La hora de la acción ciudadana

Nos encontramos en la encrucijada de una época en que se ha llegado a “situaciones límite”, por ejemplo: se niega el derecho a la vida del bebé en camino de nacer; se persigue y se tiende a restringir a su mínima expresión el derecho a la libertad religiosa; se ha disminuido la natalidad en forma drástica; se fomenta en los jóvenes la sexualidad desenfrenada; se tiende destruir a la familia que sí funciona; a legalizar la eutanasia, el consumo de drogas, las matrices en alquiler, la prostitución…

Nunca como antes se ha hablado de “derechos”, de “libertad” y de “tolerancia”, y sin embargo, hoy como nunca, se niega el derecho a disentir, a tener una opinión diferente y ser respetado de forma ecuánime ante esa otra postura. Quienes escriben acerca de la “apertura de mente” se convierten en los individuos “más cerrados” a escuchar una visión diferente. Se mira con prejuicio y beligerancia a los que no están de acuerdo con lo que está ocurriendo en nuestro tiempo.

Parecería que los valores de nuestra civilización se han desfondado, que se han venido abajo, y se proclama a los antivalores como una nueva norma de conducta.

No faltan personas que, ante este estado de cosas, se vuelven pesimistas; caen en el desánimo, en la tristeza; prefieren permanecer en silencio y pasivas, como diciendo: “Esto ya no tiene remedio, ni modo”.

Precisamente hoy, y ahora, es el tiempo de los retos y desafíos. Porque la labor de los ciudadanos es volver a sembrar esos valores que han hecho grande a nuestra sociedad. No caben las visiones catastróficas ni negativas. Es la hora de una dinámica acción ciudadana.

Se comenta que en muchos países de Europa han llegado al “suicidio demográfico”, donde ya no hay generaciones de relevo y se tiene que acudir al trabajo de los inmigrantes. Por ello, hemos de amar apasionadamente la vida humana desde el momento de la concepción hasta su muerte natural y permitir que los hijos de las familias proliferen.

Ante el materialismo consumista que sólo busca el placer inmediato –aquí y ahora– es el momento de señalar que la adquisición inmoderada de esos bienes materiales conduce al vacío, a la insatisfacción; y es necesario explicarles a esas personas que han perdido de vista la importancia de los valores trascendentes, como: la búsqueda de la Verdad, de la Bondad, de la Belleza, y de todo aquello que hace más pleno y enriquece espiritual e intelectualmente al ser humano.

El ser respetado en las propias creencias es un derecho inalienable, propio de una sociedad madura, tolerante y civilizada, donde no caben los fanatismos ni las censuras.

Se impone cuidar a la familia y la formación de los hijos porque a través de ellas nos jugamos el futuro de la humanidad.

En síntesis, una sociedad que ama y protege la vida humana de los bebés concebidos, del anciano, del enfermo o discapacitado; que respeta la libertad religiosa; que fomenta el amor a la familia y a los valores perennes, es una sociedad con fortaleza interior –como esas células sanas y vigorosas en un tejido orgánico– sobre la que se puede fundamentar con solidez la civilización de las nuevas generaciones a través de los años y siglos venideros.

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