Necesitamos aprender a ser mejores
Nada anima tanto como conseguir que los demás mejoren: porque uno entonces habrá mejorado. Si deseamos superarnos, debemos aprender a ser mejores, nadie nace sabiendo. Para educar, es necesario ir por delante, dar ejemplo, vivir antes las cosas. No podemos dar lo que no tenemos.
“Farol de la calle y oscuridad de tu casa”, reza el refrán. Y es cierto: la caridad empieza por casa, quizá primero por medio del ejemplo.
Psicológicamente, cuando el niño pequeño de la familia crece, se realiza en él un proceso de identificación con sus padres, ellos empiezan a estar presentes en la conciencia del chiquillo y forman parte integrante de su personalidad.
Ésta es una de las razones por las que el carácter de los padres necesita ser excelente, dado que el niño aprende a superarse imitando, y se identifica con las personas que le sirven de patrón; los rasgos que asimile influirán en su vida posterior.
El niño que no es querido por sus padres, que es identificado como malo y regañado o maltratado sin razón, adopta una actitud negativa hacia sí mismo, que a su vez, influye en sus procesos de identificación posteriores, que le llevarían a una desintegración de su personalidad y a ser potencialmente un delincuente: “si mis padres me rechazan, es porque soy malo. Luego también la sociedad –compañeros de clase, profesores, la gente, etc. Lo harán así conmigo” Incapaz de vivir la solidaridad y la lealtad con los demás, se convertirá en un joven problema.
Si el niño es acogido con cariño por sus padres, y se le ayuda desde pequeño a identificar las cosas como son, cuando sea adulto tenderá a formarse en una expresión de sano equilibrio y desarrollo mental.
No obstante, lo más importante de todo consiste en educar a los hijos para que desarrollen las virtudes humanas, que son propiamente las fuerzas del hombre, lo perfeccionan y le permiten realizar el bien. En este sentido puede uno mejorar sin límites.
Cuando los niños ven en sus padres una actitud cansina y pesimista ante la vida, cuando se lamentan y sr quejan ante las dificultades; cuando no son sinceros; cuando descubren que sus padres que sus padres no desean tener más hijos por miedo a complicarse la vida; esos niños se encuentran lejos de formarse en la alegría. El pesimismo como disposición psicológica es un vicio emparentado con la desesperanza, la soberbia, la vanidad y la presunción.
Los hijos requieren formarse en un ambiente de alegría, en un claro optimismo, que es una virtud íntimamente unida a la fortaleza de ánimo, audacia y humildad para cumplir los deberes. Esa alegría se fundamenta en la misma libertad y responsabilidad personales y en la realidad de sentirse hijos de Dios.
Ayudar a los hijos a que dominen el presente –el cumplimiento exacto de sus deberes de cada instante: estudiar, hacer la tarea, realizar un encargo, jugar, saber ser un amigo, rezar, etc.- les ayudará a tener un sentido positivo de la vida, sobre todo si se les enseña a saber comprender, a tratar a los demás como quisieran ser ellos tratados. Pueden aprender a sonreír cuando estén cansados o enfermos, etc.
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Gabriel Martínez Navarrete