Lecciones de Colombia para frenar violencia en México
Recientemente, en una reunión con adultos jóvenes, salió a la conversación un tema interesante. De acuerdo con una de las mamás participantes, en Colombia se logró la pacificación de los narcotraficantes, debido a que la población empezó a retirarles el saludo, a dejar de invitarlos a sus reuniones, en pocas palabras: hacerlos a un lado. Como quien dice, el equivalente colombiano del “fuchi, guácala”.
No soy experto en asuntos colombianos, pero tuve la suerte de haber trabajado en Colombia en dos situaciones muy diferentes. En 1988-1989 dirigí un proyecto de consultoría para el Gobierno Colombiano y el Banco Mundial. Por nueve meses, tuvimos ahí a seis consultores y yo visité el país cada mes durante diez días por visita. Fue una época terrible en Colombia. Nos tocó vivir bombazos, intervención militar en las ciudades, asesinatos de todo tipo. Dos semanas después de terminado nuestro trabajo, ocurrió el asesinato del candidato liberal a Presidente de la República, Luis Carlos Galán, lo que ocasionó el recrudecimiento de la violencia y una auténtica guerra entre el gobierno y los narcotraficantes. Todo ello, además de la guerrilla marxista que ocupaba aproximadamente un tercio del territorio nacional.
Dieciocho años después inicié una serie de cursos en la ciudad de Medellín, que en los ochentas había sido la ciudad con más violencia. En cinco años di diez cursos, cada uno de cuarenta y cinco días de duración y en cada uno de ellos viviendo una semana en esa hermosa ciudad. La situación había cambiado por completo. No se había acabado el narcotráfico, tampoco se había logrado pacificar a la guerrilla, pero la violencia ya no era un tema: para efectos prácticos se había reducido de una manera impresionante. De hecho, en el 2012 yo me sentía más seguro caminando por las noches de la universidad a mi hotel, que como me hubiera sentido en una situación parecida en la Ciudad de México.
Tuve muchas oportunidades de hablar sobre cómo se había logrado ese cambio impresionante. Y, claramente, el repudio social tuvo un papel, pero no es de ninguna manera la única explicación de los logros de ese país. Tuve también oportunidad en esa misma época de entrevistar a jueces y personal de las fiscalías, con lo cual tuve otra visión del asunto. La solución fue mucho más compleja.
Hubo una fuerte acción policial y militar, sobre todo en la primera parte de esos enfrentamientos. Pero eso no fue lo único. Hubo otros intentos de solución, algunos de ellos fallidos. Una vigilancia muy estrecha sobre los jueces, para evitar la impunidad. Lo cual trajo como consecuencia una gran cantidad de asesinatos de jueces. Para evitar que fueran victimados, se creó la figura de los “jueces sin rostro”. Pero el secreto fue tan efectivo, que se prestaba a sobornar a los jueces con la certeza de que no se podía saber quién fue sobornado. Finalmente, tuvieron que encontrar un camino intermedio: una protección muy efectiva para la seguridad de los jueces, algo parecido a lo que se aplicó en Italia en la lucha contra la mafia.
Hubo también acciones para evitar que los jóvenes cayeran en la delincuencia. Un sistema de transporte muy efectivo, que permitía a los padres de familia pasar dos o más horas adicionales con sus hijos cada día; ofrecer a los jóvenes instalaciones deportivas, bibliotecas, locales de entretenimiento, con el objeto de dar a los muchachos otra visión. Bibliotecas ambulantes en las instalaciones del metro, completaban estas acciones. Y hubo otras muchas más. Pero, claramente, los resultados no fueron inmediatos. Sí, es importante trabajar con los jóvenes y darles otras opciones que no sean la delincuencia, así como mejorar la situación económica de los pobres. Pero eso no da resultado en unos cuantos años, ni siquiera en unos cuantos sexenios. Y no se llegó al extremo de no tener que usar medidas de fuerza.
¿Podremos aprender algo de estas lecciones colombianas? De hecho, los países no son iguales. Aún más, ni siquiera las distintas regiones del propio país son similares. Lo que funcionó en Medellín, no tuvo igual éxito en otras ciudades colombianas. Pero hubo un esfuerzo importante por encontrar soluciones de corto, mediano, y largo plazo. No se puede depender únicamente de un solo tipo de solución. No basta sólo la fuerza armada, no bastan las acciones policiacas, no bastan los trabajos con jueces y fiscales, la inteligencia fiscal, tampoco el gasto social y el trabajo con los jóvenes. Todo ello es necesario. Todo es complementario. Y hay que estar dispuestos a aguantar bastante tiempo hasta lograr que la situación mejore. Si alguno cree que la violencia se reducirá en unos cuantos años, me temo que es un iluso.
Y, por supuesto, se necesita de un apoyo valiente de la ciudadanía. Al principio de los 90, en un parque muy concurrido en la ciudad de Medellín, un domingo los narcos pusieron una bomba que mató a una cantidad importante de civiles, hombres, mujeres y niños. El Gobierno tomó medidas para evitar que volviera a ocurrir esto, entre otras, prohibir las reuniones en lugares como éste. La ciudadanía, en un acto de valentía que los honra, desoyeron las recomendaciones del Gobierno y se volvieron a presentar nuevamente al parque bombardeado al domingo siguiente. No cabía nadie más en el parque, incluso las calles vecinas estaban llenas de ciudadanos con sus familias. Mostraron su rechazo, actuaron con valentía, hicieron ver que el terrorismo no los iba a amedrentar.
Sí, creo que una parte importante de la solución a la violencia en México vendrá de las acciones de la ciudadanía, de su exigencia a los poderes de la Unión, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, para que hagan su tarea. Aunque a muchos les moleste, habrá que seguir con señalamientos y críticas, pero más allá de ello habrá que hacer también propuestas constructivas y apoyo a las medidas en las que la ciudadanía deba participar, vengan del gobierno o de los propios civiles. No, no habrá soluciones rápidas. Hemos llegado a esta situación por décadas de impunidad, descuido de las capacidades policiacas, y de una buena cantidad de contubernios. Tristemente, harán falta décadas para mejorar nuestra situación. Razón de más para empezar lo más pronto posible.
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Antonio Maza Pereda
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