«Libertad es la responsabilidad de elegir el bien»

Cardenal Carlos Aguiar Retes*

“Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por Él” (Jn 3,16).

La encarnación del Hijo de Dios y su misión de redimir a la humanidad ante sus constantes extravíos es la mayor muestra del amor de Dios por nosotros. Él nos ha creado para ser sus hijos, y no simplemente sus creaturas. Y nos quiere como hijos para compartir la vida divina, para compartir su vida eternamente; es decir la plenitud del amor, porque Dios, Trinidad de personas, comunidad de personas, son un solo Dios verdadero, y son uno porque su naturaleza es el amor.

Por ello, su amor por nosotros sus hijos espera correspondencia de nuestra parte, para lo cual era indispensable, garantizarnos de antemano su inmenso amor, dándonos la mejor ayuda, mediante el envío de su Hijo único, con la explícita misión de manifestarnos el camino para aprender el verdadero y auténtico amor; por eso Jesús se definió como el camino, la verdad y la vida.

Sin embargo, aún manifestado el camino, el ser humano debe recorrerlo, ejerciendo su libertad, decidiendo por sí mismo, y replanteándose una y otra vez sus decisiones a lo largo de la vida ante los constantes cambios y los diversos encuentros interpersonales y de grupos. La libertad no es simplemente tener la capacidad de decidir, sino la responsabilidad de elegir el bien.

Pero sucede que no siempre estamos de acuerdo en identificar el bien para el prójimo, y esto es lo que produce el conflicto. Y si yo soy un líder social, empresarial, o una autoridad constituida en cualquier nivel, mi responsabilidad es mayor, pues debo elegir lo que redunde en bien de mis subordinados.

Por tanto, el discernimiento es fundamental para todo fiel cristiano, aprenderlo y practicarlo, y tener claro que el objetivo del discernimiento es el bien común. Es decir, debemos clarificar el bien que Dios Padre quiere que haga, y que mi decisión beneficie no solamente a mi persona o mi familia, sino también a quienes afecte mi decisión.

Aquí necesitamos la oración, porque Dios Padre, nos ama entrañablemente y cuando acudimos a Él para pedirle oriente mi discernimiento, sin duda clarificaremos con su ayuda la mejor decisión, y el beneficio será mayor al que hubiéramos imaginado, porque Dios Padre siempre nos sorprende cuando somos fieles a su voluntad.

En la segunda lectura San Pablo afirma: Hermanos: estén alegres, trabajen por su perfección, anímense mutuamente, vivan en paz y armonía. Y el Dios del amor y de la paz estará con ustedes (2Cor. 13, 11).

La alegría, el constante desarrollo humano espiritual, el buen ánimo y la vida armoniosa, la paz aún ante las pruebas y dificultades, son características del discípulo de Cristo y de la comunidad cristiana en su conjunto. Éste testimonio de vida es el más elocuente y convincente que podemos ofrecer como Iglesia, como familia, como sociedad.

La fe en Dios Trinidad es el faro de luz que ilumina el camino de nuestro tránsito por esta vida terrena. Lamentablemente mi percepción es que hemos perdido, en muchos sectores de católicos, la capacidad de transmitir la fe mediante el testimonio, a las nuevas generaciones; y la doctrina por más valiosa que sea, sin el ejemplo de quien la viva, no convence, no arrastra.

Se multiplican los casos de jóvenes que viven en la ambigüedad y confusión de los auténticos valores y, por tanto, la ética de los medios utilizados para conseguir sus fines no importa. Quedan expuestos a caminar en la mentira y la deshonestidad, considerando que todo es permitido, si tú lo deseas y decides. Es trágico y de nuestra parte una gran irresponsabilidad, si dejamos a las nuevas generaciones sin la herencia más importante para la vida: la fe en Dios Trinidad, que nos ama entrañablemente.

Debemos advertir que la ayuda de una generación a la siguiente es de vital importancia. Es la verdadera y más importante tarea, la educación cristiana de los hijos. Transmitir no solamente la doctrina, sino el modelo de vida que exprese los valores de las enseñanzas de Jesucristo.

Sin embargo, siempre es oportuno retomar el camino, animados por el inmenso y misericordioso amor que Dios Padre nos tiene. Además, tenemos el amor y la ternura de María de Guadalupe, nuestra querida Madre. A ella, pidámosle nos acompañe en un nuevo intento de ser testigos creíbles para anunciar la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre, y la comunión del Espíritu Santo.
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* Homilía del Arzobispo Primado de México en la Basílica de Guadalupe, en el Domingo de la Santísima Trinidad

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