Monjas y millennials: un interesante acercamiento
No deja de ser curiosa e interesante la iniciativa de un grupo de monjas norteamericanas, orientada a entablar un diálogo vivo y existencial con millennials, a través de Nuns & nones.
De alguna forma viene a satisfacer una mutua necesidad, de forma acorde con el espíritu de los tiempos: por un lado, las religiosas necesitan renovar su planta, pues ¡el 90% de las 50,000 religiosas estadounidenses tiene más de 60 años! A este dato duro se une otro no menos inquietante: el 40% de los millennials dice “no tener religión” en el mismo país.
Las religiosas se extinguen y los jóvenes carecen de fe. ¿Qué hacer?
La propuesta es completamente acorde con la mentalidad actual: conocerse, tratarse, abrir de par en par las puertas de la casa con total transparencia. Eso busca hacer Nuns & nones, las monjas, ya mayores en su mayoría, invitan a los jóvenes a sus casas para compartir su forma de vida, sus ilusiones, ideales, afanes y experiencias.
La actitud de las religiosas es una viva muestra de lo que Francisco llama “Iglesia en salida”; a diferencia de la “Iglesia clientelar”, que espera a que llegue la gente, la primera sale en su busca. Las monjas, al hacerlo, muestran cómo, a pesar de ser mayores en edad, son jóvenes de espíritu, dispuestas a probar nuevos caminos, cambiar rutinas y romper moldes. Tienen la capacidad, fundamental en nuestros días, de adaptarse a un mundo cambiante.
Ahora bien, ¿qué aportan con ello a los millennials? El dato de que el 40% de ellos no se reconozcan pertenecientes a ninguna religión no es sólo un problema para las religiones, sino para ellos también. El vacío religioso deja una gran cantidad de incógnitas sin resolver y una ausencia de sentido, que se torna más aguda frente a las experiencias inevitables del dolor, el fracaso, la enfermedad o la muerte de seres queridos. Es decir, más que un logro, se trata de una carencia espiritual, que muestra su gravedad en las situaciones difíciles de la vida. Los millennials no quieren recetas prefabricadas, ni dogmas intocables preestablecidos, pero están abiertos a nuevas experiencias. La experiencia de la vida religiosa es, sin duda, novedosa, contracultural, atractiva.
Los millennials pueden así enriquecerse con el rico bagaje espiritual de la vida religiosa, y aprender de su sabiduría de vida, de su capacidad para convivir. Conocen, de primera mano y no de oídas o en libros, los ideales de todas esas mujeres, con corazón y alma grande, que supieron dedicar su vida a “algo grande y que sea amor”; a una causa que vale la pena. La variedad de la vida religiosa puede ofrecer abundantes intereses compartidos con los jóvenes: desde el anhelo de espiritualidad propio de la contemplación, al empeño activo por hacer de este mundo un mejor lugar, a través de la enseñanza, la atención a enfermos, huérfanos, ancianos, toxicodependientes, seropositivos, familias, acompañamiento de matrimonios, preocupación por el medio ambiente, etc.
A través de la conversación, el conocimiento mutuo, la inmersión en su forma de vida y el empeño por sacar adelante sus labores en servicio a la comunidad, los millennials pueden ir descubriendo una forma de llenar el vacío dejado por la ausencia de religión. Algunos pueden recuperar la fe, abrazar una religión, otros redescubrir el sentido de su caminar por esta tierra y tener una comunidad que los sostenga frente a las dificultades, algunos, en fin, pueden encontrar su vocación religiosa.
Este mundo, tantas veces excesivamente rico en bienes materiales, hasta el punto de que la abundancia produce derroche, se muestra fatídicamente pobre en lo espiritual. Se da así el fenómeno del vacío existencial o el malestar en el estado del bienestar. La vida religiosa puede ofrecer una respuesta interesante a ese mundo prepotente y frágil a la vez, mostrándoles a los millennials que la vida no se pierde, por el contrario, se enriquece, teniendo un ideal que valga la pena.
La Madre Teresa de Calcuta, religiosa ejemplar de nuestro tiempo, afirmaba: “la falta de amor es la mayor pobreza”; parafraseándola podemos decir: “la falta de Dios es la mayor pobreza”. Ahora bien, ese Dios puede revelarse a través del amor, y la convivencia con las religiosas puede constituir para los millennials una manifestación viva del amor auténtico y desinteresado, del amor indispensable para encontrar sentido a la propia vida.
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P. Mario Arroyo
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