumplirá las políticas prometidas e incluye entre esas políticas una eliminación de la expansión y la contratación de crédito “para beneficio privado”, un dólar fuerte, un recorte del gasto federal de no menos del 25%, junto con un presupuesto equilibrado, y la eliminación de las actividades públicas que puedan ser gestionadas por la empresa privada y de las subvenciones para los intereses privados. Este contrato fue, por supuesto, inmediatamente incumplido por FDR.

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