México: Un tobogán dirigido por un ciego
Son tantas y de tal calibre las torpezas que comete semanalmente el presidente Andrés Manuel López Obrador, que realmente no sabemos por dónde empezar.
Año y medio lleva dirigiendo los destinos de México y, sin temor a equivocarnos, podemos decir que, desde que asumió el poder, el país va cuesta abajo, sin que nada ni nadie sea capaz de detenerlo.
¿Qué podemos pensar de un sujeto que, una vez que el covid-19 empezó a propagarse en México, dijo que la pandemia le venía «como anillo al dedo»?
Si López Obrador soltó frase tan poco afortunada, fue con la intención de echarle a la pandemia toda la culpa de la errónea política económica que ha seguido durante la primera cuarta parte del sexenio.
Al mismo tiempo que otros países empezaban a tomar medidas estrictas con el fin de prevenir el contagio del coronavirus, el mandatario mexicano se limitó a decir que no había ningún peligro y que todos podían abrazarse y vivir como lo hacen siempre.
La población se confió y el resultado fue que, al día de hoy, la cantidad de muertos ronda ya los 20 mil.
Repetimos: Son tantas las torpezas -casi todas de mala fe- cometidas por López Obrador en estos dieciocho meses, que no sabemos cuál es la peor de todas.
Desde luego que la confianza de los inversionistas se evaporó en cuanto decidió cancelar las obras del nuevo aeropuerto. Una cancelación que López Obrador pretende sea irreversible, y prueba de ello es que está desmantelando las estructuras a la vez que intenta inundar la zona para que quien venga detrás no pueda reanudar la suspendida construcción. El colmo de la mala fe.
Con motivo de la pandemia, miles de pequeñas y medianas empresas entraron en quiebra. El presidente, en vez de ayudarlas, les dijo algo parecido a que «se rasquen con sus propias uñas».
Tan sólo entre marzo y abril del presente año son más de 750 mil los empleos que se han perdido.
Es tal su megalomanía y prepotencia que ataca todo aquello que considera puede no solamente hacerle sombra sino frenar sus intenciones de convertirse en un autócrata al estilo de Fidel Castro, Hugo Chávez o Nicolás Maduro.
Desde luego que no le importa quedar en ridículo como cuando le exigió al Rey de España que se disculpase por la conquista de México, cuando recibió al dictador boliviano Evo Morales, o cuando afirmó que el remedio más eficaz para combatir el crimen organizado son los abrazos y no los balazos.
Al ver cómo -debido al encierro derivado de la pandemia- la economía se estaba yendo a pique, López Obrador ordenó que todos saliesen a trabajar a pesar de que expertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) le aconsejaron exactamente lo contrario.
En estos momentos, las críticas en contra del presidente ya no son tanto por su ideología izquierdista, sino por las torpes decisiones que toma todos los días, unas torpes decisiones que son fruto de una soberbia que le ha puesto una venda en los ojos y que le incapacita para escuchar consejos de quienes saben mucho más que él.
Todas estas torpezas y alardes demagógicos han provocado la rebeldía de varios gobernadores a quienes López Obrador ha pretendido someter enviando agitadores para que causen disturbios en sus entidades. El ejemplo más elocuente son los saqueos y actos vandálicos que han tenido lugar hace días en Guadalajara.
La popularidad de López Obrador se desgasta con la misma rapidez con que se desgasta un jabón en un baño público.
Y prueba de ello son los miles de automovilistas que han salido a las calles en varias ciudades del país pidiendo a gritos su renuncia.
Y concluimos este comentario citando al novelista Francisco Martín Moreno:
“Vamos a bordo de un tobogán dirigido por un ciego, rumbo al abismo. Lo malo no es el afortunado derrumbe de la ‘Cuarta Transformación’, sino que todos pereceremos aplastados por ella. Quienes votaron por AMLO fueron incapaces de descubrir el rostro de los embusteros y de aprender de la historia que se repetirá en medio de un nuevo cataclismo político y social” (REFORMA. Martes 21 de abril del 2020).
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Nemesio Rodríguez Lois