Jerome Lejeune prefirió el Cielo en lugar del Premio Nobel

Iniciamos este comentario haciéndonos tres preguntas:

*¿Cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a renunciar a una cómoda posición social y económica por causa de nuestras convicciones?

*¿Seríamos capaces de sacrificar amistades, prestigios e incluso una prometedora carrera política?

*¿Somos capaces de entender que cualquier profesión debe estar siempre al servicio de la vida y dignidad humanas?

Ni duda cabe que -debido al hedonismo materialista que nos rodea- es muy difícil responder dichas preguntas de manera afirmativa. Más bien preferimos sobresalir y triunfar aún cuando sea a costa de valores que tienen una dimensión universal.

Sin embargo, en nuestra época vivió un personaje que fue capaz de renunciar a una cómoda posición, de sacrificar amistades y prestigio y de comprender que cualquier profesión debe estar siempre al servicio de la vida y dignidad humanas.

Dicho personaje era un médico francés que, al obtener su título universitario, juró que jamás atentaría contra la vida de un ser humano. Se trata de Jerome Lejeune quien, por los exitosos estudios que hizo del síndrome de Down es considerado por muchos como el Padre de la Genética Moderna.

Lejeune, cuando apenas tenía 32 años de edad, descubrió que dicha enfermedad (síndrome de Down) no es contagiosa ni tampoco causada por la sífilis de alguno de los progenitores.

Como experto genetista, Jerome Lejeune sabía muy bien que, desde el momento en que un óvulo es fecundado por un esperma, existe ya un nuevo ser humano que es diferente de sus padres. Algo tan elemental que no ignora ni el más torpe estudiante de la carrera de Medicina. Algo tan elemental que -debido a su sectarismo- jamás logró entender la ex ministra Bibiana Aido.

Científico brillante este médico francés nacido en 1924. Todo hacía suponer que, tarde o temprano, acabarían concediéndole el Premio Nobel de Medicina. Sin embargo, las cosas ocurrieron de muy distinta manera…

En una conferencia internacional que trataba el tema de la salud, organizada por la ONU y en la cual participó tan brillante científico, se vio como la mayoría de los congresistas se habían manifestado a favor del aborto. Jerome Lejeune, católico practicante, era un hombre valiente y de firmes convicciones, razón por la cual decidió salir en defensa de la vida aún a sabiendas de que no estaba siendo “políticamente correcto”. Lejeune toma la palabra y se opone al aborto por considerarlo asesinato de un ser indefenso.

-Resulta contradictorio -objetó nuestro personaje- que una asamblea que dice apoyar la salud
(en inglés, health) se manifieste en favor de la muerte (en inglés, death). Aprovechando la similitud de sonidos, Lejeune hizo un juego de palabras.

A pesar de que su intervención se fundamentaba con sólidos argumentos científicos, recibió muy pocos aplausos. Un clima tan abiertamente hostil le produjo el mismo efecto que si le hubiera caído encima un balde de agua fría.

Esa fue la razón por la cual, esa noche, al hablar con su esposa, le dijo con tristeza:

-Querida: Acabo de perder el Premio Nobel.

Y así ocurrió, Jerome Lejeune jamás recibió tan alta distinción.

Tan valiente científico murió en 1994. Tres años después el entonces Papa San Juan Pablo II visitó su tumba orando allí unos minutos.

Su obra sobrevive después de su muerte puesto que en Manila (Filipinas) existe la Casa Lejeune que se dedica a recoger niños de los barrios bajos que padecen enfermedades mentales.

Asimismo, desde 1996, opera la Fundación Lejeune que se dedica a investigar enfermedades genéticas.

Y aún hay más: Después de haber seguido un rígido y minucioso proceso canónico, el Papa Francisco proclamó las virtudes heroicas de Jerome Lejeune concediéndole el grado de Venerable. Esto significa que, si por su intercesión, se realizase algún milagro, nuestro personaje pasaría a ser venerado como el Beato Jerome Lejeune.

-Jerome Lejeune -dijo el Papa Francisco- perdió el Nobel pero, a cambio, ganó el Cielo.
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Nemesio Rodríguez Lois

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