Mensaje de La Marcha del Orgullo
Acaba de concluir junio “el mes del Orgullo”, con su infaltable marcha. ¿Qué mensaje transmiten? También podría plantearse la cuestión, ¿qué mensaje buscan comunicar y cuál transmiten realmente? ¿Cómo percibe ese mensaje un importante sector de la población?, ¿hay algo en la forma o en el contenido que se pueda mejorar?
Vale la pena hacerse estas preguntas, visto que se trata de una tradición consolidada y, por lo menos para algunos ciudadanos, abrumadora, pues el “mensaje del Orgullo” está desde la pasta de dientes, hasta los eventos deportivos, públicos, comerciales, el cine, el teatro, etc. Realmente es una propaganda masiva en la que uno puede sentirse hostigado, o por lo menos cuestionarse, ¿por qué tanta insistencia?, ¿es el problema central de la sociedad?, ¿acaso no existen otras formas de violencia, pobreza, corrupción, maltrato de la mujer o de los niños? En fin, vale la pena reflexionar sobre esta realidad.
Primero lo positivo: un sector de la sociedad que históricamente ha estado injustamente estigmatizado celebra que ya no es así. Personas, ataño condenadas a la simulación, a esconder sus auténticos sentimientos o a sentirse avergonzadas por ellos, pueden ahora salir con la frente en alto a la calle sin ningún género de complejo. Esta realidad no puede sino celebrarse, pues nunca ha sido sano vivir en la mentira, en la apariencia ni en la simulación, ni es justo discriminar a nadie o relegarlo por sus preferencias sexuales. Esto ha permeado positivamente en la sociedad, de forma que ahora, por ejemplo, los niños amanerados son respetados, se tiene sensibilidad hacia ellos evitándose así el bullying.
Este sólo hecho constituye un progreso social, un avance en el reconocimiento de los derechos humanos, pues se trata, simplemente, de vivir la máxima ética fundamental: “no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti” o “trata a los demás como quieras que te traten a ti”.
Pero, comprensiblemente, podemos estar padeciendo un efecto pendular, pues una cosa es respetar lo diverso, reconocer su presencia y su papel en la sociedad –lo que es necesario e improrrogable– y otra muy diversa es privilegiarlo.
Si se cae en esta actitud, se corre el riesgo de volver a la “nobleza”, a la “aristocracia”, donde se privilegia a un grupo de ciudadanos por algún factor particular: antaño la “pureza de sangre”, hoy una determinada forma de vivir la sexualidad. Como bien señalaba un homosexual contracultural, no se debería celebrar el “orgullo de ser gay”; pues al fin y al cabo no hay ningún mérito en ello. Muchos no eligieron conscientemente serlo; se celebran en cambio los logros personales: estudios, premios, metas alcanzadas, servicios prestados a la sociedad, no un modo de vivir la sexualidad.
Hay que decir también, en honor a la verdad, que muchas personas homosexuales han desempeñado un destacado papel en la sociedad, particularmente en el ámbito artístico, y merecen reconocimiento, pero, nuevamente, el reconocimiento es por sus logros, no por ser homosexuales.
¿Qué se podría mejorar? En primer lugar, lo masivo de la publicidad resulta sospechoso. Da la impresión de que quieren imponer una forma de pensar. Tal avalancha mediática despierta un comprensible recelo: ¿me quieren manipular?, ¿están imponiendo una verdad a la fuerza?, ¿por qué esa insistencia? Tal campaña puede, a su vez, ser engañosa: me uno a ella no porque en realidad lo sienta de corazón, sino porque es la moda. Sumarse a la ola es una ventaja, abstenerse o, peor aún, oponerse, un suicidio social. No busco defender o promover a los homosexuales, sino mi ventaja personal, no lo hago por convicción sino por conveniencia o, peor aún, por miedo.
En segundo lugar, la Marcha del Orgullo ha tenido un marcado tinte agresivo, violento, intolerante. Es doloroso constatar cómo, quien pide respeto y denuncia la violencia, ofende. Quien exige tolerancia, no es tolerante y se burla de los sentimientos religiosos. Quien exige libertad sexual pisotea la religiosa. La multitud de signos agresivos, groseros, blasfemos contra Jesús, la Virgen, el estado religioso, el sacerdocio, la Biblia pueden verse en las redes. Es una tremenda hipocresía que, quien lucra con el papel de “víctima” agreda impunemente la sensibilidad religiosa de la población. A ello se suma, todo hay que decirlo, la sexualización de la niñez, pues en esas marchas se ven a menores de edad marchando con personas semidesnudas en actitudes eróticas, con juguetes o botargas eróticas, como penes gigantes. Más que educar en la tolerancia se fomenta la promiscuidad.
Por último, la sociedad, si no quiere dejar de ser plural por la imposición de un pensamiento único y oficial, debería reconocer también a las personas que, respetando a los homosexuales y reconociendo sus merecidos logros, no comparten la conveniencia de promover el matrimonio homosexual. No por prejuicios religiosos, sino simplemente por considerar que lo mejor para los niños es tener papá y mamá, no dos papás. Por considerar que, para satisfacer las ansias de paternidad de una pareja homosexual, se termina por comercializar a seres humanos y utilizar a mujeres como vientres de alquiler (algo análogo a la prostitución). No parece oportuno tampoco que el Estado deba promover esta forma de vida, como no promueve el cigarro, por sus altos costos para la salud pública. Todos estos puntos razonables, que en una razonable y civilizada sociedad democrática no deberían ser tabú, ni estar proscritos.
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P. Mario Arroyo
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