Iglesia de héroes

— P. Santiago Martín
(Franciscanos de María)

La semana pasada, comentando las diez canonizaciones que habían tenido lugar en el Vaticano, recordé una de las notas identificativas de la Iglesia: su santidad. Algunos se han burlado de mí por decir eso, quizá porque prefieren ver sólo lo malo que existe, en lugar de ver toda la realidad, incluido lo malo.

La Iglesia es santa en su cabeza, Nuestro Señor Jesucristo, y en muchos de sus miembros, empezando por la Santísima Virgen María y continuando por aquellos que forman la Iglesia triunfante, que están ya en el cielo. Allí se encuentran una multitud de santos anónimos, además de los muchísimos que hay ya canonizados.

Otros, los que integran la Iglesia purgante, que están en el purgatorio, purificándose para entrar en su morada definitiva: el Cielo.

Y nosotros, los bautizados que aún vivimos, somos el resto, la Iglesia militante, que, siendo pecadores, luchamos cada día para amar a Dios como Él merece ser amado y confiamos en que su divina misericordia nos abra las puertas del Cielo.

Entre los que estamos todavía aquí hay algunos, quizá muchos, que, si bien aún no son santos en el sentido oficial del término, merecen el calificativo de héroes. Lo son porque están afrontando situaciones especialmente duras y, sin embargo, no ceden en la fidelidad a Jesucristo.

Los medios de comunicación no hablan de ellos, porque prefieren fijarse en los malos ejemplos -que por desgracia existen- porque lo que les interesa es hacer daño a la Iglesia. Silenciar su heroísmo es hacerle el juego a esos medios, que sólo gustan en dar publicidad a la basura.

Un héroe es, por ejemplo, el cardenal Joseph Zen, obispo emérito de Hong Kong. Esta semana fue llevado de nuevo ante la justicia china. En la primera misa que ha celebrado después de salir del tribunal, afirmó que “el martirio es algo normal en nuestra fe”, recordando a todos que el amor a Cristo debe llevarnos a estar dispuestos a dar la vida por Él si es necesario.

Otro héroe es el obispo nicaragüense monseñor Rolando Álvarez, en huelga de hambre contra el gobierno comunista de su país, que acaba de cerrar la televisión católica.

La crueldad de la dictadura en Nicaragua sólo es comparable a la que existe en Cuba o en Venezuela, pero al mundo eso no le interesa y no es noticia que un obispo se ponga en huelga de hambre para pedir libertad religiosa.

También heroínas son las monjas polacas de todas las congregaciones religiosas de ese país, incluidas las de clausura, que han abierto sus conventos a los refugiados que llegan de Ucrania y les dan no sólo techo y comida, sino el amor que ofrecen a los que sufren los que aman a Cristo.

Del mismo modo son héroes tantos sacerdotes africanos, como los dos nigerianos que los musulmanes secuestraron esta semana, o los que aún están secuestrados y que pueden ser asesinados, como lo ha sido uno de sus compañeros hace unos días.

También son héroes los laicos que pertenecen al Foro de Católicos alemanes, reunidos esta semana en Augsburgo, donde han proclamado su intención de no permitir a los obispos que cambien el depósito de la fe.

No todos en esta Iglesia militante, por desgracia, somos héroes. Los hay que abiertamente colaboran con el mal, como los políticos católicos que apoyan el aborto o esos obispos alemanes denunciados por sus propios fieles.

Pero hay muchos, ignorados por los medios de comunicación, que sí son héroes. Un día serán santos y quizá se recuerde en su biografía que no siempre recibieron el apoyo de la Iglesia porque no eran políticamente correctos.

Pero ahora están ahí, defendiendo la fe y la libertad, ayudando a los pobres, luchando por el derecho a nacer de las futuras víctimas del aborto. Son nuestros héroes. Ignorar su existencia es colaborar con el enemigo.

Es también caer en la tentación de verlo todo negro, de no ver más que lo malo. Es no hacer justicia a una Iglesia que no sólo tiene millones de santos en el cielo, sino hombres y mujeres que nos dan un ejemplo de cómo tiene que vivir un católico en la Tierra para poder vivir toda la eternidad en el Cielo.

La Iglesia militante la formamos los pecadores, pero algunos son un ejemplo a seguir. Hoy son héroes. Mañana serán santos.
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p. Santiago Martín

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