La última oportunidad

— P. Santiago Martín
(Fransicanos de María)

Poco a poco se van haciendo públicas las conclusiones del proceso sinodal en las diferentes diócesis. Algunas son tan preocupantes como las de la diócesis de Barcelona, donde se reclama algo muy parecido a lo que pide el Sínodo alemán.

¿De verdad es eso lo que piden los católicos practicantes de Barcelona? ¿Y si no se lo dan, no habrá frustración y sensación de engaño? ¿Y si se lo dan, será posible que se mantenga la unidad en la Iglesia católica?

Pero, quizá, es ahí donde está la raíz del problema, en que esa unidad ya no existe más que formalmente. No soy yo el que lo dice, ni sólo los del minoritario sector conservador que quiere una Iglesia fiel a la Palabra de Dios y a la Tradición. Magnus Striete, catedrático de Teología Fundamental en la Facultad Católica de Teología de la Universidad alemana de Friburgo, y uno de los principales impulsores de la asamblea sinodal alemana, dijo recientemente:

«Se habla constantemente de un cisma inminente similar al desencadenado por Martín Lutero con sus críticas a la iglesia en el siglo XVI, pero los críticos no deben preocuparse de que se produzca un cisma. El cisma existe desde hace mucho tiempo. En muchos círculos católicos, la distancia entre la conciencia de los fieles y el credo vinculante establecido por el Magisterio de la Iglesia es tan pronunciada que ya no hay nada que reparar».

No es que lo que describe el profesor Striete sea cierto por ser él quien lo dice. No creo que esté teniendo en cuenta a amplias zonas de la Iglesia, y no sólo en África, que no aceptarían las reformas que piden los neoprotestantes alemanes. Es posible que allí la situación sea ya irreversible, pero la Iglesia no es sólo Alemania, por muy ricos e influyentes que sean. Sin embargo, creo que, efectivamente, el cisma es un hecho y que está muy extendido.

Cuando empezaba el Sínodo alemán, el obispo de Essen (Alemania) amenazó con que, si no se aceptaba todo lo que pedían, se produciría un cisma mayor que el de Lutero porque no se limitaría a una región de Europa, sino que se extendería por todo el mundo. Creo que tiene razón, aunque lo que ellos piden no esté tan ampliamente difundido como pretenden. En el fondo, se trata de una guerra y están haciendo demostración de su fuerza para intimidar al contrario.

Por eso, la extraña convocatoria del consistorio a finales de agosto, hecha por el Papa con el objetivo teórico de hablar de la reforma de la Curia, puede ser la última oportunidad para evitar el cisma que ya existe en la práctica. Será la segunda vez que Francisco reúna a los cardenales (la primera fue al principio de su pontificado), cuando la tradición era reunirlos al menos cada vez que se nombraban nuevos cardenales. Esto da idea de lo importante de la reunión. Importancia que viene acrecentada por el hecho de que se celebre en Roma y a finales de agosto.

El calor en Roma en esas fechas es asfixiante y aunque los cardenales estén protegidos por una coraza de aire acondicionado, no parece el mejor momento para convocarlos. En todo caso, será una gran oportunidad para que el Papa escuche a cardenales que normalmente no tienen acceso a él y que se tienen que limitar a dar a conocer su opinión a través de los medios de comunicación.

Podrá ver y oír al cardenal Zen -si los comunistas chinos le dejan salir del país-, que no fue recibido hace unos meses cuando lo solicitó. Podrá escuchar a los cardenales Burke, Pell, Müller, Eijk (arzobispo de Utrecht) o Erdó (arzobispo de Budapest). Claro que también oirá a Marx (Münich), Hollerich (Luxemburgo), Cupich (Chicago) o al nuevo cardenal, McElroy (San Diego), que están entre los principales defensores de las tesis más liberales.

Los cardenales tendrán la oportunidad de verse y conocerse, pues muchos de ellos son de lugares remotos como Cabo Verde, Santa Lucía, Laos o Tonga. Además, no se puede descartar alguna sorpresa, sobre todo teniendo en cuenta la edad del Pontífice, aunque el hecho de que vaya a hacer dos viajes en julio y uno en septiembre parece indicar que su salud es lo suficientemente buena.

Volviendo a la opinión del profesor Striete, todo parece indicar que el cisma de hecho es irreversible. Pero hasta el final hay que intentar evitar el cisma oficial. Aunque no al precio de sacrificar la verdad. No es posible matar a Cristo, que es la Verdad, para mantener la unidad en la Iglesia, que es su obra, pues la Iglesia sin Cristo no es absolutamente nada.
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P. Santiago Martín

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