Fue Insurgente… la espía que me amó

El 10 de abril de 1789 en la Ciudad de México nació la niña María de la Soledad Leona Camila Vicario Fernández de San Salvador, hija de acaudalados súbditos españoles.

Desafortunadamente, Leona queda huérfana a los cinco años de edad y se hace cargo de ella su tío Don Agustín Pomposo Fernández de San Salvador, rico abogado realista.

Años más tarde, en 1809, entra a trabajar en el prestigiado despacho de Don Agustín Pomposo, un joven yucateco pasante de leyes llamado Andrés Quintana Roo, quien se enamora perdidamente de Leona y pide su mano, la cual le es negada, ya que Don Agustín Pomposo había comprometido a su sobrina con el hijo de una familia acaudalada de la ciudad de León en la provincia de Guanajuato.

Cabe señalar que uno de los temas en los que coincidían profundamente los pensamientos de Leona y Andrés era la independencia de México; y aunque según las reglas de la alta sociedad criolla de aquella época su matrimonio no podría ser, el par de jóvenes incrementaba su amoroso sentimiento en un torbellino de identidad en el que mezclaban el patriotismo, la pasión y el deseo de ser una sola cosa compitiendo con una adversidad social y política.

Pero fue el devenir histórico quien deshizo los planes de la familia de Leona cuando al estallar la guerra de independencia en 1810 se imposibilitó formalizar la relación con la familia guanajuatense, y fue la propia Leona quien decidió su destino al lado de la lucha independentista y se dedicó a organizar toda clase de reuniones sociales y fiestas con cualquier pretexto para invitar a altos políticos y militares de la corona, quienes asistían con sus esposas y acompañantes, los cuales proporcionaban valiosa información sobre la estrategia y movimientos militares y políticos a los ávidos oídos de Leona, que a su vez encontraba la forma de hacer llegar esta valiosa información a los insurgentes. También contribuyó a la causa insurgente con sus bienes personales y fortuna.

En 1812, cuando Leona intentó hacer que los mejores armeros vizcaínos marcharan al campo de la Independencia, fue descubierta y al negarse a delatar a sus cómplices, fue encerrada en el Convento de Belén de las Mochas; sin embargo, los coroneles Antonio Vázquez Aldama y Luis Alconedo lograron hacer que escapara, y disfrazada llegó a Oaxaca, donde sabía que se encontraba el caudillo Don José María Morelos, y con él, su enamorado Andrés Quintana Roo.

Por su parte, Don Andrés Quintana Roo se había unido a la causa independentista con el Gral. Ignacio López Rayón, colaborando, redactando y editando El Ilustrador Americano y el Semanario Patriótico, para luego ser consejero del Generalísimo José María Morelos y Pavón; también fue diputado al Congreso de Chilpancingo presidiendo la reunión del 14 de septiembre de 1813 en la que se redacta el Acta de Independencia, y junto con Carlos María Bustamante redacta la Constitución de Apatzingán en 1814.

Leona y Andrés se casaron y vivieron juntos el peregrinar de los insurgentes, ya que las derrotas militares de los Insurgentes que prosiguieron a su encuentro y que culminaron con la captura y muerte del Generalísimo Morelos en 1815, ocasionaron una persecución implacable contra los simpatizantes del movimiento insurgente.

En 1817, durante ese ir y venir huyendo de la represión realista, fue que nació la primera de las dos hijas del matrimonio Quintana Vicario en la cueva de Achipixtla. Leona, en su condición de madre de una recién nacida, no pudo seguir el paso a la causa, y no es de extrañarse que al poco tiempo fuera capturada y maltratada.

Temiendo que Leona fuera fusilada, Don Andrés Quintana Roo sacó a la luz sus invaluables habilidades diplomáticas y negoció directamente con el Virrey un indulto a condición de que toda la familia se exiliara en España. Nada tonto, el Virrey, con esta acción extirpaba una de las más grandes neuronas de estrategia legal del movimiento insurgente.

Sin embargo, la situación en España no estaba de plácemes y hubo que cambiar la condición de exilio por un arraigo en Toluca; y posteriormente, en 1820, se les permitió vivir en la Ciudad de México, donde Leona recuperó los bienes que le habían incautado mientras estaba prófuga.

Con el triunfo insurgente en 1821, Don Andrés Quintana Roo regresó a la práctica legal y a sus actividades políticas. Fue senador y Secretario de Relaciones Exteriores con Valentín Gómez Farías de Presidente. Don Andrés ocupó el cargo de Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación varias veces hasta su muerte en 1851.

Leona murió el 21 de agosto de 1842 y sus restos descansan en la “Rotonda de los Hombres Ilustres” de México, junto a los de su marido y eterno enamorado Don Andrés.

Para el redactor de la primera acta de independencia y de la primera constitución de México, Don Andrés Quintana Roo, el juicio de la historia ha sido generoso, ya que en la Secretaría de Relaciones Exteriores se tienen aulas, recintos y condecoraciones con su nombre. Por otro lado, sus apellidos se elevaron a la misma dignidad de HIDALGO, MORELOS y GUERRERO, llamando QUINTANA ROO a una Entidad Federativa del país y, además, su efigie apareció en billetes del Banco de México.

Para los espías, el juicio de la historia es cruel, ya que los campos de batalla de los espías son los postines, el lenguaje refinado, la diplomacia y el glamour, en tanto que los militares deben soportar el hambre de la trinchera, el fragor de la lucha y el hedor de los cadáveres de amigos y enemigos.

A Leona Vicario sólo se le han dedicado varias calles en su natal Ciudad de México y alrededores.

Hace unos años, en un programa cultural de la televisión de paga, “Los 10 +”, fue incluida entre las diez mas grandes espías femeninas de la historia mundial.

Pero para Don Andrés Quintana Roo, Leona siempre fue la audaz, intrépida, temeraria, brava, valiente, astuta, tenaz, serena, admirable, inteligente, culta, noble, leal, confiable, ilustre, alegre, elegante, discreta, tolerante, deslumbrante, apasionada, amable, adorable, dulce, preciosa, guapísima y bellísima… ESPÍA QUE ME AMÓ.

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