Para revertir lo funesto del aborto, protejamos la familia

Si deseamos de veras impedir que en el futuro la despenalización del aborto se extienda como plaga en las legislaciones de los estados que integran nuestro México, debemos incluir en el código civil la alternativa del matrimonio indisoluble de una con uno y viceversa. Los candidatos a la Presidencia necesitan hacer una propuesta como ésta, si realmente desean una nación mejor.

Está comprobado que socialmente es mucho más destructiva la legalización del divorcio que la del aborto, debido a que el divorcio destruye, en su raíz, a la célula familiar, fundamento de toda sociedad. Con esto no quiero decir que el aborto no sea un infanticidio ni que moralmente sea menos grave que el divorcio.

Además, no nos hagamos tontos: científicamente la vida del ser humano se inicia en el momento de la concepción –que es la etapa inicial del desarrollo de la persona–. Esto es un hecho, por más razonadas sinrazones que se arguyan al respecto. El ser humano es persona desde el momento de su concepción.

La experiencia recogida en muchas naciones, señala que el divorcio conduce, con el tiempo, a despenalizar el aborto y a una sucesión de legalizaciones que destruyen al ser humano: la droga, la eutanasia, la homosexualidad, etcétera. Un caso cercano lo tenemos en Estados Unidos, se legaliza el divorcio y pocos años después se despenaliza el aborto.

Y es que el hecho mismo de tener abierta la posibilidad legal del divorcio, destruye el modelo mismo del matrimonio y da pauta para abrir la puerta al aborto –lo que ya está ocurriendo en nuestro país–. Detrás de toda legislación divorcista siempre yace una idea errónea del significado profundo del pacto matrimonial, en virtud del cual dos personas se casan, prometiéndose mutua lealtad, gracias a un amor que determina que ese matrimonio es sólo con uno y con una. Y la naturaleza de éste es la  unidad e indisolubilidad.

Hoy, al divorcio le han quitado su carácter de fracaso o dolencia exclusiva que tuvo en un principio, y ahora ha pasado a adquirir proporciones de epidemia. También, hoy, al aborto se le está quitando su carácter de delito exclusivo, para hacerlo ver sólo como una serie de casos lastimosos, y aún más: jurídicamente se le está elevando a derecho de la mujer.

Se quieren modificar los principios jurídicos con el fin de solucionar casos aislados de mujeres rotas por el aborto, olvidando que como sucedió con el divorcio: el elevarlo a rango de ley equivalió, en la práctica, a potenciar su efecto multiplicador.

Hoy, las personas sensatas afirman que en el mejor de los casos, el divorcio y el aborto son fracasos, cuya causa interesa más eliminar que intensificar sus efectos.

La ley aprobatoria del divorcio sugiere que el modelo de matrimonio uno e indisoluble, es una idea que debe quedar enterrada en el pasado, y que es necesario abrirse a nuevas ideas y formas de vida como signos de progreso y de conquista.

Al respecto, pienso que se debe distinguir entre progreso técnico y científico, y progreso humano. En el primero, el crecimiento es muy posiblemente irreversible; a diferencia del progreso humano: moral, civil, social y psicológico, que puede sufrir retrocesos porque es efecto de la voluntad.

Así, por ejemplo, cuando se permite el divorcio, se reduce a tal grado el concepto de matrimonio, que se le ve como una mera unión pasajera, muy semejante a la función fisiológica de los animales. Y algo semejante sucede con el aborto, cuando a ese ser indefenso se le considera como un intruso en el vientre de la madre. Quizá sea ésta una de las razones que explique la actitud antihumana de favorecer el aborto.

Por eso, la manera más segura de eliminar el aborto y el divorcio, consiste en proteger a la familia, mediante leyes que protejan la unidad e indisolubilidad del matrimonio y la vida del niño en el vientre de su madre.

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Gabriel Martínez Navarrete

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