Internet y TV en el hogar, ¿aliados o enemigos?

Cuando se necesita un sillón, va uno en su busca y lo adquiere; pero no nos quedamos pasivos, sentados en el duro suelo, lamentándonos de no tenerlo. Así, también no debemos cruzarnos de brazos mientras la familia (como institución): mi familia, la de usted, es asediada por mil enemigos en casi todos los frentes.

Los hechos saltan a la vista: los escribiré y ustedes juzgarán y pondrán remedio.

No es mi intención poner a la televisión (ni al internet) en el banquillo de los acusados ni etiquetarla como una ladrona. Hemos de reconocer que es una arma de dos filos: brindar excelentes servicios en honor de la justicia y la verdad -y hasta de la unidad familiar-, o, destruir la convivencia en el hogar y ser fuente de desavenencias e ideologías nocivas. Veamos fríamente las cosas:

Hace 75 años la televisión parecía un maravilloso instrumento de una novela de ciencia-ficción; hoy en cada casa existe al menos un televisor. La pregunta es: ¿Cómo lo estamos usando?

La televisión se presenta como la alternativa más cómoda para mantener a los hijos “ocupados” y podernos dedicar a nuestros asuntos y descansar. No caemos en la cuenta que con esta actitud estamos descargando en la “cajita tonta” nuestra responsabilidad en la educación.

La televisión es sólo un aparato, cuyo fin no consiste precisamente en educar, en capacitarnos para desarrollar nuestra personalidad: aunque sí puede actuar  como el medio para trasmitir una realidad animada que aviva la curiosidad y despierta el deseo de conocer más el mundo; la información que recibimos amplía nuestra visión  personal de las cosas y nos capacita para elegir con mayor libertad.  Pero no siempre sucede así, veamos la otra cara de la moneda.

Las investigaciones realizadas en Estados Unidos arrojan como resultado que a la edad de 15 años, un niño ha pasado más tiempo frente a la tele (unas 20,000 horas) que en el salón de clase o haciendo tareas o jugando. Esto significa pasarse el 15.2 de su vida, viendo a programas y anuncios de todo tipo.

¿No hubiera sido más útil que ese 15 por ciento de su vida lo hubiera empleado en actividades como juegos recreativos y educativos, en aprender otros idiomas o a tocar algún instrumento musical, leer cuentos y novelas adecuados a su situación, en convivir con la familia y con los amigos, en mejorar sus hábitos de estudio, etc.? Si esto era válido cuando no existía el internet, ¿qué será ahora con este instrumento?, indispensable para muchas cosas.

Pero lo que he expresado es solamente la teoría. Analicemos la situación. Tome papel y lápiz, y saque cuentas de esa situación concreta: ¿cuántas horas al día dedican sus niños a ver la tele y a  usar el internet?

Una vez que haya respondido, pregúntese: ¿qué programas ven? ¿Representan una ayuda para ellos o más bien resultan desorientadores y negativos? Pregúntese finalmente si suprimiendo al menos los programas negativos, mejoraría el rendimiento escolar de los niños, la vida de familia, la oportunidad de que usted incida más en su labor educativa con ellos. Respóndase con sinceridad. Luego tome la decisión que más prometa de acuerdo con su cónyuge, e informe a los pequeños.

Para sostener esta decisión, hace falta llenar los huecos de horas que dejó el televisor o el internet, con actividades que conviene tener previstas. Esto puede ser algo tan sencillo como exigir antes la tarea escolar, que se cumplan los encargos de la casa, y por ejemplo, se les motive a que cultiven la buena música, a  aprender a tocar guitarra y se forme un conjunto  que fomente la vida de intimidad familiar. El cuándo, el cómo y el con qué, dependen de cada familia y de sus posibilidades.

¿Cómo podemos usar mejor el televisor o el internet?: Antes que nada prediquemos con el ejemplo. Si los hijos tienden a imitar a los padres, resulta fácil que se animen a la lectura, a la buena música, a practicar los deportes, etc., si ven que sus padres lo hacen. El uso del televisor y del internet solo con medida.

Acostúmbrese a seleccionar los programas, antes de fijar un tiempo para la televisión. Un excelente logro es conseguir que se encienda el televisor sólo cuando verdaderamente valga la pena. No tiene caso gastar parte de nuestra vida viendo tonteras, que si no son malas, al menos nos hacen perder el tiempo.

Veamos juntos algunos programas cada semana, especialmente con los niños. Al terminar el programa hablemos con ellos; sus respuestas nos ayudarán a conocer el influjo que les ha producido en sus mentes y actitudes.

Observemos su comportamiento mientras ven un programa. Por sus gestos y movimientos nos daremos cuenta si están nerviosos, tranquilos, asustados… Es el momento de hacerles ver que se trata de fantasías o de resolverles dudas que se les presenten.

Si después de leer este artículo, se plantea racionalizar el uso de la televisión o del internet en su hogar, habrá recorrido el ochenta por ciento del camino. El veinte restante consiste en sostener esta actitud todo el tiempo que sea necesario: los buenos frutos en sus hijos y en la vida de familia pronto irrumpirán, otorgando un tono de eficaz labor formativa y equilibrio, necesarios para edificar un hogar feliz.
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Gabriel Martínez Navarrete

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