Pasión por la libertad
El Quijote explica: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre, por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida” (Cervantes).
Ciertamente, la pasión por la libertad es un signo de nuestro tiempo. Le pregunté a una amiga muy querida, agnóstica: ¿Cuál es tu principal valor? Lo pensó unos segundos y contestó: “¡La libertad!”. Benedicto XVI dice: “En la mente del hombre contemporáneo la libertad se manifiesta en gran medida como el bien absolutamente más elevado, al cual se subordinan todos los demás bienes (…). En la escala de valores de la cual el hombre depende para su existencia humana, la libertad aparece como el valor básico y el derecho humano fundamental. En contraste, tendemos a reaccionar suspicazmente ante el concepto de verdad (…). Quienquiera afirme estar al servicio de la verdad con su vida, su palabra y su acción debe estar dispuesto a ser considerado un soñador o un fanático, porque “el mundo del más allá está cerrado a nuestra mirada”. Esta frase del Fausto de Goethe caracteriza nuestra actual sensibilidad común (…).
La vida bella depende del uso que haga de la libertad; depende de que el hombre se decida a vivir como hombre, es decir, como lo que es.. La autoestima depende de abrir los ojos para ver la dignidad. La libertad en el fondo es apertura al infinito. Estamos llamados a la grandeza.
San Agustín dice que “con el Espíritu Santo el placer consiste en no pecar, y esto es la libertad; sin el Espíritu, el placer consiste en pecar, y ésta es la esclavitud” (El Espíritu y la letra 16,28).
“La verdad nos hará libres”. ¿Qué verdad? Que somos hijos de Dios. Una cosa es “ser libre de” condicionamientos y otra “ser libre para” disponer de sí mismo para realizar los auténticos valores.
Un autor del siglo IV, Juan Casiano, dice que no se causa mal a nadie contra su voluntad. Tenemos el ejemplo de Job, tentado por el demonio, y del Señor, traicionado por Judas. Tanto la prosperidad como la desgracia aprovechan al justo en orden a su salvación.
Los medios masivos de comunicación social difunden la ideología del hombre superficial liviano («light») cuya única referencia es su propio bienestar entendido como un consumismo desenfrenado o como un disfrute irresponsable de las frívolas ofertas de pasatiempo fácil, viviendo en un presente sin sentido.
Nadie puede seguir negando seriamente que el marxismo, junto con el Nacional Socialismo, (han sido) el mayor sistema de esclavitud de la historia moderna. El alcance de esta cínica destrucción del hombre y el medio ambiente se ha aquietado con cierta vergüenza, pero ya nadie puede ponerlo en duda (…). No es el orden de la comunidad lo que salva al hombre, sino su fe enteramente personal en Cristo.” (Cfr. Ratzinger, “Verdad y libertad”).
Continúa Ratzinger: Ha llegado a ser evidente que el punto crítico de la historia de la libertad en el cual nos encontramos ahora descansa en una idea no aclarada y unilateral de la libertad. Por una parte, el concepto de libertad se ha aislado y por consiguiente falsificado: la libertad es un bien, pero únicamente dentro de una red de otros bienes, junto con los cuales constituye una totalidad indisoluble. Por otra parte, la noción misma se ha restringido estrechamente, abarcando únicamente los derechos de la libertad individual, con lo cual ha quedado desprovista de su verdad humana.
La libertad nos perfecciona o nos hace esclavos: depende de qué elegimos. El ser humano elige entre el bien y el mal pero no decide qué es bien o qué es mal. Hacer el bien es actuar conforme a la naturaleza.
Muchos caminan al margen de Dios, “dejan de ser peregrinos y se convierten en errantes” (Papa Francisco, EG, 170). Querer prescindir de Dios es consecuencia del pecado original, y eso nos pasa inconscientemente casi todos los días. La lucha consiste en rebajar nuestro yo para que Dios ponga el incremento. La alternativa es o Dios o yo, y cuando escojo a Dios, libero a mi yo.
El Decálogo nunca se comprende simplemente de una vez por todas. En las situaciones sucesivas y cambiantes en que se ejerce históricamente la responsabilidad, el Decálogo aparece en perspectivas siempre nuevas, y se abren permanentemente nuevas dimensiones en su significado.
Aristóteles; la libertad es la autodeterminación al bien, implica autodominio. Necesito un blanco hacia donde tirar. El que no tiene virtudes no tiene libertad.
Fuimos creados libres y estamos llamados a vivir a la altura de nuestra naturaleza. El ideal será la medida de tu libertad; el más libre es el más magnánimo. Tiene mucho que ver con la visión del ideal que tengo.
El Catecismo de la Iglesia (CEC) dice que la libertad es la fuerza que Dios me ha dado para alcanzar la felicidad. Es otra perspectiva. El arte de vivir consiste en descubrir nuestro auténtico rostro –nuestro rostro está en quienes somos y en nuestra misión-, por lo tanto, se trata de dirigir allí nuestros pasos. ¿Cuál es nuestro rostro? Dice Isaías 49,1: “El Señor me llamó desde el seno materno, desde las entrañas de mi madre pronunció mi nombre”.
Animar a las personas a que busquen la verdad sobre sí mismas. Buscar la plenitud a través de la meditación, de la lectura, al pensar sobre la propia vida, dialogar, preguntar. Apreciar la ayuda que me pueden dar, sino la obediencia se va a ver como una cortapisa a mis aspiraciones. Poseerse en el origen. Reflexionar sobre mi yo, para que lo sepa dar, entregar. La libertad se realiza en la verdad y la verdad sobre Dios y sobre mí mismo: la verdad sobre Dios es que es Padre, la verdad sobre mí mismo es que soy hijo de Dios.
Una libertad sin obediencia puede desvirtuarse. Es la diferencia entre el voluntarismo (obediencia sin libertad) y el aburguesamiento (libertad sin obediencia), coinciden en que no hay metas, no hay amor ni profundidad. Sería una obediencia sin entusiasmo, sin amor, que no es digna del hombre.
Dice Jacques Philipe que unos esposos, para que se entiendan, necesitan dialogar unas 15 horas a la semana.
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Rebeca Reynaud