Francisco dijo a obispos de Centroamérica cosas que nos pueden servir a todos
—Resumen de su mensaje—
Me alegra poder encontrarlos y compartir sus anhelos a quienes Dios confió el cuidado del pueblo santo. Deseo hacer míos sus anhelos y sus ánimos. Gracias por permitirme acercarme a esa fe probada de vuestra gente. El secretariado episcopal ha dado buenos frutos en estos 75 años, revitaliza la Iglesia, supieron adelantarse. El futuro de cualquier región pasa por la lucidez que se tenga en un trabajo paciente y generoso. Muchos hombres y mujeres han ofrecido su vida por mantener viva la voz profética de la Iglesia.
Quien de verdad quiera dar gloria a Dios con su vida, quien realmente anhele santificarse, está llamado a gastarse y cansarse intentando vivir las obras de misericordia, y esto como vocación. Entre esos frutos proféticos destaca la figura de Oscar Romero, excomulgado ante los cuchicheos de tantos obispos. Su vida de pastor fue sentir con la Iglesia. Es un legado que puede transformarse en testimonio. Y en este legado me gustaría basarme, en ese “sentir con la Iglesia”. Apelar a la figura de Romero es apelar a la santidad. Superar falsas dicotomías, no sucumbir a acomodar la Palabra de Dios al propio interés. Sentirse parte de un todo está hermanado por una presencia que nos supera. Romero amaba entrañablemente a quien lo había engendrado en la fe. No hemos inventado la Iglesia, ella no nace con nosotros, y seguirá sin nosotros. El martirio no es sinónimo de pusilanimidad. El mártir da vida a esta acción de gracias.
Romero tenía un amor con sabor a pueblo, para renovar como el CV II proponía. El Señor no quiso salvarnos aisladamente sino que formó un pueblo que lo sirviera santamente. El Pastor debe aprender y escuchar los latidos de su pueblo, conocer las alegrías y esperanzas, las angustias y preocupaciones del pueblo. Escucha del pueblo que le fue confiado. Sólo el amor de Dios es capaz de integrar todos nuestros amores en un mismo sentido., para llevar en las entrañas toda la kénosis de Cristo (su abajamiento). Por eso el obispo debe ser humilde y pobre, ya que una Iglesia altanera, una Iglesia llena de orgullo, autosuficiente no es la Iglesia de la kenosis, decía Romero.
Llevar en sus entrañas la kénosis de Cristo, esto no es sólo la gloria de la Iglesia, sino también una invitación a st personal. La kénosis de Cristo es garantía presente, presencia que no queremos callar. Sólo el es Camino, Verdad y Vida.
Dios salva en la historia y allí nos sale al encuentro. Es importante que no tengamos miedo de tocar las heridas de nuestra gente, que también son heridas nuestras. El pastor no puede estar lejos del sufrimiento de su pueblo.
Hacerlo al estilo del Señor significa dejar que ese sufrimiento golpee, marque nuestras prioridades y nuestros gustos, golpee y marque el uso del tiempo y del dinero, para poder ungir con el consuelo de Jesucristo, y abra un horizonte nuevo que dé esperanza a la vida. Escuchar el ruido y la cantinela de gente real que nos desafía a crear lazos. Las redes crean vínculos pero no raíces. Todos necesitamos tener raíces. Sin este sentir, todas nuestras reuniones serán de una fe que no ha sabido acompañar la kénosis del Señor, que se ha quedado a mitad del camino. Se llega así a una Iglesia sin Cristo.
La kénosis de Cristo es joven. Debemos reconocer los signos de los tiempos. Los jóvenes son uno de los lugares teológicos que el Señor nos da a conocer para construir el mañana. Con su aporte podemos visualizar como hacer más creíble el Evangelio. Ellos son el termómetro para saber dónde estamos. Eso desinstala, y nos recuerda que el pastor nunca deja de ser discípulo y está en camino. Esa sana inquietud nos pone en movimiento, nos primerea, los jóvenes van por delante de sus pastores. El pastor a veces debe de ir por delante, otras veces, en medio, y otras, estar detrás para custodiar a los últimos.
Una viejecita catequista se puso una Mitra de cartón y me dijo: “Santidad, las abuelas también hacemos lío”.
Cómo no agradecer tener jóvenes inquietos por el Evangelio, por supuesto que cansa, por supuesto que molesta. Me viene al pensamiento la frase que un filósofo griego dijo de sí mismo: “Son como un tábano (insecto que se alimenta de sangre) sobre el lomo de un noble caballo”. El caballo somos nosotros. Ayudarlos a crecer ofreciéndoles más y mejores espacios. Promover programas y centros educativos que sepan acompañar, sostener y potenciar a sus jóvenes. Róbenselos a la calle, antes de que sea la cultura de la muerte la que se apodere de su imaginación.
Ellos son rostro de Cristo para nosotros. Son muchos los jóvenes que han sido seducidos con respuestas inmediatas que hipotecan la vida. A otros se les ha dado una solución cortoplacistas que los hacen pelagianos o suficientes de sí mismos, y por tanto, abandonados a mitad de camino.
