La regeneración social exige la renovación moral de las personas
Cuando en la secundaria se dejó de enseñar civismo fue el principio del deterioro creciente que ahora padecemos en México.
Los valores humanos, sociales y cívicos no son religiosos porque pertenecen a la naturaleza del homo sapiens. En la medida en la que esos valores se erradicaron del sistema educativo creció notoriamente la inmadurez personal, porque dejaron de crecer las ramas del edificio de la sabiduríal individual.
Por lo mismo, desaparecieron en gran medida los frutos y los criterios ciertos que perfeccionaban al ciudadano en relación con la madurez cualificada intelectual y espiritual, que se requería para responder a las encrucijadas que demandaban soluciones adecuadas a las circunstancias de las décadas anteriores.
Las regeneraciones básicas en relación con cualquier rehabilitación de la sociedad deben suceder inevitablemente primero en cada persona, para luego verterse en forma equilibrada en las instituciones desde la familia hasta la nación.
De lo contrario, no puede originarse la transformación social específica que actualmente se intenta.
¿Cómo se puede medir el éxito de la regeneración social? En mi opinión, no existe forma de cuantificar lo cualitativo. Pero se puede precisar la atención en orden al entendimiento de las causas de los fracasos. Y es que el principal factor de diagnóstico no se puede adjudicar a la estructura social, o a la superestructura. La génesis de la responsabilidad es y será siempre de carácter antropológico, es decir, se requiere de la transformación integral de la persona en orden a la sana fisonomía social.
Las decepciones que arrastramos constituyen sólo una parte del fracaso. El reto es inimaginable porque deben sucederse varias generaciones para alcanzar el nivel de madurez que requiere la regeneración social. Sin embargo, algo se puede perfilar.
Me parece que existen dos factores básicos que, en mi opinión, podrían estar hundiendo los diversos lances para corregir el rumbo.
El primero es que se ha tolerado la cultura de que “la codicia es buena”, quizá por la sugestión del método de pensamiento sobre la prosperidad del homo oeconomicus. No se puede reducir la solución únicamente a los indicadores típicos de rendimiento.
El segundo es el registro anual de las utilidades que cada integrante aportó en beneficio de la institución a la que sirve. Esto es así, porque lo que interesa es el éxito en sí mismo y no la consideración del modo en que se lograron las ganancias.
Esos dos aspectos elementales deben considerarse principios de operación y puntos de apoyo para encontrar soluciones específicas a la problemática actual.
La transformación, regeneración o redención social discurre inevitablemente a través de la renovación moral natural de la persona por medio de la educación.
De lo contrario, mejor nos despedimos del futuro.
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Rubén Elizondo Sánchez