Los cardenales preparan el futuro
— P. Santiago Martín
(Franciscanos de María)
El Consistorio ya ha terminado y los cardenales han vuelto o están volviendo a sus casas. También pasó la visita del Papa a L’Aquila, para orar ante la tumba de Celestino V, el Papa que renunció. Todo se ha desarrollado según lo previsto por los organizadores y el ambiente entre los cardenales ha sido pacífico y nada crítico. El hecho de que sólo hayan podido dar sus opiniones en los grupos lingüísticos en que fueron divididos, ha contribuido a ello.
El único asunto que ha generado una ligera inquietud ha sido el del acceso de los laicos a los puestos de gobierno en la Iglesia, no tanto por lo que pueda llegar a suceder en la Curia vaticana, sino por cuanto eso sirva de modelo para las diócesis y para las parroquias. No se trata de una preocupación que afecte sólo a los cardenales conservadores.
Difícilmente se puede llamar conservador al cardenal Kasper, aunque esté siendo muy crítico con el Sínodo alemán, y, sin embargo, es el que lidera el grupo de los que se atreven a hacer preguntas y peticiones.
El Concilio Vaticano II fue muy claro con las funciones o servicios -en latín, “munera”– que debe prestar el sacerdote, incluido el obispo, al pueblo de Dios. Los “munera” son tres: enseñar, santificar y gobernar.
Estos tres “munus” (servicios), están ligados a la recepción del sacramento del orden sacerdotal. No son una concesión que una autoridad superior le otorga al cura recién ordenado, sino que son inherentes al don que recibe.
* Enseñar significa que se tiene la responsabilidad, ante Dios, de transmitir la recta doctrina y de vigilar para que nadie difunda las hierbas venenosas de las herejías, haciendo creer a los fieles que se trata de sana doctrina católica.
* Santificar significa que el sacerdote tiene el deber de ayudar al pueblo de Dios a hacerse santo, especialmente a través de la administración de los sacramentos, los cuales deben ser celebrados según enseña la Iglesia, pues la liturgia no es una creación de la propia Iglesia y mucho menos de cada sacerdote en particular, sino que es la forma en que Dios quiere que le demos culto.
* Estos dos “munus” o servicios no han sido puestos en discusión en la reforma de la Curia vaticana, pero sí el tercero, el del gobierno. El servicio de guiar al pueblo de Dios es inherente al sacramento del orden sacerdotal, tanto como lo es el de poder consagrar el pan y el vino o el de poder perdonar los pecados en la confesión.
En la audiencia general del 26 de mayo de 2010, Benedicto XVI se refirió a este “servicio” insistiendo en que el sacerdote tenía la misión de gobernar, con la autoridad de Cristo y no con la suya, la porción de fieles que le hubiere sido confiada. Con el acceso de los laicos a la posibilidad de gobernar en la Curia vaticana -y, como consecuencia en la Iglesia- se abre la posibilidad de que ese “munus” o servicio no sea ya exclusivo de los sacerdotes. El servicio de gobierno ya no estaría ligado a la recepción del orden sacerdotal, sino a recibir el mandato por parte del Papa. No sería algo que viene directamente de Dios, sino algo que viene del Papa. Se abriría así la posibilidad de diócesis y parroquias gobernadas por laicos -hombres o mujeres-, donde los sacerdotes serían meros empleados, no digo que al nivel de las señoras de la limpieza -que es un servicio muy digno y útil-, pero casi.
¿Es católica una Iglesia gobernada por seglares y los sacerdotes se dediquen a celebrar la misa y poco más, pues hasta sus homilías serían previamente censuradas por el jefe? ¿Estará mejor gobernada la Iglesia y dejarán de existir por ello los abusos a menores? ¿Habrá algún sacerdote que quiera y pueda aceptar eso?
Ésta es la preocupación que, con gran respeto, ha expresado un pequeño grupo de cardenales, que le han pedido al Papa que aclare los límites que tendrían los laicos para acceder al gobierno de la Iglesia.
Pero, quizá, lo más importante de este Consistorio no ha sido lo que ha ocurrido en el Aula Pablo VI ni siquiera en los grupos lingüísticos en los que los cardenales han podido hablar. Lo más importante es que se han podido conocer entre ellos y que todos han tenido la posibilidad de ver más de cerca cuáles son los problemas de la Iglesia universal y, por lo tanto, las condiciones que deberá reunir el próximo Papa para hacer frente a esos problemas.
Ahora, con un Pontífice que va a cumplir 86 años y al que la mayoría debe el cardenalato, nadie quiere líos. Pero el silencio no implica ignorar la existencia de los problemas ni dejar de pensar en cómo y quién deberá ser el que los afronte. Sin decirlo, todos están pensando ya en el futuro.
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P. Santiago Martín