Por falta de alternativas los jóvenes viven situaciones conflictivas, y en la raíz de estas situaciones se encuentra una situación de orfandad: Hogares resquebrajados que no tienen como prioridad el bien de los hijos. De ese modo, nuestros jóvenes, sin hogar, sin pertenencia, quedan a la intemperie del primer estafador.
Otro aspecto está en valorar las culturas de nuestros pueblos, nuestros pueblos no son el “patio trasero” de nadie. Las semillas del Reino fueron plantadas en esta tierra, Que nada se seque por intereses espurios (falsos). Cuidar las raíces es cuidar el rico patrimonio cultural e histórico; cuidar también a la juventud de origen indígena y africano.
La Iglesia, gracias a su universalidad, puede ofrecer una hospitalidad fraterna para que haya diálogos en las migraciones. Acoger a pueblos hermanos es un llamado al coraje, a tender puentes. Así, la tentación de quedarnos en la sola denuncia se disipa.
Son situaciones que nos llaman a la solidaridad. No podemos quedar indiferentes. El espíritu del mundo descarta, lo sabemos y lo padecemos. La kénosis de Cristo es sacerdotal. ¿Cuánto me afecta la vida de mis curas, de mis hermanos? ¿Cuánto me afecta llorar sus dolores?
Que nuestras agendas tengan espacio para recibir, acompañar y sostener a nuestros curas, y eso hace de nosotros padres fecundos. Ellos llevan sobre sus espaldas el peso del día y del calor. Necesitan de nuestra cercanía, de nuestra comprensión y aliento; necesitan de nuestra paternidad. No se trata de hacer eventos y contar con recursos, sino en la centralidad de la compasión. Un distintivo que podemos ofrecer a nuestros hermanos. La compasión está perdiendo centralidad en la Iglesia. La kénosis de Cristo es muestra de la compasión del Padre hacia nosotros.
¿Cuánto impacta en mí la vida de mis sacerdotes? ¿Soy capaz de ser padre o me consuelo con ser mero ejecutor? ¿Me dejo incomodar?… Recuerdo las palabras de Benedicto: Cristo no ha prometido una vida cómoda. Quien busca la comodidad con Él se ha equivocado de camino. Cristo nos muestra la senda que lleva hacia las cosas grandes, hacia el bien, hacia una vida humana auténtica (25 abril 2005). El Obispo tiene que crecer todos los días en la capacidad de dejarse incomodar, de ser vulnerable a sus curas. Estoy pensando en uno, ex obispo de una diócesis grande, muy trabajador; tenía las audiencias en la mañana y era bastante, bastante frecuente que cuando terminaba las audiencias en la mañana y ya no veía la hora de ir a comer, encontraba a dos curas que no estaban en la agenda, esperándole, ay éste volvía atrás y los atendía como si tuviera toda la mañana por delante. Dejarse incomodar, dejar que los fideos se pasen y que la chuleta se enfríe. Dejarse incomodar por los curas.
Sabemos que nuestra labor en las visitas y encuentros que realizamos tienen una dimensión y componente administrativo que es necesario desarrollar, pero eso no es sinónimo de que seamos nosotros los que lo tengamos que resolver en el escaso tiempo con que se cuenta, podemos delegar. En cambio, no podemos delegar “el oído”. Muchas cosas las podemos confiar en otros, pero no debemos delegar la capacidad de escuchar, de seguir la vida y la salud de los sacerdotes.
El beato Rosmini decía: “No cabe duda de que sólo los grandes hombres pueden formar a otros grandes hombres”. En los primeros siglos la casa del Obispo era el seminario de los sacerdotes y diáconos, y allí los seminaristas tenían una referencia de vida santa. Es importante que el cura encuentre al padre, al pastor en el que “mirarse”, no al administrador que quiere “pasar revista a las tropas”. Que vean que el Obispo es capaz de dar la cara por ellos, de sacarlos adelante y ser mano tendida cuando están empantanados. Un hombre de discernimiento que sepa orientar y encontrar caminos concretos y transitables en las distintas encrucijadas de cada historia personal.
Un cura llegó a ver a un Obispo. La secretaria le dijo que tenía la agenda llena, que volviera en 15 días. ¡Qué bueno que tenía tanto trabajo porque se ganaba el pan! Pero la secretaria no le preguntó que quería, ¡nada! y el sacerdote se quedó con lo que llevaba dentro. Si llama el sacerdote y no se le puede atender, llámenlo, ese día o al siguiente. La autoridad en el pastor consiste en ayudar a crecer, no en servirse a sí mismo. Que ese sea el signo de nuestra fecundidad.
Último punto: “la kénosis de Cristo es pobre”. Sentir con la Iglesia es sentir con el pueblo fiel. Quisiera recordar con ustedes lo que San Ignacio nos decía: La pobreza “es madre y muro”, engendra y contiene. Madre porque nos invita a la fecundidad, a la capacidad de donación que sería imposible en un corazón avaro. Y muro porque nos protege de la mundanidad. Hacer un examen de conciencia sobre nuestras opciones y prioridades. La pobreza custodia sobre todo nuestro corazón para que no se deslice en concesiones y compromisos que limitan la libertad y la parrecía (hablar libremente) a que el Señor nos llama. Que Jesús nos bendiga, la Virgen nos cuide, y recen por mí.
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Rebeca Reynaud