La cultura impulsa la historia

Los que han hecho de la Universidad su forma de vida –dice Alejandro Llano– son los que saben que el estudio es el método más adecuado para cambiar la sociedad desde dentro. La sociedad se mejora en el intenso silencio de las bibliotecas, en la atención concentrada de los laboratorios, en el diálogo riguroso y abierto de las aulas, en el servicio solícito de las oficinas y talleres, en la atención delicada y tenaz a los enfermos.

La tarea encomendada es de indagación compartida, cuya finalidad es encontrar lo bueno y lo mejor a través del avance en el conocimiento. Por eso hemos de fomentar una cultura del trabajo, un convencimiento de que el laborar cuidadoso y creativo viene a ser el gran recurso para resolver los graves problemas que la condición humana tiene hoy planteados.

Alejandro Llano dice que el más formidable enemigo de la cultura es la cosificación, es decir, creer que la cultura consiste en tener cosas: en cuadros, libros, escultura, danza, películas, canciones, premios y demás curiosidades. Pero la cultura no está hecha de cosas, precisamente porque su tierra natal –la mente y el corazón humanos– no es cosa alguna. La cultura es, sobre todo, el proyecto de sí misma. Está más volcada hacia el porvenir que hacia el pasado. La cultura es inseparable de su propia comprensión.

Leer es una forma de pensar, continúa Alejandro Llano. En la lectura se forja la educación de los modales de la inteligencia (cfr. Alejandro Llano, “Autointerpretación de la cultura”, en El arte más allá de sí mismo, Biblioteca nueva, Madrid 2015).

“La concentración es el bien, la dispersión es el mal”, decía el pensador americano Ralph Waldo Emerson. Estudiar es concentrarse en torno a focos de interés. Si falta el estudio, la conversación pública se trivializa y se degrada, el ejercicio de las profesiones pierde operatividad y competencia, el carácter moral de las personas queda aislado.

Hace noventa años los hititas y su imperio eran totalmente desconocidos. Se sabía que Egipto y los reinos de Mesopotamia escribieron la historia político militar del Asia Menor y del Oriente Próximo durante el segundo milenio antes de Cristo, pero a su lado existió una “tercera potencia”, el Imperio hitita. No destacaron en el terreno de la cultura, pero su influencia política fue considerable. En 1947 se encontró la clave para descifrar su escritura, en Karatepe: unos textos bilingües. ¿Por qué no trascendieron los hititas? Porque se dedicaron más a la política que a la cultura.

Karol Wojtyla era un hombre dispuesto a forjar la historia a través de la cultura. Se puso como misión organizar una continua resistencia cultural y pacífica contra el régimen. Con Wojtyla, el régimen nunca sabía qué venía después. Siendo ya Papa, para Juan Pablo II relajarse, descansar, era ponerse al día en filosofía. San Juan Pablo II defendió con energía uno de los principales temas de su pontificado: la cultura es el motor que impulsa la historia. El desmoronamiento del comunismo europeo de 1989-1991 confirmó la posición de que la cultura dirige la historia (George Weigel, Testigo de Esperanza, p. 1052).

Juan Pablo II dejó escrito: “El hombre vive una vida verdaderamente humana gracias a la cultura (…). La cultura es un modo específico del existir y del ser del hombre (…). La cultura es aquello a través de lo cual el hombre, en cuanto hombre, se hace más hombre, “es” más (…). La nación existe “por” y “para” la cultura. Y así es ella la gran educadora de los hombres para que puedan “ser más” en la comunidad” (Memoria e identidad, 108-109).

Karol Wojtyla llegó a asemejarse a la descripción que G.K. Chesterton hace de Tomás Moro: “Era, por encima de todo, un hombre histórico: él representó a la vez un tipo de hombre, un momento crucial y un destino último. Si no hubiera existido este singular hombre en aquel particular momento, toda la historia hubiera cambiado de rumbo” (citado en James Monti, The King’s good servant but God’s first, 1997, p. 15).

Tenemos que conocer la cultura que nos ha tocado vivir, no para adaptarnos a ella, sino para impregnarla con los valores del Evangelio y con el anuncio de Jesucristo. Y ¿cómo adentrarnos en la cultura?, ¿cómo adquirir cultura? Leyendo a clásicos de la literatura, viendo buen cine y rodeándose de personas con cultura general. Hay poco tiempo pero le podemos dedicar al menos 10 minutos diarios a un buen libro.

Un escritor brasileño explica: “La civilización es la posibilidad que Dios da a los hombres de mejorar el bosquejo que Él hizo” (Plinio Corrêa de Oliveira, 1908-1995). Vivimos una historia cuyo guionista es divino. Todos formamos parte de algo cuyo alcance excede su comprensión.

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